miércoles, 19 de abril de 2017

CANALAHONDA: la cañada del silencio

Soba, 8 abril de 2.017


No está muy claro que el futuro vaya a dejarme mucho tiempo para saborear mis escapadas por el monte así que tengo que aprovechar ahora que puedo...
Madrugo. Paro en El Astillero para recoger a mi compañero de desventuras y nos dirigimos hacia La Cavada primero y Arredondo después para pasar frente a la cola de caballo más bonita de la tierruca y detenernos en el aparcamiento de los Collados del Asón (687 m.).



Desempolvamos nuestro viejo cuaderno de rutas y echamos a andar por una pista que gana altura lentamente hasta alcanzar el alto de La Posadía (896 m.). Ahí abandomanos el camino: nos desviamos a la derecha, dejando a nuestra izquierda el poljé de Brenavinto.


Un poljé es una depresión kárstica cerrada, de planta no circular y notables dimensiones. Constituye un espacio cóncavo enmarcado por paredes escarpadas que presenta un fondo plano rico en sedimentos que, en este caso, proceden de la descalcificación del macizo rocoso que nos envuelve. El agua de lluvia disuelve los carbonatos de la roca caliza y las impurezas insolubles se acumulan generando suelos ricos en sustancias minerales.

Nuestro sendero nos conduce hasta la Cabaña de Concinchao. Allí nos desviamos hacia la izquierda: caminamos a media ladera y después de atravesar pequeños bosques de hayas asentados sobre lapiaces alcanzamos nuestro destino.


Estamos en el extremo oriental de Canalahonda -conocido también como Canal Honda-, un estrecho cañón de unos setecientos metros de longitud labrado por la acción conjunta del agua y del hielo que impresiona por la altura de las paredes verticales que lo envuelven.


No lo dudamos: escoltados por el dulce canto de los pájaros nos sumergimos en la cañada del silencio y recorremos la dorada alfombra que cubre su suelo acompañados por el eco de nuestras voces.



El sinuoso sendero que serpentea por el fondo de la sombría grieta nos conduce hasta el otro extremo de la fisura abierta en la montaña.

  

El espacio se expande y al fondo vislumbramos las instalaciones de la base militar del Picón del Fraile.


Ignoramos el hermoso poljé que queda a nuestra derecha: la cubeta de Brenarromán; giramos a la izquierda y nos sumergimos en el interior de un bosque de cuento. 




El sendero se difumina, pero no hay pérdida: avanzamos entre dos farallones rocosos que nos conducen hasta el otro extremo del poljé de Brenavinto.


Descendemos hasta el fondo de la cubeta y la atravesamos, evitando las zonas inundadas debido a la ausencia, en este tipo de formaciones, de un sistema de drenaje superficial que permita la evacuación del agua de lluvia que no puede ser absorvida por la red de canales subterráneos.



Remontamos el alto de La Posadía y volvemos al aparcamiento de los Collados del Asón. En apenas cuatro horas hemos completado nuestro paseo...

Montamos en el coche y nos desplazamos hasta La Gándara. Aparcamos junto a las piscinas municipales y buscamos un prado en el que tirarnos a comer nuestros bocadillos, pero el día aún nos depara una sopresa más: antes de regresar a Santander tenemos ocasión de ver como los vecinos de valle juegan un partido de pasabolo tablón.


Esta modalidad del juego de los bolos consiste en lanzar una bola de más de cinco kilos de peso de manera que se deslice sobre un tablón e impacte con tres bolos colocados en línea arrojándolos lo más lejos posible sobre un campo de hierba de casi cincuenta metros de largo.

Vemos como juegan un rato. Después tomamos un cafetín y volvemos para casa. Hoy todavía tenemos cosas que hacer...

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