domingo, 2 de marzo de 2014

ISABEL (VI): la fortaleza de un hombre no se mide por las veces que cae sino por las que se levanta

Mogro, 30 de mayo de 2.013

Isabel y Fernando son primos. Su matrimonio no podrá llevarse a cabo sin el permiso de la iglesia. Necesitan que el Santo Padre les conceda una bula para poder casarse.
El arzobispo Carrillo y el resto de consejeros de Isabel le hicieron creer que el difunto Papa Pío II había concedido a Fernando, cuando éste aún era un niño, una bula que le permitía casarse con cualquier miembro de su familia; el Papa Paulo la daría por buena y monseñor Véneris la traería de Roma.
Lo cierto, sin embargo, es que, aunque dicho documento existe, el Papa murió antes de firmarlo. Isabel ha aceptado casarse con Fernando y Carrillo está dispuesto a negociar con Roma y sobornar a quien sea necesario con tal de que nadie pueda impedir que la boda se celebre.
Él y la corona de Aragón le ofrecen al pontífice apoyo financiero para sus cruzadas y el compromiso de expulsar definitivamente al infiel de la península a cambio de que firme la bula. Al papa le complace el matrimonio de dos príncipes como Isabel y Fernando pero no puede perder el favor de Castilla, aliado imprescindible para Roma, ni enemistarse con Francia y Portugal. Enrique espera sin hacer nada: confía en que la bula sea denegada y la boda de su hermana no pueda llevarse a cabo.
El papa Paulo se lava las manos...
Concede una dispensa papal, en secreto y de palabra, que para Isabel no es suficiente, pero Aragón y Castilla merecen un futuro mejor y ella y Fernando pueden dárselo. En ocasiones la grandeza del fin justifica la vileza de los medios: no importa que se desvíen un poco del camino porque al final llegarán a su destino. Su prometido logra convencerla. Se casarán amparados en una bula falsa pero tendrán hijos, reinarán y no recibirán órdenes de nadie.

Su boda se celebró el 19 de octubre de 1.969 en Valladolid, en la Sala Rica del Palacio de los Vivero, a la caída de la tarde. Don Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, fue quien les casó y por la noche se celebró un gran banquete con centenares de invitados entre los que hubo caballeros, dignidades y gente de todos los estados y profesiones.



Fue la boda de una princesa y un rey: se celebro sin escándalos y sin invitar a gentes extranjeras pero los festejos estuvieron a la altura de tal ocasión.


Pacheco siente que el rey le ha dado la espalda pero se avecina tormenta. Enrique no pensaba que su hermana fuese capaz de casarse sin la bula papal y su matrimonio le ha cogido con el paso cambiado: debía haber actuado antes pero no lo hizo...
El duque de Villena mueve sus hilos: propone casar a la pequeña Juana con el duque de Guyena, hermano del rey de Francia, y desheredar a Isabel por no haber respetado los Pactos de Guisando al casarse por su cuenta y sin bula. De este modo, la hija de Enrique se convertiría en la heredera de la Corona de Castilla...

El cardenal Yofroi viaja hasta Segovia con la intención de pactar las capitulaciones de su boda. El enlace se celebrará por poderes dentro de unos meses y la novia permanecerá en Castilla hasta completar la mayoría de edad, momento en el que se ratificará y consumará el matrimonio.

Mientras, Isabel, Fernando se ven obligados a pasar un crudo invierno confinados en Valladolid, sin víveres y sin dinero, esperando el apoyo de un ejército que no llegará ni desde Aragón ni desde Toledo, donde la Corona de Castilla ha confiscado los bienes del arzobispo Carrillo.


Los campos están yermos y el pueblo pasa hambre y padece. Quienes les vitoreaban cuando se casaron hace unos meses ahora no tienen un trozo de pan que llevarse a la boca. Quienes antes les seguían por amor ahora lo hacen por miedo.
Isabel está tranquila: el mundo se ha derrumbado a su alrededor muchas veces pero Dios siempre le ha echado una mano y esta vez, además de Dios, tiene a Fernando.

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