miércoles, 18 de octubre de 2017

EL COLOR DEL SILENCIO: el dinero no compra la felicidad

Santander, 13 de octubre de 2.017


La escritora alicantina Elia Barceló confiesa que en sus historias siempre hay un misterio que desvelar, un secreto que al final se descubre y unos comportamientos que solo se entienden cuando se cierra la novela.

En "El color del silencio" caminamos, envueltos por la culpa, al ritmo impuesto por los recuerdos: “un pasito para delante, un pasito para detrás…”, buceando en los secretos encerrados en las dos cajas de cartón que su madre dejó a Helena antes de morir…

Cada ser humano es un espíritu enorme encerrado en un cuerpo muy pequeño que envejece muy deprisa en un círculo familiar y de amistades diminuto, y nadie quiere saber nada de nadie, porque saber duele y hace que se derrumben los altos castillos que fabricamos al querer a alguien.

Helena se preguntaba qué era lo que le impulsaba a hurgar en su pasado pese a ser consciente de que este no se puede cambiar -ni siquiera comprender-, pues la mayor parte de las cosas que ocurrieron se han desdibujado hasta el punto de que ni ella misma sabe a ciencia cierta si tuvieron lugar como las recuerda o si el tiempo y la narración las han cambiado sutilmente, convirtiéndolas en la historia que ella, a base de omitir detalles, resumir e intentar dar coherencia a lo que sucedió, ha elegido contar.
Puede que no fuera la misma si su hermana Alicia no hubiera muerto. Quién sabe si se habría limitado a ser su socia, a ocuparse de la administración de su empresa y a pintar solo como hobby, en los ratos libres, o si, de todos modos. habría salido huyendo despavorida, abandonando a su familia, para lanzarse a la vida de artista que le llevó a recorrer el mundo entero... Todo sucedió el 20 de julio de 1969: la noche en que la especie humana llegó a la Luna. Ella tenía veintidós años y estaba de vacaciones con su hermana y su cuñado en la casa que sus padres tenían en Marruecos. Tenían previsto dar una fiesta en el jardín para celebrar el alunizaje, pero por la tarde Alicia tuvo que salir a recoger unas telas que habían encargado para la decoración de la finca. Nunca regresó: su cadáver apareció al día siguiente. Desde entonces ella se había sentido impotente, estúpida y furiosa por no saber quién lo hizo. Se sentía culpable de la muerte de su hermana y le hubiera gustado que alguien se lo reprochara para poder defenderse y gritar a los cuatro vientos que ella no tuvo nada que ver en ello, pero nadie lo hizo. Quisiera poder pasar página y dejar todo aquello atrás, pero han pasado cuarenta y ocho años y sigue sin ser capaz de hacerlo...

Los muertos se quedan congelados para siempre en sus virtudes mientras que los vivos cambian, evolucionan, toman decisiones, se separan, se alejan y te abandonan… Tras la muerte de Alicia, ella se convirtió en la única esperanza de sus padres, pero prefirió alejarse de ellos, separarse de un marido al que nunca quiso y marcharse dejando atrás un hijo que había llegado por casualidad, sin que nadie lo llamara. Le tildaron de egoísta, de loca, de mala hija y de mala madre, pero nunca le importó...

Hace años que no habla de Alicia con nadie: mertos sus padres y desparecido su cuñado Jean-Paul en las nieblas del tiempo y la distancia, no ha tenido a nadie con quien poder hacerlo. Si el horrendo crimen hubiera tenido lugar en la actualidad, la prensa se habría llenado de fotos, detalles escabrosos e inoportunas entrevistas, y en los programas de televisión unos cuantos descerebrados, vulgares e incultos, habrían hablado durante horas, a gritos y quitándose mutuamente la palabra, sobre la muerta, su familia y su trabajo, inventando sobre la marcha detalles picantes o macabros, pero en este caso resultaba llamativa la falta de información. Los recuerdos encerrados por su madre en un par de cajas de cartón pueden abrirle la puerta del pasado: ya va siendo hora de conocer la verdad...

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