Santander, 2 de agosto de 2.018
“Los hijos de Adán” (2.014) es la segunda
entrega de “La saga de los longevos”, una novela inclasificable, en la que se
mezclan demasiadas cosas, y con la que Eva García Sáenz vuelve a la carga,
dispuesta a seguir explotando el filón…
A
lo largo de la historia, siempre ha sucedido lo mismo: cada vez que los
miembros de la Vieja Familia se han reunido durante un periodo de tiempo
prolongado, han acabado destrozándose…
Esta
vez ha sido la búsqueda del gen de la longevidad lo que ha hecho que el clan se
desintegue. Lyra ha muerto, y Jairo se ha esfumado. El ambicioso Nagorno ha
desaparecido después de que su hermano le inyectara un inhibidor de telomerasa
con la esperanza de que así su corazón envejeciera como el de una persona
normal, ha desaparecido. Héctor -su padre-, lo ha dejado todo para buscarle,
pero Iago se ha quedado en Santander, al frente del Museo Arqueológico de
Cantabria (MAC), y se ha casado con Adriana. Desde hace año y medio, ambos
comparten un precario equilibrio, pues la desproporción existente entre sus recuerdos
es tan grande que solo pueden plantearse vivir el presente.
Sin
embargo, el pasado siempre vuelve, y casi siempre trae problemas… La súbita
aparición de Gunnarr no puede ser casualidad. Su presencia no presagia nada
bueno y es posible que haga que todo salga volando por los aires. Iago y él se
adoraban. Su hijo era un tipo encantador, desesperadamente humano: carismático,
inteligente, empático..., pero lleva más de cuatrocientos años muerto. Los
ingleses le mataron en 1.602, durante la batalla de Kinsale, en Irlanda. Nagorno
les contó a todos murió en sus brazos, con el cráneo destrozado. ¿De dónde ha
salido entonces? ¿Por qué ha vuelto? ¿Qué es lo que quiere? Demasiadas
preguntas para tan pocas respuestas…
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