viernes, 21 de septiembre de 2018

LA VIDA INESPERADA y DOÑA ROSITA LA SOLTERA: hay cosas que no se pueden decir...

Santander, 15 de septiembre de 2.018


Hace unos días vi, sentado en el salón de mi casa, “La vida inesperada” (2.014), una película con guion de Elvira Lindo, dirigida por Jorge Torregrossa y protagonizada por Raúl Arévalo y Javier Cámara...


Jorge (Raúl Arévalo) viaja a EE.UU. para escapar de su presente y, sobre todo, de su futuro, y visita a su primo Juan (Javier Cámara), un actor que hace años emigró a Manhattan persiguiendo el sueño de convertirse en actor, pero que, con el paso del tiempo, se ha convertido en un experto en ‘minijobs’ que aprovecha los huecos que le dejan libre la barra del bar en el que trabaja y las clases de cocina española que imparte para subirse a un escenario y meterse, por ejemplo, en la piel del lorquiano primo de doña Rosita…


“Doña Rosita, la soltera” (1.935) es una obra de teatro escrita por Federico García Lorca -la última estrenada antes de su muerte-. Puede parecer una comedia dramática liviana, tranquila y romántica, pero los versos del poeta granadino, sin dejar de ensalzar algunas de las mayores virtudes de su querido pueblo español: su nobleza, su abnegación, su sinceridad o su fidelidad, denuncian la cursilería y mojigatería españolas de comienzos del siglo XX, y representan, según sus propias palabras, “la vida, mansa por fuera y requemada por dentro, de una doncella granadina que, poco a poco, va convirtiéndose en esa cosa grotesca y conmovedora que es una solterona en España”.

 
Cuando se abre, en la mañana,
roja como la sangre está.
La tarde la pone blanca,
con blanco de espuma y sal.
Y cuando llega la noche,
se comienza a deshojar…

Doña Rosita no tiene padre, ni madre, ni perrito que le ladre, pero tiene un tío y una tía que valen un potosí. Ellos fueron quienes consintieron su noviazgo con el primo que ahora ha de viajar al Yucatán, junto a sus padres…

¿Por qué tus ojos traidores
con los míos se fundieron?
¿Por qué tus manos tejieron,
sobre mi cabeza, flores?
¡Qué luto de ruiseñores
dejas a mi juventud,
pues, siendo norte y salud
tu figura y tu presencia,
rompes con tu cruel ausencia
las cuerdas de mi laúd!
…una noche, adormilada
en mi balcón de jazmines,
vi bajar dos querubines
a una rosa enamorada;
ella se puso encarnada,
siendo blanco su color,
pero, como tierna flor,
sus pétalos encendidos
se fueron cayendo heridos
por el beso del amor.
Así yo, primo, inocente,
en mi jaula de arrayanes
daba al aire mis afanes
y mi blancura a la fuente.
Tierna gacela imprudente,
alcé los ojos, te vi
y en mi corazón sentí
agujas estremecidas
que me están abriendo heridas
rojas como alhelí.
Yo ansío verte llegar
una tarde por Granada,
con toda la luz salada
por la nostalgia del mar.
¿Volverás…?

Sí, prima: ¡volveré!
He de volver, prima mía,
para llevarte a mi lado,
en barco de oro cuajado,
con las velas de la alegría.
Que, aunque atraviese la mar,
el agua me ha de prestar
nardos de espuma y sosiego
para contener mi fuego
cuando me vaya a quemar…
Cuando mi caballo lento
coma tallos con rocío,
cuando la niebla del río
empañe el muro del viento,
cuando el verano violento
ponga el llano carmesí
y la escarcha deje en mí
alfileres de lucero,
te digo, porque te quiero,
que me moriré por ti.
Sí, prima: ¡volveré!
Luz y sombra, noche y día,
solo pensaré en quererte.
Por los diamantes de Dios
y el clavel de su costado:
¡juró que vendré a tu lado!

No está bien que un hombre se vaya y deje quince años plantada a una mujer que es la flor de la manteca. Ella le necesita a su lado: cogiéndola del brazo, meneando el azúcar de su café y probándolo antes para ver si quema…, pero ahora resulta que le es imposible regresar.

Plagados de mentirosas escrituras de cariño, otros diez años han caído. Rosita se ha acostumbrado a vivir fuera de sí, pensando en cosas que estaban muy lejos, y ahora que esas cosas ya no existen, sigue dando vueltas, y más vueltas, por un sitio frío, buscando una salida que no ha de encontrar nunca. Ella es consciente de la falsedad de corazón de su primo y del engaño mantenido. Lo sabe todo: sabe que se ha casado…
Si la gente no lo hubiera sabido, si no lo hubiera sabido nadie más que ella, sus cartas y su mentira hubieran alimentado su ilusión como el primer año de su ausencia, pero lo saben todos, y ella se siente señalada por un dedo que hace ridícula su modestia de prometida y da un aire grotesco a su abanico de soltera.
Cada año transcurrido, ha sido como una prenda íntima que arrancaran de su cuerpo: hoy se casa una amiga, y otra, y otra…, y mañana tiene un hijo, y crece, y va a enseñarle sus notas de examen, y la gente hace casas nuevas, y canta canciones nuevas, y ella sigue igual, con el mismo temblor, cortando el mismo clavel, viendo las mismas nubes…
Y un día baja al paseo y se da cuenta de que ya no conoce a nadie: muchachos y muchachas le dejan atrás, porque se cansa, y uno dice: “ahí está la solterona”, y otro comenta: “a esa ya no hay quien le clave el diente”. Y ella lo oye y solo puede gritar: “¡vamos adelante!”, con la boca llena de veneno y con unas ganas enormes de huir, de quitarse los zapatos, de descansar y no moverse nunca más de su rincón.
Ya es vieja. Ha perdido la esperanza de casarse con quien quiso con toda su sangre; con quien quiso, y con quien todavía quiere... Todo está acabado. Quiere huir. Quiere no ver. Quiere quedarse serena, vacía…; respirar con libertad. Y, sin embargo, la esperanza le persigue, le ronda, le muerde como un lobo moribundo que apretara sus dientes por última vez…
Lo único que le queda es su dignidad. Lo que siente por dentro lo guarda para ella sola. Hay cosas que no se pueden decir, porque no hay palabras para decirlas y, si las hubiera, nadie entendería su significado…

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