Santander, 18 de enero de 2.021
El argentino
Alejo Flah funde fantasía y realidad en su primera película: “Sexo fácil,
películas tristes” (2.014), una comedia romántica inspirada en clásicos como “El
apartamento” (1.960) o “Cuando Harry encontró a Sally” (1.989), y protagonizada
por Marta Etura y Quim Gutiérrez, dos actores entre los que se respira una
química especial que coincidieron por primera vez en el rodaje de “Azul oscuro,
casi negro” (2.006), y que, desde entonces, han compartido varias veces la
gran pantalla.
El amor idílico y perfecto de las comedias no es el
amor real, pero, qué le vamos a hacer: a veces necesitamos soñar, aunque, en el
amor, nada es tan fácil como en las películas.
Pablo (Ernesto Alterio) es un escritor argentino cuya vida sentimental se está desmoronando que recibe el encargo de escribir el guion de una comedia romántica ambientada en Madrid…
La última escena de una comedia romántica es siempre
la más fácil de escribir: una gran declaración de amor en la que los dos protagonistas
logran, al fin, superar todos los obstáculos y se deciden a estar juntos para
siempre…
-¿Qué
quieres?
-Quiero
estar contigo hoy; este año, y todos los que vengas después, también, porque
todo lo que venga a partir de ahora lo quiero hacer contigo. Y si tengo que
cambiar mi vida, pues la cambio -a mi me da igual-; y si tú tienes que cambiar
un poco la tuya, pues la cambias también. Pero estemos juntos, ¿de acuerdo? Donde
sea… Y sí, ya sé que habrá otras mujeres en mi vida, y probablemente habrá otros
hombres en la tuya -más guapos-, pero esto es como un gin-tonic: lo importante
está en los pequeños detalles. Y a mí me gustan tus detalles: me gusta el olor
de tu ropa sudada cuando vienes de bailar, me gusta que te imagines cada día
una vida distinta, me gusta quedarme atontado cuando me lo cuentas, -aunque, a
veces, la verdad, no entiendo muy bien lo que me estás contando-, me gusta que
te imagines cómo vas a ser dentro de sesenta años y me gusta que te imagines cómo
voy a ser yo, y me gusta tu gin-tonic -me encanta-, pero, sobre todo, me gusta
la pasión con la que lo preparas, porque esa pasión es la que quiero yo en mi
vida. Y las cosas que no me gustan de ti son, no sé, como las pepitas de limón,
que las escupes y el gin-tonic sigue estando bueno. Es que, cuando descubres
que quieres a alguien, no puedes perder el tiempo, y yo no quiero perder el
tiempo. Yo quiero cuidar de ti.
El comienzo de la historia tampoco es tan complicado:
una librería, como las que aparecen en cualquier comedia romántica de todos los
tiempos. Marina (Marta Etura) y Víctor (Quim Gutiérrez) se conocen en un lugar
así.
En una comedia romántica las parejas tienen, al menos,
un momento en el que las cosas les salen bien; un momento en el que, si la
película terminara ahí, sentiríamos que esos tipos van a permanecer así el resto
de sus vidas: felices para siempre, para toda la eternidad…
Pero, en casi todas las comedias románticas, hay un
momento en el que las parejas se separan…
A veces es un viaje que le surge a uno de los dos, pero
puede ser cualquier otro motivo que haga que, ante la llegada inminente de la
soledad, cada uno se tenga que plantear qué fue lo que les pasó hasta ahora y
qué es lo que quieren que les pase de ahora en adelante; ver si ese amor que
funcionó durante una época de sus vidas puede haber sido algo que, pasado un
tiempo, se llegue a olvidar con la misma facilidad con la que surgió, o no.
Quizás se tengan que dar cuenta de que están hechos el uno para el otro, para
siempre.
En una comedia romántica, el protagonista siempre
tiene que tener un amigo, más gordo o más tímido que él, con quien compartir
sus confidencias. La protagonista también tiene que tener una amiga: alguien
que viva de forma conflictiva sus historias de amor y que no parezca ser capaz
de hablar de otra cosa.
En una comedia romántica, no sería nada raro que ambos
acabaran enamorándose, y su boda podría ser la excusa perfecta para que Víctor
y Marina se reencontraran después de estar un tiempo separados.
Todas las comedias románticas terminan con una gran declaración de amor, y con un beso: ¡este nunca puede faltar!
Lo
que viene después, afortunadamente, no lo podemos saber. Solo conocemos lo que
pasó antes, lo que tuvieron que atravesar sus protagonistas para llegar a ser quienes
son ahora y para siempre, porque ellos, después de ese final, ya no pueden
cambiar: permanecerán inalterables en el mejor momento de sus vidas, justo
antes del momento en el que deberían empezar los verdaderos problemas y donde
las películas empezarían a parecerse demasiado a la vida, repleta de conflictos
que no se pueden resolver, de dudas, de muertes, de enfermedades, de mentiras,
de engaños… Y yo no quiero que las películas se parezcan a la vida, al menos,
no por ahora.
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