Santander, 2 de junio de 2.019
Algunas vivencias, pensamientos y sentimientos son
difíciles de compartir. Por eso, en ocasiones, nos guardamos las cosas en
nuestro interior, aunque eso nos impida sentirnos bien y pueda causar
malentendidos con las personas que nos rodean.
A veces, lo que nos pasa es que no queremos
decepcionar o enfadar a nuestros seres queridos, o que tememos ser rechazados,
o no correspondidos, si expresamos lo que sentimos. A menudo, nuestros miedos
son un gran obstáculo a la hora de compartir nuestras preocupaciones con
aquellos a quienes más queremos…
Otras veces pretendemos evitar que los demás nos
juzguen, o nos da miedo contarles lo que nos pasa porque pensamos que lo pueden
aprovechar para hacernos daño. Nos da vergüenza expresar nuestros sentimientos:
pensamos que no le interesan a nadie y que no va a servir para nada hacerlo.
“Si mis compañeros se enteran de que no quiero
mancharme los zapatos de barro, dirán que soy una tiquismiquis…”
Eso hace que, en muchas ocasiones, prefiramos
aparentar que no tenemos ningún tipo de problema y dejar que los demás adivinen
lo que sentimos.
Sin embargo, compartir nuestras preocupaciones hace
que estas sean más llevaderas y que nosotros nos sintamos más alegres y
optimistas, aunque debemos hacerlo siempre en el momento adecuado y con gente
cercana que haya sabido ganarse nuestra confianza.
Cuando nos desahogamos, nos quitamos un gran peso
de encima y, de paso, mientras lo hacemos, organizamos nuestras ideas, vemos
las cosas desde otra perspectiva y las comprendemos mejor. Además, conocer el
punto de vista de los demás y escuchar sus consejos nos puede ayudar a tomar
nuestras propias decisiones.
Si no estamos acostumbrados a expresar nuestros
sentimientos y a contar nuestras cosas, es normal que nos cueste abrirnos a los
demás, pero podemos practicar y aprender a hacerlo de una forma equilibrada y
serena, respetando siempre a los demás, aunque a veces tengan opiniones
diferentes a las nuestras…
(Texto: Susanna Isern)
(Ilustraciones: Leire Salaberría)
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