Santander, 18 de enero de 2.018
Creo que fueron internet y el viento del
norte los que me sugirieron que leyera “Cada día, cada hora”, de Natasa Dragnic. Ha llovido mucho desde entonces -ha
llovido fuera, y dentro también-, pero tenía el título anotado en mi agenda y
ahora, por fin, ha llegado el momento de leerlo.
Siempre
quise ser actriz, escritora o profesora, y he tenido suerte: ¡he llegado a ser
las tres cosas!
Nací
en 1.965 en Split, Croacia. Durante mi niñez podía ver el mar desde la ventana
de mi dormitorio…
Cuando
tenía dieciocho años dejé Split por primera vez para estudiar alemán y Estudios
en Lenguas Romanicas en Zagreb. En 1.994 me trasladé a Alemania, donde continúo
trabajando como profesora de alemán, francés, inglés y croata.
De
pequeña me encerraba en el baño -sin vistas al mar-, y practicaba haciendo
caras en el espejo, expresando diferentes emociones, imitando gestos y
reproduciendo diálogos completos. Durante mis estudios me atreví, finalmente, a
salir a un escenario real, frente a un público de verdad, y, desde entonces, no
he podido dejar de hacerlo.
Cuando
tenía seis años, escribí mi primer poema: cuatro versos. Cuatro décadas más
tarde, en 2.011, la editorial alemana DVA publicó mi primera novela: “Cada día,
cada hora”, pero, por si esto no fuera suficiente, antes de su aparición en el
mercado, sus derechos se habían vendido a más de veinte países más. Me siento
abrumada y recompensada por la gran acogida que ha tenido el libro. Gracias.
Natasa
Dragnic
La autora utiliza frases cortas, separadas por puntos. Ellos
son sus grandes aliados. Su prosa es sencilla. Su lenguaje claro. Pinta dos
personajes con los que se puede empatizar -o no-, y construye una historia de amor
atemporal que atrapa y conmueve al lector.
La primera mitad del libro me ha parecido
genial. La segunda no está mal…
“Despierta: eres
mi Bello Durmiente,
solo
mío.”
Luka nació en 1.959, en Macarsca, un
pequeño pueblo de la costa de Croacia. Dora llegó al mundo tres años después.
Él nació en silencio, ella lo hizo berreando. Ambos se conocieron en la
guardería y desde el primer día se hicieron inseparables. Algo flotaba en el
aire cuando estaban juntos: olía a mandarinas y almendras tostadas, a mar y a
galletas recién horneadas, y a primavera…
Luka tiene nueve años y conoce el rostro
de Dora como la palma de su mano. Nunca se cansa de mirarlo. Cuando ella ríe,
la ciudad entera tiembla. Es divertida y tiene respuesta para todo. Con ella
nadie se aburre nunca. La vida, a su
lado, es una aventura: no le tiene miedo a nada…
Ambos han crecido de la mano, compartiendo
juegos, rocas, helados y nubes, pero se acabó lo que se daba: el mar, las
piruletas, los largos paseos por la playa… A Dora no le importaría morirse en
ese preciso instante. Él, sin embargo, permanece tumbado sobre la piedra lisa,
moviendo las piernas en el agua, esperando... Eso es lo que hace siempre:
esperar.
Esperar y pintar. Le gusta pintar, pero se
resiste a matricularse en la facultad de Bellas Artes de Zagreb. ¿Qué se le ha
perdido a él allí? En Macarsca está la luz, está el mar… ¡Macarsca es su punto
de encuentro! ¿Dónde, si no, iban a coincidir?
Ha cumplido diecisiete años y se ha
convertido en ‘el hombre de la casa’: su padre se ha ido y su madre ha muerto.
Su hermana Ana lloró desconsoladamente mientras él se limitaba a quedarse
quieto y esconderse. Ha llegado el momento de tomar decisiones: su padre
regresará a Macarsca y él se trasladará a Zagreb. Quiere aprender a pintar todo
lo que siente dentro: ¡el mar y la luz!
