jueves, 12 de diciembre de 2019

BESOS PARA LA BELLA DURMIENTE: ¡el amor fue el que ganó!

Santander, 12 de diciembre de 2.019


El teatro en general, y el juvenil en particular, han dejado paso a otro tipo de entretenimientos, como los videojuegos, que nos llenan de maravilla, asombro y competitividad, pero nos privan del placer de vagabundear con nuestra imaginación junto al héroe que recorre mundos llenos de obstáculos que nos conducen al triunfo de la bondad. Afortunadamente, aún hay niños y jóvenes que desean, en un espacio mínimo -desde una silla o una butaca-, vivir deslumbrantes aventuras.

En “Besos para la Bella Durmiente” (1.994), el vallisoletano J. L. Alonso de Santos sube al escenario a una deseada princesita que se enfrenta a un sopor infinito por culpa del maleficio de un hada mala, malísima, y es desencantada solo gracias a un beso de amor.





Un trovador se asoma con su capa de armiño,
un trovador de aquellos de los cuentos de niños.
Un laúd en sus manos le ayuda en su trovar
y llena de leyendas y cuentos el lugar.
Abren los girasoles sus gordas cabezotas
y se mecen las nubes, y se caen las bellotas.
Entra la fantasía llenando cada casa,
y se encogen las uvas, y se estiran las pasas.
El mundo gris y feo se llena de color
y se recoge el frío, y regresa el calor.
Y el trovador arranca notas a su instrumento,
que lleva por los aires, entre juegos, el viento.
Y narra con su voz, muy suave y armoniosa,
una historia de amor muy bella y deleitosa.
Suena la melodía de una dulce canción
y poquito a poquito se va alzando el telón…



Había una vez, en un país lejano, unos señores Reyes, que andaban siempre muy apenados, pues no tenían niños que mecer en sus brazos, ni niñas chiquititas a las que poner lazos.

El rey gime:
¡Qué grande es mi dolor, ay, Magdalena!
¡Qué triste está mi alma, y con qué pena
de no tener un niño en Palacio
que llene con sus juegos tanto espacio!

La reina pena:
¡Qué grande es mi dolor, ay, Doroteo!
¡Que no entre en esta casa ni un tebeo!
¡Quién tuviera un hijito en cada almena
que cada noche pidiera la cena!

Los dos se lamentan:
¡Quién tuviera una cuna a cada lado,
y, en cada una, un príncipe acostado!

Un rústico villano, padre de ‘catroce’ hijos, les da las instrucciones para ‘hacellos’:
Se tienen ‘tos’ que ir; no la parienta,
que ella sí que ha de estar, que es la que cuenta.
Y, con la ropa, no se ‘pué entenellos’;
hay que quitarse ‘tos los perifellos’.
Luego…

Han pasado nueve meses: ¡funcionó el invento y el Rey salta de contento!

¡Qué niña más pequeña, tan dulce y delicada!
¡Qué niña más bonita, tan bella como un hada!
¡No calla, la mocosa!

Lo intentan los criados, lo intenta el Chambelán, lo intenta el Arzobispo y lo intentan muchos más, pero, llora que te llora, la niña no deja de llorar; solo la flauta de un paje la logra calmar.

El Sol y la Luna un día se juntaron
y tras una nube ellos se ocultaron.
Al poco, la nube, despacio se abrió
y de su tripita una estrella salió.
Vega, pequeña Vega, de todas las estrellas tú
eres la más hermosa y la que siempre da más luz.
Vega, pequeña Vega, hija de la Luna y el Sol,
eres, de todo el Cielo, la estrella que da más fulgor.

Llega el momento del bautizo. Una comisión de hadas agasaja a la Princesa:
Mi princesita adorada:
desde hoy serás ahijada
de la Reina de las Hadas.
Serás lista y generosa,
serás sencilla y graciosa,
serás dulce y muy hermosa. 
Tendrás lagos y jardines
con lirios, rosas, jazmines
y un millón de calcetines.
Tendrás la voz de soprano
y tocarás el piano
con los pies y con las manos.
Tendrás un pelo precioso,
una jaula con un oso
y un gato muy cariñoso.

