Santander, 23 de febrero de 2.013
Es cierto que anoche durmieron con la
ventana cerrada pero eso no ha impedido que los peques se hayan despertado hoy
con ganas de disfrazarse.
Hemos abierto el baúl de los disfraces y
nos hemos puesto manos a la obra: unas bolsas de color verde, unos tijeretazos
por aquí, unos tijeretazos por allá, unas dagas de plástico, un cinturón, un
gorro hecho con cartulina verde, una pluma de color rojo y… ¡tachán!: ya
tenemos a dos pequeños Peter Pan correteando por casa.
Peter Pan es un niño terco, egoísta y
vanidoso, pero con buen corazón, creado por el escritor escocés J. M. Barrie
para una obra de teatro estrenada en Londres en 1.904.
Después de comer hemos buscado acomodo en
el sofá del salón para vivir junto a la pequeña Wendy y sus hermanos una historia
que ya ha sucedido antes y que, sin duda, volverá a suceder.
Un pensamiento encantador, algo bello y
muy hermoso, y una pequeña dosis del polvo dorado de las hadas son suficientes
para poder volar.
Abrimos la ventana y siguiendo a Peter Pan
y su pequeña compañera, la coqueta y celosa Campanilla, volamos hacia la
segunda estrella y girando a la derecha viajamos hasta el País de Nunca Jamás
donde conoceremos a los niños perdidos del bosque, las sirenas, los indios y
los peligrosos piratas, liderados por el malvado Capitán Garfio, huyendo
siempre del pérfido cocodrilo.
Estamos preparados para vivir apasionantes
aventuras y nos dirigimos al Palacio de Deportes para asistir a un atractivo
espectáculo, “Peter Pan on ice”.
Se trata de una pobre adaptación del clásico
de J.M. Barrie en la que se ha colado el divertido Jack Sparrow pero en la que
hemos echado de menos a las sirenas, a los indios y, sobre todo, al inquietante
cocodrilo que atemoriza al Capitán Garfio.
La voz en off de los dobladores resta
credibilidad a un musical sobre hielo cuyas coreografías carecen de brillantez
y en el que la interpretación de los cantantes resulta muy decepcionante.
Un espectáculo al que le falta calidad
pese a que la fuente de la que bebe haya sido suficiente para entretener a los
más pequeños.
El tiempo pasa pero en nuestro corazón
conservamos un pedazo del niño que fuimos: tic-tac, tic-tac...
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