martes, 9 de febrero de 2021

BARRIO DEL REY: hay gente muy mayor todavía, pero cada vez van quedando menos

Santander, 15 de enero de 2.021

Son muchos los niños del colegio la Salle que, por las tardes, al salir de clase, juegan en las escaleras de la calle Archivo de Simancas, las cuales constituyen uno de los accesos al Barrio del Rey, una urbanización situada entre esta y el paseo General Dávila, en la que, aisladas del bullicio de la ciudad, llegaron a vivir hasta ciento cuarenta y cuatro familias. Hace poco, celebró su noventa cumpleaños…


 

El rey Alfonso XIII fue quien, el 24 de agosto de 1.925 -cuatro días después de la fecha prevista inicialmente debido a las torrenciales lluvias caídas el 20 de agosto-, puso la primera piedra de un proyecto que se concluyó dos años y medio después, el 12 de febrero de 1.928, cuando se entregaron las llaves de sus casas a los primeros cooperativistas, los cuales, después de haber pagado una entrada de mil pesetas, deberían pagar una cuota de treinta y cinco pesetas mensuales durante catorce años para completar las seis mil ochocientas pesetas del precio de sus nuevas viviendas.




Lavín Casalis y Domingo A. Alonso fueron el proyectista y el constructor de este barrio obrero formado por edificios sencillos de tres alturas distribuidos a lo largo de un ordenado entramado de calles anchas con amplios patios y aislado del exterior por un recio muro de piedra perimetral.

 

El vecindario contó en su día con escuela unitaria -convertida después en parvulario-, y parroquia, pero también  con un estudio de fotografía o una barbería, regentada esta por Enrique Dávila, quien, en sus tiempos muertos, se dedicaba a la pequeña escultura, aunque, como cuenta en su blog Óscar Corvera (https://barrioobrerodelrey.blogspot.com.es), una vez se hizo grande, pues él fue quien en su día esculpió el icónico pescador de La Maruca, lugar al que muchos vecinos del barrio iban a bañarse o pescar, atravesando los prados del Alto que se extendían junto a la fábrica de curtidos de Pedro Mendicouague.

 

Julio es el dueño de la pequeña tienda de ultramarinos en que se ha convertido hoy en día el economato abierto por su abuelo, detrás de la escuela, en 1.940. Han pasado muchos años desde entonces. Lo que actualmente es una discreta sucursal de Covirán, comenzó siendo un pequeño mercado en el que había un poco de todo: panadería, estanco…, para convertirse unos años más tarde en un bar con tienda que dispuso del primer teléfono instalado en el barrio,



Vital Alsar fue, sin duda, su vecino más ilustre. En una entrevista concedida a un canal de televisión local (Canal 8), el intrépido navegante santanderino recordaba con nostalgia su infancia en el Barrio del Rey, al que se trasladó con sus padres en 1.935, cuando tenía solo dos años de edad: los interminables partidos de fútbol en los que él jugaba de portero, lo dormilón que era y las clases de la señorita Carmela, pero también el miedo que pasaba durante los bombardeos a los que fue sometida la ciudad durante la Guerra Civil. “Todas las bombas caían encima de mi casa; parecía que me buscaban a mí”, bromeaba el aventurero.

 

Especialmente virulento fue el bombardeo acaecido el 27 de diciembre de 1.936. Poco después del mediodía de un soleado domingo de invierno, comenzaron a sonar las sirenas que avisaban de la presencia de aviones enemigos. Tras cruzar la cordillera por El Escudo, desde la mar y por La Maruca, entraron dieciocho aparatos: nueve bombarderos y otros tantos cazas biplanos. Los vecinos del Barrio del Rey vieron llegar los aviones y trataron de ponerse a salvo lo más rápidamente posible. Muchos optaron por huir corriendo por los prados del Alta, pero esta decisión resultó ser fatal para ellos cuando varias bombas cayeron en las proximidades de las instalaciones de Curtidos Mendicouague. Diez personas murieron en el acto, mientras los cazas ametrallaban a los supervivientes. En el interior de la barriada cayó una sola bomba. Afortunadamente, lo hizo sobre la escuela -que estaba vacía por ser domingo-, y, además, aunque hundió la techumbre del edificio, no explotó. El balance final del ataque fue terrorífico: sesenta y ocho personas muertas y otras tantas heridas, muchas de ellas vecinas del barrio.

 

Mucho ha llovido desde entonces. Son noventa y tres los años que está a punto de cumplir este singular barrio y esperemos que le queden muchos más. Entre sus casas, aún se respira la atmósfera original. El espíritu del barrio sobrevive, aunque, como reconoce el propio Julio en una entrevista concedida a Álvaro Machín y publicada en El Diario Montañés el 19 de febrero de 2.018, “hay gente muy mayor todavía, muy antigua, en cuanto a que llevan toda la vida aquí, pero cada vez van quedando menos y los que vienen no se involucran tanto".

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