Entonces, con una gran carcajada, irrumpe el Hada Mala:
¡Todos aquí tan felices,
comiéndose las perdices,
y yo no he sido invitada!

La tierra vomita fuego, el cielo se ensombrece y se oyen unos truenos:
¡Abra, cadabra, pata de cabra!
Por el diente peludo de un sapo viudo,
por la luna, lunera, cascabelera,
por las cuchipandas de las mandragorandas,
por los granos gordos de todos los ogros,
yo te conjuro: ¡abra cadabra!
Por las entresijas de las lagartijas,
por el lobo cojo de un solo ojo,
por la maraña de la telaraña,
por la sopa de ajo del escarabajo,
yo te conjuro: ¡pata de cabra!
La niña, mayor se hará,
con algo se pinchará,
la sangre le brotará
y dormida quedará
Para siempre, así estará
y nunca despertará.

Ráuda como el viento, el Hada Buena, reacciona a tiempo:
¡No, Hada Mala! ¡No!
Vendrá a besarla un príncipe adorado
que le devolverá el color
al darle un beso de amor.
Desde aquí hago un llamamiento:
se necesita encontrar
un príncipe, o caballero,
que gaste espuela y sombero
y sepa un poco besar.

Fueron pasando los días, fueron pasando los años… Se fue haciendo mayor la Princesita y creció con su carita de fresa y su nariz chiquitita. Al cumplir los doce, salió al jardín: una rosa la llamó y ella la cogió. En un dedo se pinchó y el hechizo se cumplió.

Entonces, confiados, el Marqués de la Ensenada y don Nuño de Preduño cantan:

Mis besos son los besos mejores
en estas y en todas las regiones;
son dulces y sabios como flores
estos labios campeones.
A la Princesa que quiero,
va mi caballo buscando.
Muy pronto la encontraré
y le daré un gran besazo.

Se cruzan el uno con el otro y, espada en mano, ambos gritan y amenazan. Se pelean, mas porfían los dos, erre que erre, en no querer dar primero, hasta que se alejan comiendo flores y dando mil volteretas, bastantes majaretas los dos. No hay caballero castellano que más tarde o más temprano, no acabe loco de atar.

Pasaron años y años, y la Princesa seguía, presa en su sueño dorado, durmiendo día tras día. Y nada la despertaba, y nadie lo conseguía, pues de amor, un dulce beso, es la única solución, y de eso, precisa-mente, no queda en esta región.

<<Harta estoy de estar aquí tumbada
y esperar y esperar a ser mayor;
no quiero seguir más aquí plantada
esperando de un príncipe el amor.
¡Quiero vivir! ¡No quiero más soñar!
Quiero correr, saltar esa ventana;
quiero viajar, cantar, jugar, bailar;
quiero ver dónde nace la mañana.
Quieren mis pies en la tierra pisar,
quieren mis labios la manzana probar,
quieren mis manos las nubes abrazar>>

Entra, entonces, por la ventana, el pajecillo valiente del principio del cuento y se acerca enamorado a la Princesa durmiente:

Mi Princesa Vega,
mi estrella del cielo, la más deseada,
del sueño en que yaces serás rescatada.
De tierras lejanas llego para amarte,
que, aunque estaba lejos, no pude olvidarte.
Mi Princesa Vega,
que mi dulce música sirva esta vez
para que despiertes y me puedas ver.

Se acerca hasta su lado, se reclina sobre su pecho y, en sus yertos labios, deposita un beso. Ella despierta, abre los ojos, le mira y dice:
Ya amanece el Sol en mi jardín,
y estallan ya los trigos en mi era;
ya veo llegar a mí la primavera
y abrirse la corona del jazmín.

“Mi flauta te dirá lo que yo siento… -responde el aventado-. Mas, ¡ay, amor!, y ahora, ¿qué haremos? Tu padre, el Rey, no querrá que te cases con un paje. ¡Morir sería preferible a alejarme de tu lado! Has de hacerte la dormida; hasta que pueda arreglarlo, has de seguir ahí tendida. Es mejor solucionarlo en la audiencia de mañana...”.

Cuando llegue la ocasión, él se presentará disfrazado. Por un príncipe se hará pasar y, al empezar el concurso, se llegará hasta su lado, la besará y ella despertará. A su padre engañarán y su boda concertarán.

