domingo, 28 de mayo de 2017

UNA VIDA MEJOR: solo los muertos no sufren ya

Santander, 28 de mayo de 2.017

¡Es fantástico sufrir cuando se tiene salud!
¡Es un auténtico privilegio!
Solo los muertos no sufren ya...

Adoro a Anna Gavalda. Sus puntos suspensivos me brindan la posibilidad de pararme a pensar... 

"Una vida mejor" (2.016) es la segunda novela de la trilogía que está escribiendo sobre la juventud actual. En ella funde dos historias distintas y una misma elección: arriesgarlo todo para buscar una vida mejor. Dos relatos independientes protagonizados por personas corrientes de nuestro tiempo: jóvenes hastiados que buscan un madero al que aferrarse para convertirlo en su tabla de salvación...


Mathilde Salmon tiene veinticuatro años y, aunque oficialmente todavía es estudiante de Historia del Arte, en la vida real trabaja para su cuñado, que dirige una gran agencia de creación digital para proyectos de diseño, 'branding' y desarrollo en internet.
Trabaja desde casa, a su ritmo y en negro. Se pasa el día mintiendo y la noche bailando... Bueno, eso era antes. Ahora pierde el tiempo y el apetito a la luz de la luna mientras espera a alguien que no vendrá: a un chico que ni siquiera sabe que le está esperando...

Hace tres meses estaba sentada detrás de la barra de un café cercano al Arco del Triunfo, al fondo, a la izquierda, esperando a una de sus compañeras de piso. Pensaba en el desconocido que, después de salvarle la vida, se había marchado de puente con un trocito de ella colgado en bandolera: "¿Qué edad tendrá? ¿Será discreto, educado, curioso…? ¿Habrá probado con otros números antes de llamar a mi padre? ¿Habrá visto mis fotos? ¿Habrá ojeado mi libreta? ¿Habrá mirado mi careto en mis documentos de identidad? ¿Habrá dado con mis preservativos de Hellow Kitty, mi corrector de ojeras o mi trébol de cuatro hojas? ¿Habrá descubierto mis secretos…?".
Lo cierto es que era feo, estaba gordo, tenía un remolino en el pelo, vestía como un paleto, se mordía las uñas, olía raro, le faltaba un dedo y poseía un léxico bastante limitado. Su nombre resultó ser Jean-Baptiste y afortunamente había respetado su confianza en el género humano. “Si hay algo en la vida que de verdad te importa, haz lo que sea para no perderlo”, le dijo antes de devolverle su bolso con los diez mil euros que llevaba dentro intactos. Le pidió su número de teléfono. Ella se lo dio, confiando en que le llamase, pero él tardó en hacerlo...

La vida trató de seguir su curso hasta que, varios días después, un cocinero retraído, tarado e insomne, le llamó a las doce y cuarto de la noche: "Me gustaría hacerte de comer...". No volvió a llamar: ni esa noche, ni las siguientes...



Toda su vida era una gran mentira, pero ella siempre lo supo: sabía que su padre iba a tirarse a la zorra de su amante justo después de dejar a su madre en el hospital, en su sesión de quimio; sabía que ella lo sabía, y sabía que no eran ciertas todas las buenas noticias que le contaba a su abuela por teléfono, hablanco en voz bien alta, para que la oyera; sabía que él se largaría de casa antes incluso de que se enfriara su cadáver, que tendría que irse a vivir con su hermana, que se raparía la cabeza y las cejas, y que catearía el examen de bachillerato.
Con el tiempo, para devolverle el favor a su hermana, se convirtió en la canguro de sus hijos. Fue de guay, de maja, de tía enrollada… Se dejó crecer el pelo y recuperó el tiempo perdido, pero la precesión va por dentro. Ahora se pasa las noches en vela, acurrucada en el borde de la vida, intentando que esta pase de largo.

¿Cómo era posible que hoy, en lo que habíamos hecho de nuestro mundo, una persona le devolviera a otra, a la que no conocía de nada, diez mil euros en metálico sin más comentario que un consejo bien intencionado sobre la importancia de no dejar escapar algo valioso? Quería saber de donde venía ese chico tan raro: dejarse morir de hambre para que él la recogiera y la escondiera allí donde había metido el bolso de su mamaíta; que subiera la cremallera hasta arriba y le dajara descansar por fin sobre su blando pecho…

Se convirtió en la Mathilde de “Un largo domingo de noviazgo”: buscaba a un chico nada guapo que se la quería come. Quizá estuviera a punto de meterse en la boca del lobo pero tenía que encontrarlo para poder pasar a la ofensiva: atacar, avanzar y conquistar. Aparecer, sonreir, bromear… 

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Yann Carcarec era lo que quedaba de un niño de principios del siglo XXI, nacido en un país rico y criado por padres cariñosos y entregados, al que nunca le faltó de nada. Hizo todo lo que se esperaba de él: estudiar, examinarse, sacarse el título y cumplir con las prácticas de empresa…
Hoy es representante de una especie de antro 'high-tech'  que exhibe pequeños robots coreanos para uso doméstico, lúdico y hogareño, de las clases medias europeas. Cumplirá veintiséis años en junio y no consigue saber si es joven todavía o si ya es viejo. ¡No encuentra su sitio! Se siente perdido en su vida: su edad, su juventud inútil, su diploma -que no impresiona a nadie-, su birria de curro, su relación de pareja...

Envidia a sus vecinos. Ambos se han convertido en su medida de referencia.
Alice siempre está despeinada, siempre va con prisa y siempre es muy educada. Podría haberse enamorado de ella a primera vista, si no hubiera adorado a su marido -Isaac-, que a su vez la adoraba a ella y seguramente le hacía mucho el amor. Se divierten juntos, se ríen mucho y ambos son felices: no tienen miedo de la vida, ni del mañana, ni de la crisis, ni de todas esas cajas de Pandora 'made in China' que unos viejos imbéciles, con más miedo aún que nosotros, entreabren sin cesar para desanimarnos y poder quedarse con todo el botín.
A veces, hay que prococar al destino: desafiarlo... En la vida, llega un momento en que hay que coger a la suerte por el cuello y tratar de emocionarla. Poner toda la carne en el asador y apostarlo todo: tu comodidad, tu jubilación, el respeto de tus iguales, tu dignidad... Solo entonces es posible morir y resucitar.

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