Hace tiempo que Dora y sus padres se
mudaron a París, pero ella sigue siendo la misma chica abierta, curiosa e
imparable que ha sido siempre. Habla efusivamente de todo. De todo menos del
mar. El mar solo conoce un idioma. El mar y también las olas, la roca, las
gaviotas, los baños, la playa de cantos rodados, el barco, las conchas, las
nubes… Esas son palabras que ella atesora en su alma mientras espera a que
llegue su Príncipe Durmiente para liberarlas…
En Zagreb, Luka conoció a Klara. Lo suyo
no se puede decir que fuera amor a primera vista -eso pasó hace tiempo y ya
terminó-, pero le gustó. Ella se quedó embarazada. Él no quiso al niño y se
marchó. Desde entonces, un bosque impenetrable de nombres que solo representan
un cuerpo de mujer ha crecido en su cama, pero rara vez ha sentido el deseo de
repetir…
Dora, por su parte, camina hacia el futuro
escoltada por un mosaico construido con minúsculos fragmentos de una vida
anterior que habita en su interior.
Gerard no era Felipe. Se sentía a gusto a
su lado, pero no lo amaba. André tampoco lo es, aunque lleven cuatro años
juntos. Quiere casarse con ella, pero ella se pregunta por qué…
Luka está nervioso, aunque lo tiene casi
todo preparado. Va a exponer en París…
Dora acaba de convertirse en actriz
profesional. Para celebrarlo ha mirado al cielo, pero no había nubes: “¡un cielo sin nubes no debería existir!”.
Luka mira fijamente a la joven que acaba
de entrar a la galería. Se queda quieto, contiene la respiración y cae al
suelo. Dora corre hacia él. Llega a su lado, se inclina sobre él y le besa. Él
abre los ojos. Ella sonríe. Él acerca su mano a su rostro y ella susurra: “eres mi Príncipe Durmiente”.
Han tenido que pasar dieciséis años para
que el tiempo se detenga. En sus vientres, miles de pelícanos baten
furiosamente sus alas. Se miran. Se besan. Se acarician. Se aman. Así de
sencilla es la vida…
“…te
amo solo a ti, siempre a ti, solo a ti. Eres el aire que respiro al palpitar de
mi corazón. En mí eres inmensidad. Eres el día y la noche, y el asfalto que
piso, y la piel que cubre mi cuerpo, y los huesos bajo mi piel, y mi barco, y
mi desayuno, y mi vino, y mis amigos, y mi café de la mañana…”
La casa de Dora huele a ella con él. Ambos
son felices. Comparten el tiempo y muchas risas, pero su tren se va…
Han pasado tres meses y Luka regresa a
Croacia…
Han pasado semanas y Luka no ha vuelto a
dar señales de vida…
“Dora,
que te vaya bien. No me vuelvas a llamar nunca más”. ¡Como le va a ir bien sin él! Dora viaja
a Macarsca. Se encuentran, se aman, y luego Luka se confiesa: “estoy casado…”.
En febrero Dora y Luka estaban juntos y se
querían. En mayo Luka está casado. Entonces no lo estaba. Entonces quería
casarse con Dora. Aún sigue queriendo casarse con Dora, pero Klara no estaría
conforme. Klara está embarazada, otra vez... Cuando Luka lo supo sintió que no
podía volver a eludir su responsabilidad. Tenía que hacer algo y no había
muchas opciones: se casaron. Él dijo sí y se desmayó, pero nadie vino a
despertarle...
Hace dos meses que Klara dio a luz una
niña. Ella es la que lo ha desbaratado todo. Luka no la odia, pero tampoco la
quiere. Dora y él son inseparables. Klara lo sabe, pero él no se lo cuenta. Es
ella la que tiene que preguntar…
“La
amo. Lo es todo para mí. La conozco desde siempre. Estuvimos dieciséis años
separados y después, nos encontramos, por casualidad, en París. Eso es todo. ¡La
amo!”.
