Santander, 4 d enero de 2.020
La editorial Kalandraka viaja hasta la
Toscana italiana para entrevistar en su taller florentino a Roberto Innocenti,
maestro de la ilustración contemporánea que acaba de cumplir ochenta años y
cuyos libros han sido traducidos a más de veinticinco idiomas en Europa,
América y Asia.
“Las primeras imágenes que yo recuerdo -dice-, son de cuando tenía cuatro años;
y son de la guerra: una niña, con una mantita rosa, en brazos de una pareja que
iba en un camión… ¡Verlo me hacía daño!”.
Cuenta que se aburría, así que dibujaba
todo lo que encontraba a su alrededor: “¡estaba sediento de imágenes!”. Luego,
empezó a leer y a buscar imágenes entre las páginas de sus libros, pero solo
tenía dos: “Pinocho”, ilustrado por Chiostri, y una antología de cuentos
clásicos ilustrados por Gustavo Doré. Solo más tarde, cayeron en sus manos las historietas
de “Paperino”.
Confiesa que fue dibujando como aprendió a
dibujar. Leía y visualizaba imágenes en su cabeza: “todos los lectores somo
ilustradores, porque la lectura suscita imágenes en nuestro interior”. En
su opinión, “el ilustrador moderno tiene que contar su versión del cuento”,
y tiene la ventaja de saber que va a poder ser leído del mismo modo en todo el
mundo. Él, lo que hace, es proponer al lector su propia interpretación de la
historia. Antes de dibujar, lee el libro dos veces: la primera para entenderlo
y captar el espíritu de la época y de la narración, y la segunda para tratar de
interpretarlo como una especie de guion cinematográfico o teatral y encontrar
la imagen precisa. “Lo que yo hago tiene mucho que ver con el cine,
con la diferencia de que se trata de una imagen fija”.
El ilustrador, como el escritor, debe
tratar de transmitir un mensaje y comunicar algo. Demanda gente curiosa; le
asusta la ausencia de exploradores y le preocupa la cantidad de gente que vive
sin moverse del sitio, ni preguntarse siquiera si hay algo más allá para ver.
En su opinión, un buen libro ilustrado
debe ser considerado como una obra de arte, con un precio, eso sí, asequible, y
destaca su valor formativo. Después de reconocer que antes de dibujar sus plazas
llenas de gente ha observado detenidamente los cuadros de Bruegel, defiende la teoría
de que “al mismo tiempo que se aprende, se enseña” y proclama que “una
buena ilustración clásica te prepara para ver los cuadros de un museo”.
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