Santander, 15 de enero de 2.011
Los Conway, una familia burguesa acomodada, festejan el final de la
primera guerra mundial y el cumpleaños de una de las hijas de la familia.
Todo
es alegría y alboroto, optimismo y diversión.
La
fiesta se interrumpe; viajamos veinte años en el tiempo y somos testigos de
las penurias, decepciones y enfrentamientos a los que la familia se va a ver
sometida en el futuro.
Regresamos
a la fiesta de cumpleaños pero ahora que conocemos el destino de los personajes
les vemos con otros ojos.
J.B.
Priestley nos presenta hoy en la Sala Argenta del Palacio de Festivales una colección de personajes que no son sino un juguete
en manos del tiempo.
El
discreto trabajo de los actores (salvo la destacable intervención de Luisa
Martín) me deja frío. De haber sabido como me iba a sentir al terminar la
función me hubiese quedado en casa.
Sin
embargo seguramente tenga razón William Blake y para ser realmente felices y
gozar de la vida debamos saborear en igual medida los buenos y malos momentos
que el destino nos brinde.
Alegría y dolor tejen un
manto único
para el alma inmortal.
Bajo cada amargura,
pone su hilo de seda la divina
alegría.
Y está bien que así sea.
El hombre fue creado de
alegría y dolor,
y cuando esta verdad nos
habita por dentro
marchamos más seguros por
el mundo.
“Auguries of Innocence”
(1803)
William Blake
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