Santander, 2 de junio de 2.019
Qué bueno es
compartir con la familia nuestros sentimientos y las cosas que nos pasan, tanto
las positivas, como las negativas.
Expresar
sentimientos y emociones, decir lo que pensamos y compartir nuestras vivencias
es un hábito muy beneficioso que se puede aprender o mejorar con la práctica,
pero no conviene que nadie nos obligue a hacerlo…
Osami es una osa muy alegre: sus ojos brillan y en
su cara siempre resplandece una amplia y blanca sonrisa. Al llegar a casa, como
si entonase una melodía, suele exclamar: “¡Holaaaa! ¡Holaaaa!”, y corre a
abrazar a sus padres y a su abuelo, que teje pacientemente mientras se mece en
su balancín.
Por la tarde, suele divertirse jugando con su amigo
Pitu mientras baila y silba. Le encanta bañarse rodeada de sus muñecos
favoritos: se pasa horas a remojo mientras imagina viajes en barco y apasionantes
aventuras. Además, Osami es de risa fácil: todos adoran contarle chistes, pues,
aunque sean malos, ella siempre estalla en carcajadas. Y no digamos si Papá Oso
le propina una dosis de sus infalibles cosquillas en los pies.
Pero un día, Osami llega a casa en silencio. Saluda
con desgana, le devuelve el beso a su mamá y se dirige a su habitación
cabizbaja.
-¿Todo
va bien, pequeña?”, le pregunta
Mamá Osa.
Ella asiente poco convencida y esquiva su mirada.
-¿Ha ocurrido algo en el colegio? -insiste su mamá.
Pero sin levanter los ojos del libro que está
leyendo, ella niega con la cabeza. Por más que le preguntan, asegura que no le ocurre
nada.
<<Ya se le pasará. Mañana volverá a
ser la osa alegre y risueña de siempre. Un mal día puede tenerlo cualquiera>>, piensan sus papás...
-¡Paraaaa! ¡Noooo! -se oye gritar a Osami a medianoche.
Papá Oso se despierta sobresaltado. Corre a la
habitación de su hija y enciende la luz. La pequeña está empapada de sudor y
tiembla.
-¿Qué ocurre? -le pregunta mientras le abraza.
-He tenido una pesadilla horrible -tartamudea ella.
-Tranquila. Ya pasó. ¿Qué es eso tan
terrible que estabas soñando?
-No lo sé, papá. No me acuerdo.
-No te preocupes. Ahora yo estoy aquí
contigo. No te pasará nada.
Papá Oso abraza fuerte a su hija y los dos se
quedan profundamente dormidos.
Han pasado varios días desde entonces. Los padres
de Osami están cada vez más preocupados. A la pequeña le envuelve un aire
triste que le impide sonreir y tiene pesadillas casi todas las noches, pero,
cuando se despierta, asegura no acordarse de nada. Parece ausente, le cuesta ir
al colegio, prefiere no salir de casa por las tardes y ha perdido el apetito.
Su amigo Pitu la echa de menos: hace tiempo que no juegan ni se divierten juntos.
Al principio, todos pensaron que sería una
situación pasajera, pero por más días que tachan en el calendario la situación
no mejora. Osami es como un libro cerrado. Lo peor es su silencio: <<¿Qué le pasa? ¿Por qué no cuenta
nada?>>.
Una mañana, a la hora del recreo, Mamá Osa se
dirige al colegio para preguntarle a Maestro Ciervo si también él nota rara a
Osami y si le ha ocurrido algo recientemente.
-Pues, ahora que lo dices, quizás
ultimamente esté un poco más callada y menos participativa, pero no he
observado ninguna situación extraña que haya podido producir estos cambios – le explica Maestro Ciervo-. De todos modos, no te preocupes: a partir
de ahora la observaré con más detenimiento, por si acaso lo que le sucede está
relacionado con el colegio.
