lunes, 24 de febrero de 2020

ETA, EL FINAL DEL SILENCIO (VII) - TERCERAS GENERACIONES: matar nunca puede ser una opción válida

Santander, 30 de diciembre de 2.019


Las víctimas a las que la violencia de ETA les cambió la vida cuando solo eran unos niños -los hijos de los asesinados por ETA y por el GAL, e incluso los hijos de los terroristas-, tienen mucho que contar… Jon Sistiaga reúne a algunos de ellos en torno a una mesa para que hablen entre sí sin ningún tipo de tabú, poniendo a prueba la solidez de los puentes que se han tendido en el País Vasco.


El 24 de julio de 1.987, Juan Carlos García Goena fue asesinado en Hendaya por miembros del GAL que lo confundieron con un terrorista de ETA y colocaron una bomba debajo de su coche. Maider era una niña cuando perdió a su padre; tenía solo cinco años: “Puede que lleguemos a una convivencia sin odio, pero de ahí a perdonar…”.


Ella siente que todas las víctimas del conflicto -también las del GAL-, han sufrido por igual y le gustaría que el Estado español reconociese lo que hizo y pidiera perdón.

Froilán Elespe, concejal del Partido Socialista en Lasarte, fue asesinado por ETA el 20 de marzo de 2.001. Josu, su hijo, tenía veinticinco años. El dolor y la tristeza que supusieron la muerte de su padre iban unidos a la rabia y al deseo de venganza, pero, años después, tuvo ocasión de reunirse en Nanclares con miembros de la banda acusados de otros asesinatos. Había garantías de que las personas con las que iba a estar estaban ‘arrepentidas’ y de que el hecho de que esas personas participaran en el encuentro no iba a suponer ningún tipo de beneficio penitenciario para ellas.


Al margen de la ayuda que hayan podido darle sus familiares y amigos, reconoce que esos encuentros con individuos que pertenecieron a una organización terrorista que a él le destrozó la vida durante muchos años han sido uno de los hechos que más le han reconfortado: “que esas personas reconozcan que matar está mal y que no está justificado, a mí me ha ayudado a sanar mis heridas”.

Sandra tenía veinte años cuando, el 7 de marzo de 2.008, su padre, Isaías Carrasco, concejal del Partido Socialista en el Ayuntamiento de Mondragón, fue asesinado por ETA. Murió entre sus brazos y poco después tuvo el coraje de decir muchas de las cosas que sentía: “A mi padre lo han asesinado por defender la libertad, la democracia y las ideas socialistas. Ha sido siempre un hombre valiente que ha dado la cara y los que lo han matado han sido unos cobardes y unos hijos de puta”.


Han pasado algo más de diez años desde entonces y de aquella joven ya no queda casi nada. Mantener una conversación con el asesino de su padre no tiene sentido para ella: "Le preguntaría por qué lo hizo, pero para qué, si, probablemente, ni él sepa porque destrozó su vida y la de toda su familia… Con el paso del tiempo, te das cuenta de que la rabia tiene que desaparecer. Si queremos que la sociedad avance, aquellos que hemos sufrido la violencia de ETA somos los primeros que tenemos que dar ejemplo. Si yo he podido avanzar, evolucionar, escuchar, respetar, comprender…, yo creo los demás también pueden hacerlo. A mis amigos y a mi familia les cuesta comprender que pueda hablar con etarras y gente del entorno abertzale -gente que ha hecho lo que le hicieron a mi padre-, pero no miro lo que han hecho, ni lo que piensan; los miro como personas y ya está”.

Peru es hijo de Kepa del Hoyo, fallecido de un ataque al corazón el 31 de julio de 2.017 en la cárcel de Badajoz, donde cumplía condena por ser miembro de ETA y haber colaborado en un asesinato. Solo tenía un mes y medio de vida cuando su padre ingresó en prisión, pero nunca ha sentido la necesidad de saber qué fue lo que hizo realmente: “Quien diga que mi aita era un monstruo es que no lo conocía, porque no era mala persona, ni mucho menos”.


Maider, Josu y Sandra se habían visto en alguna ocasión, pero a Peru no lo conocían. Las suyas son cuatro vidas unidas por el mismo dolor. Ninguno de ellos se merecía sufrir, pero les ha tocado hacerlo y los cuatro han madurado antes de lo que deberían haberlo hecho. Su sufrimiento ha sido el mismo. “El día que todos lleguemos a la conclusión de que matar, secuestrar, amenazar, extorsionar, torturar… está y estuvo mal -que nunca hubo justificación para ello-, habremos dado un gran paso adelante”, sostiene Josu, pero lamenta que aquellos que apoyaron, jalearon y justificaron la violencia no hagan un ejercicio de autocrítica y deslegitimen eticamente una conducta que en un momento entendieron que era válida, aunque ahora la rechacen porque, en estos momentos, estratégicamente, no es la que les conviene, y reconoce que le duele especialmente que se reciba como héroes a personas que han estado en la cárcel por haber atentado contra la vida de otro ser humano, agradeciéndoseles así los servicios prestados.



Los cuatro están de acuerdo en que la situación en el País Vasco es, ahora, mucho mejor de lo que era hace diez años. Creen que hay menos miedo y más libertad, pero quedan temas pendientes que no se pueden obviar, como la resolución de muchos de los crímenes cometidos, tanto por ETA como por el GAL, o el acercamiento de los presos. Pasar página, sin más, no es la solución. Hacer borrón y cuenta nueva sobre hechos delictivos ocurridos en el pasado no debe ser una opción. Nuestros hijos no pueden crecer pensando que, en un momento de su vida, matar pueda ser una elección válida.

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