domingo, 8 de mayo de 2016

COSTA QUEBRADA (III): un paraíso para los sentidos

San Román de la Llanilla, 1 de mayo de 2.016

Costa Quebrada es un tramo de litoral que constituye una verdadera aula de mar y tierra donde ambos docentes, en un libro de hojas de piedra con trazos de sal, no sólo nos muestran el resultado de su áspera y tierna relación de miles de años, sino que, a través de las huellas grabadas en las rocas de distinto origen, estructura y composición que el mar va desnudando, nos lleva a intuir los procesos que a lo largo de millones de años han dado lugar al relieve de Cantabria.
A lo largo de los escasos veinte kilómetros que separan los arenales de Liencres de la península de La Magdalena descubrimos una excepcional variedad de formas litorales de extraordinaria belleza.



Hoy me escapo hasta San Román de la Llanilla...
Paso junto al cementerio de Ciriego y aparco el coche en la amplia explanada del Rostrío. ¡Estoy frente a la isla de la Virgen del Mar!

Busco los prados que envuelven el pequeño chiringuito de playa de paredes encaladas que hay junto al aparcamiento y echo a andar por un sendero poco marcado que no tiene pérdida.


Camino junto al mar y salto un par de cercas antes de llegar al pie de un discreto promontorio convertido en mirador natural que habré visitar pronto. Vuelvo la vista atrás y me despido de la isla...


Doy la vuelta a la Punta de las Muelas y me topo con un rincón singular: una bonita cala bautizada recientemente como Cala Ricardo. Se trata del pacífico refugio de un náufrago de ciudad que recaló en esta minúscula ensenada cuando buscaba un espacio natural que compartir con sus perros.


Utilizando los presentes que el mar arrastra hasta aquí ha construido un singular complejo 'hostelero' que comparte con todo el que quiera acercarse hasta su particular paraíso: sillas, tumbonas, mesas, sombrillas...  





Continúo mi paseo. Dejo atrás la cala y los acantilados bajos desaparecen. Los prados se estiran hasta colarse por debajo de las faldas de un mar que hoy se deja acariciar. Ambos, escondidos bajo la espuma de las olas, se buscan y se encuentran: el mar ruge, la tierra canta... ¡Su abrazo huele a sal!



Alcanzo el cabo del Cabezón de San Pedro. Al otro lado se extiende la bocana del estuario de la ría de San Pedro...



Me acerco a La Maruca por la margen derecha de una ría que desde 1.975 es custodiada por la imponente figura del pescador vestido de amarillo esculpido por Enrique Dávila Díaz.



Cruzamos el dique que atraviesa la ría y llegamos al que fuera molino de marea de Aldama, hoy convertido en vivero de mariscos.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, gracias a la liberalización del comerico con América y a la mejora de las vías de comunicación, Santader experimentó un proceso de expansión económica basado, entre otras actividades, en la exportación de harinas, lo que motivó la construcción de numerosos molinos como éste, construido por Sebastián de Aldama en 1.795.
La aparición de otros mecanismos industriales, la expansión de las líneas ferroviarias que permitieron la instalación de molinos harineros en las zonas productoras de cereales y la pérdida de los mercados coloniales en 1.898 motivaron la decadencia del molino que dejó de ser utilizado como tal. Esto provocó el deterioro de un edificio del que hoy en día tan solo se conservan las pilastras y algunos restos del muro de contención.  


Contemplo el estuario desde el dique y por la margen derecha de la ría llego al aparcamiento de La Maruca. Reposo un poco y me doy la vuelta para volver a la Virgen del Mar por el mismo sitio por el que que he venido.
...
Cae la tarde...
Regreso a San Román y saldo una cuenta pendiente. Rodeo la tapia del Cementerio de Ciriego por su extremo oriental y dejo el coche en el pequeño aparcamiento de un área litoral restaurado recientemente para convertirlo en un fabuloso mirador. Remonto el promontorio hasta toparme con el mar...

¡¡¡Este banco tiene dueños!!!







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