Nada me importa, mi amor,
si no puedo estar contigo:
¡ni mazmorras, ni castigos!
O vivo yo contigo,
o sin ti, yo solo muero,
que solo tus labios quiero.

Y comienza ya la audiencia en el salón de palacio, con banderas, estandartes, mucha gente y mucho espacio. Sus majestades, los Reyes, van entrando en sus sitiales: ya se escuchan cornetines y resuenan los timbales. En parte muy principal colocan a la Príncesa, que, haciéndose la dormida, en la cama está muy tiesa…

El Hada Buena encontró dos caballeros, dueños los dos de castillos, que esperan en los pasillos con sus capas y sombreros. Entran don Nuño y el Marqués de la Ensenada: se enzarzan, gritan y amenazan… ¡Ya nadie sabe besar! Entra, entonces, con casco y un capote, otro pretendiente, y, en la cara, un gran bigote:

Yo, señor, quiero probar,
y a la Princesa besar.

Ella, al recibir el beso, hace como que despierta, y todos en el palacio quedan con la boca abierta.

El rey, alborozado, exlama:
¿Has visto eso, Magdalena?
¡Nuestra hija, tan bonita,
se estira, y abre los ojos,
y se mueve en su camita!

La reina, entusiasmada, apuntilla:
¡Qué bien que se ha despertado!

El Rey felicita al caballero afortunado. Cariñoso y campechano, le tira del bigote, mas se queda con él en la mano:

Pero, ¿qué es esto que veo?
Este viene disfrazado:
aquí hay gato encerrado.
¡Es el pajecillo aquel!
¡Basta ya de besuqueo!
  
La Príncesa, zalamera, refunfuña:
Anda, papi, mi buen Rey,
deja que me siga besando
y me siga despertando.
A mí me gusta mucho:
igual que la trucha al trucho.
¡Deja que en mis brazos se quede!

El rey grita encolerizado:
¡Jamás princesas y pajes
se han juntado, ni casado!
¡Tú, a la cama otra vez!
¡Y tú, quedas desterrado!
¡Este cuento se ha acabado!

Disfrazada de aldeana, el Hada Mala todo esto ha presenciado. Enternecida, una lágrima ha soltado:
¡Alto! ¡Que esto acabe así
no lo voy a consentir!
Creí que amor ya no había
cuando hice la brujería,
mas ahora he descubierto
dónde el amor se quedó.
¡Ven, pajecillo salado!
Solo tú, al besarla,
has conseguido despertarla;
contigo se debe casar
y esto así ha de terminar.
¡Ve con ella!

El Hada Mala ha llorado: ¡su poder ha terminado! El Rey, que es muy listo, en una celda les ha encerrado a ella y al pajecillo. “¡Que les den solo pan duro y agua por una mirilla! ¡Que se duerman sin cama y se sienten sin silla! ¡Y allí, que les coman las chinches hasta que les salgan canas!”, sin dudar ha ordenado.

Gire la fortuna maga:
¡todo de teatro se haga!
-contraataca el hada mala-.
Que todo se cambie en un decorado
y el castillo quede solo pintado.
Que los ropajes se hagan vestuario
y sea el suelo de aquí un escenario.
¡Ya está! ¡Ya todo ha cambiado!
Ya no hay nadie aquí mandando,
ya no es este un mundo inventado.
¡Somos cómicos actuando!

Nadie puede prohibirles ya su amor al paje y la princesa. Para que no vuelva a dormirse ella, ni a estar triste en su vida, él la besa cada hora y, al verlo, al resto, el amor les crece dentro.

Ya la obra terminó
y todo se transformó.
¡El amor fue el que ganó!
A todo el que veas dormido,
un beso le debes dar
para hacer que se despierte
y así se ponga a cantar:
“A besar, a besar, vamos, todos a besar;
al de al lado y otro lado,
sl de arriba y al de abajo,
al de adelante y al de atrás.
A besar, a besar, vamos, todos a besar;
al gordito, al delgadito,
y a aquella de los lacitos,
y a la de las pecas, más.
A besar, a besar, vamos, todos a besar;
¡muy bien lo hemos de pasar!”

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