viernes, 31 de julio de 2015

ORQUESTA SINFÓNICA DEL TEATRO MARIINSKY DE SAN PETERSBURGO - 'NOVENA SINFONÍA DE BEETHOVEN': un himno a la alegría

Santander, 22 de marzo de 2.015


La Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, bajo la batuta de Valeri Gérgiev, ha interpretado hoy, en la Sala Argenta del Palacio de Festivales, la Sinfonía nº 9 en Re Menor, op. 125, la última sinfonía completa compuesta por el músico alemán Ludwing van Beethoven.


Se estrenó el 7 de mayo de 1.824 en Viena, cuando el genial compositor alemán estaba ya casi completamente sordo, y es una de las obras más importantes y populares de la música clásica. El impresionante final coral, inusual en su época, se ha convertido en símbolo de la libertad: Beethoven ansiaba musicalizar un poema de Friedrich von Schiller titulado "Oda a la libertad" que había leído en 1.793, y lo logró casi treinta años después, al incluirlo en el cuarto movimiento de la sinfonía que la Sociedad Filármonica de Londres le había encargado en 1.817.


Oh amigos, cesad esos ásperos cantos.
Entonemos otros más agradables y llenos de alegría.
¡Alegría, alegría!
Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo,
penetramos ardientes de embriaguez en tu santuario.
Tus encantos atan los lazos que la rígida moda rompiera,
y todos los hombres serán hermanos bajos tus alas bienhechoras.
Quien logró el golpe de suerte de ser amigo de un amigo,
quien ha conquistado una noble mujer,
que una su júbilo al nuestro.
¡Sí! Que venga aquél que en la Tierra pueda llamar suya siquiera un alma y que quien jamás lo haya hecho se aparte llorando de nuestro grupo.
Se derrama la alegría para los seres por todos los senos de la Naturaleza: Ella nos dio los besos y la vid, y un amigo probado hasta la muerte.
Alegres, como vuelan sus soles a través de la espléndida bóveda celeste, corred hermanos: seguid vuestra ruta, alegres como el héroe hacia la victoria.
¡Abrazaos hermanos! ¿Presentís al Creador?
Buscadlo por encima de las estrellas: allí debe estar su morada...

Dividida en cuatro movimientos, comienza como un amanecer que despierta y se despereza para convertirse en algo majestuoso y potente. En el segundo movimiento, una maravilla de cuerda y viento se entrelaza con el sonido de los timbales invitándonos a cerrar los ojos sentados en nuestras butacas y agitar los brazos y las manos como un diréctor de orquesta. El tercer movimiento nos acaricia los oídos y los primeros compases del cuarto auguran el estallido de una melodía perfectamente reconocible que aún no se canta. Crece en intensidad, se detiene un momento y retumba un solo de barítono: "¡alegría, alegría!". Le siguen un extraordinario coro y un cuarteto de voces que se funden con la orquesta para conducirnos a una explosión de hermosura que se amortigua en un sueño sonoro y vuelve a la carga en dos ocasiones más arrastrándonos a un apoteósico final que nos pone la piel la gallina...

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