Al salir al patio, Mamá Osa busca con la mirada a
Osami. Los pequeños revolotean contentos de un lado para otro, pero ella
permanece sentada en un banco, con la cabeza baja.
Al llegar a casa, toma una firme decision: no puede
quedarse cruzada de brazos. Tiene que descubrir qué le pasa a su hija y hacer
algo para ayudarla.
Entonces, de pronto, se le ocurre una idea: busca
cartulinas de colores, cartón duro, pegamento, pinturas, tijeras…, y comienza a
recortar, pegar, dibujar, colorear y escribir. Construye un tablero, reúne un
dado y unas fichas y lo envuelve todo en papel de regalo.
A la mañana siguiente, Osami se despierta temprano.
Mamá Osa la espera en el salón con el paquete preparado.
-¿Es para mí? -pregunta la pequeña emocionada.
Lo desenvuelve y, cuando ve de qué se trata, mira a
su madre sorprendida:
-¡Es un juego!
-Sí: ‘El juego de dime-digo’. Me lo he
inventado yo para que juguemos juntos toda la familia. Jugaremos cuando te
apetezca…
Desde entonces, Osami pasa largos ratos en su habitación
observando el tablero. Se trata de un juego ideado para que los jugadores
compartan sentimientos, experiencias, recuerdos, pensamientos, preocupaciones y
alegrías. Finalmente, una tarde de
domingo, se dirige al salón con la caja en los brazos:
-Mamá, papá, abuelo… Me gustaría jugar -dice Osami con decisión.
La familia al completo se sienta alrdedor de la
mesa y comienza el juego. Comparten recuerdos, situaciones vergonzosas,
momentos bonitos… El juego avanza y Osami cae en una casilla de ‘Sigue la
frase…’.
-Osami -dice Papá Oso-, ahora
debes concluir la siguiente frase: “Me asusta…”.
Osami traga saliva. Su sonrisa desaparece y sus
ojos se humedecen.
-Me asusta… ir al colegio y que se burlen
de mí.
Parece que no va a contar nada más, pero entonces
rompe a hablar:
-La liebre Lula dice que tengo orejas de
soplillo y todos los días me obliga a darle el desayuno. Ha conseguido que
nadie quiera jugar conmigo. A la hora del recreo siempre me quedo sola. El otro
día, destrozó mi trabajo de naturales sin motivo; tuve que decir que lo había
roto yo para que no se metiera más conmigo. A vece me hace la zancadilla y mis
compañeros se ríen. ¡No puedo más!
Osami se echa a llorar y todos se levantan a
abrazarla. Cuando logra calmarse, la pequeña cuenta más detalles de lo
sucedido: desde cuándo ocurre, cómo fue la primera vez, cómo se siente…
Después de sincerarse, Osami se encuentra aliviada
y más ligera. Compartir el peso de las piedras que llevaba en su ‘mochila’ ha
hecho que se sienta mejor.
Esa noche, mientras la pequeña duerme, Papá Oso,
Mamá Osa y Abuelo Oso hablan de lo ocurrido y deciden ir a hablar con Maestro
Ciervo.
Al día siguiente se reúnen con él en la escuela. Se
muestra comprensivo con ellos. Les confiesa no haberse dado cuenta de nada,
pero se compromete a velar por el bienestar de Osami y les promete tomar las
medidas oportunas para que la situación cambie: hablar con la Familia Liebre,
hacer reflexionar a Lula y exigirle un cambio de comportamiento y concienciar a
sus alumnos de que lo que está ocurriendo no está bien, de que no deben guardar
silencio ante este tipo de situaciones y de que, ahora más que nunca, es
necesario apoyar a Osami.
En poco tiempo,
Osami ha vuelto a ser la misma de antes. Cuando llega a casa exclama: “¡Holaaa!
¡Holaaaa!”, y corre a abrazar a sus padres y a su abuelo que, como siempre,
teje sentado en la mecedora.
(Texto: Susanna Isern)
(Ilustraciones: Leire Salaberría)
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