Luka no tiene valor para cortar por lo
sano. Klara le amenaza con no dejarle ver a su hija y su familia le ha pedido a
Dora que regrese a París y se aleje de él. A simple vista parece que las cosas
entre ellos van como siempre, pero no pueden seguir así…
Dora ha vuelto a París. El mundo carece de
sentido para ella. Está vacío. Es cruel, innecesario, inútil… Sentir es algo
que no se puede permitir. Se limita a esperar que la vida vuelva a encontrarla.
Luka permanece sentado en el sofá de su
salón. El mundo carece de sentido para él. Está vacío. Es cruel, innecesario,
inútil… Sentir es algo que no se puede permitir. Vivir ya no tiene sentido: pintar
ya no tiene sentido. Es un maestro en el arte de castigarse, y se limita a
esperar que la paz lo encuentre.
Dora cumple veintiocho años. Sigue vive y
ha triunfado en el teatro. Le gustaría que Luka fuera feliz, pero él, sin ella,
no sabe serlo. Tiene treinta y uno y vive en paz, pero a menudo le gustaría
desvanecerse en el aire -o en el agua-, y desaparecer sin dejar rastro…
Ella tiene un plan…
Regresa a París después de haber pasado
unos días en Maracsa. Lo hace con una mano apoyada en su vientre y sonriendo.
Todo estaba perfectamente calculado…
Nikola acaba de cumplir diez años. Es el
hijo de Luka, pero él no le conoce, de hecho, ni siquiera sabe que existe. Maja
está en la playa: es su segunda hija. Ella también está a punto de cumplir diez
años...
Luka no es feliz: no ha conseguido serlo.
Trata de no pensar en el pasado y se limita a sobrevivir, pero desde hace
algunos días el mundo es distinto: ya no es padre de la hija por la que
renunció a vivir, y ha vuelto a pintar. Ha sido indultado y todo es posible aún:
¡no es demasiado tarde para nada!
Había una vez un pequeño hotel junto al
mar, protegido del frío viento del norte por piños piñoneros. El muro que daba
al sur sabía a sal y calor, incluso en invierno. Grandes ventanas y puertas de
balcones reflejaban las olas. El mar, como un cielo nocturno cuajado de
estrellas, abrazaba la pequeña playa de cantos rodados que había más abajo del
hotel. Allí fue donde empezó todo…
Quiero
que sepas una cosa…
Tú
sabes cómo es esto:
si
miro la luna de cristal,
o
la rama roja del lento otoño en mi ventana,
si
toco, junto al fuego, la impalpable ceniza,
o
el arrugado cuerpo de la leña,
todo
me lleva a ti,
como
si todo lo que existe:
aromas,
luz, metales…,
fueran
pequeños barcos
que
navegan hacia las islas tuyas que me aguardan.
Ahora
bien,
si,
poco a poco, dejas de quererme,
dejaré
de quererte poco a poco.
Si
de pronto me olvidas,
no
me busques, que ya te habré olvidado.
Si
consideras largo y loco
el
viento de banderas que pasa por mi vida,
y
te decides a dejarme
a
la orilla del corazón en que tengo raíces,
piensa
que, en ese día, a esa hora,
levantaré
los brazos
y
saldrán mis raíces a buscar otra tierra.
Pero,
si cada día, cada hora,
sientes
que a mí estás destinada
con
dulzura implacable,
si
cada día sube una flor a tus labios, a buscarme…
¡Ay,
amor mío!
¡Ay,
mía!
En
mí todo ese fuego se repite;
en
mí nada se apaga, ni se olvida.
Mi
amor se nutre de tu amor, amada,
y,
mientras vivas, estaré en trus brazos,
sin
salir de los míos.
(“Si
tú me olvidas”,
Pablo
Neruda)
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