jueves, 6 de junio de 2019

EL JUEGO DE DIME-DIGO (II): todos necesitamos ser escuchados de vez en cuando

Santander, 2 de junio de 2.019


No siempre se tiene la oportunidad de jugar al juego de ‘Dime-digo’, pero cada noche, antes de acostarnos, podemos contarnos lo mejor y lo peor que nos ha pasado a lo largo del día…

En ocasiones, las prisas del día a día, el estrés y el cansancio pueden llevarnos a no escuchar a los más pequeños como se merecen, y a trasladarles, inconscientemente, mensajes del tipo “no me interesa lo que te ha sucedido”, “tengo cosas más importantes que hacer que escucharte”, “no me preocupo por ti” o “no me importa cómo te sientes”.


Cuando eso sucede, su autoestima se resiente y es muy posible que, la próxima vez, los niños opten por callarse.
Si queremos que los pequeños confíen en nosotros y nos cuenten tanto sus alegrías como sus preocupaciones, hemos de prestarles atención y escucharles sin interrupciones, mirándoles a los ojos y resumiendo de vez en cuando, con nuestras propias palabras, lo que ellos nos están contando.


Tenemos que tratar de ponernos en su lugar e intentar comprenderlos, y aunque no debemos mostrarnos de acuerdo con ellos cuando no lo estemos, sí podemos darles nuestra opinión de forma respetuosa, valorando siempre el hecho de que hayan tenido el valor de contarnos detalles que a veces cuesta mucho verbalizar.

La comunicación tiene que ser recíproca. No podemos esperar que los pequeños se sinceren con nosotros si nosotros no lo hacemos con ellos. Podemos contarles experiencias de nuestra infancia similares a las que ellos están viviendo, o historias con las que puedan sentirse identificados, y adaptándonos a su edad, podemos compartir con ellos nuestras propias vivencias y sentimientos.

 

Para que la comunicación con los más pequeños sea eficaz y fluida, resulta primordial aceptar y reconocer sus emociones. Negando sus sentimientos verdaderos, o restándoles valor, no solo no conseguimos que se sientan mejor, sino que, sin darnos cuenta, estamos enseñándoles a reprimirlos, lo cual contribuirá a que se sientan mal y se comporten de forma inadecuada.


La relevancia de las cosas es relativa; estas tienen la importancia que cada uno les da. Cuando los niños viven una determinada situación de forma muy intensa, o incluso dramática -por ejemplo, el miedo a la oscuridad o el nacimiento de un hermanito-, debemos valorarla como tal, porque así la sienten ellos. Una vez más, tenemos que ponernos en su lugar y tratar de comprenderlos.


A través de sus acciones podemos identificar sus emociones. Cada uno es diferente, pero, en líneas generales, cuando sin causa física aparente un niño se queja repetidamente de dolor de cabeza o abdominal, está triste o enfadado, pierde el apetito, tiene dificultades para conciliar el sueño, se despierta con pesadillas, moja la cama o tiene comportamientos inadecuados, es muy probable que haya algo que le inquiete o le preocupe: las relaciones con sus iguales, cierto grado de aislamiento o acoso, las responsabilidades académicas, algún conflicto familiar, la muerte o enfermedad de un ser querido... Si le ayudamos a ponerle palabras a lo que le sucede, en el futuro le resultara más fácil expresar sus sentimientos.

Los pequeños han de comprender que, aunque todas las emociones son legítimas, estas no justifican cualquier tipo de comportamiento. Cuando el niño sea capaz de identificar, expresar y regular sus emociones, se sentirá mejor, se comportará de un modo más adecuado y será más feliz.


(Texto: Susanna Isern)
(Ilustraciones: Leire Salaberría)

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