viernes, 8 de noviembre de 2019

DESENCUENTROS: nunca es imposible encontrarse

Santander, 12 de agosto de 2.019


“Desencuentros” (2.006) fue la obra que dio a conocer a Jimmy Liao en todo el mundo. 


“Ambos están convencidos de que los ha unido un sentimiento repentino. Es hermosa esa seguridad, pero la inseguridad es más hermosa aún” 

(“Amor a primera vista”, Wislawa Szymborska)

Aquel año el invierno fue especialmente gélido. La ciudad estaba envuelta en una lluvia oscura y opresiva. En el cielo ceniciento, el sol no se atrevía a asomar siquiera, lo cual provocaba en la gente una insólita melancolía, de modo que a menudo a los caminantes les asaltaban las ganas de echarse a llorar…


Ella vive en un viejo bloque de pisos de un barrio de las afueras de la ciudad. Cada vez que sale, no importa adonde vaya, se dirige siempre hacia la izquierda.

Él vive en un viejo bloque de pisos de un barrio de las afueras de la ciudad. Cada vez que sale, no importa adonde vaya, se dirige siempre hacia la derecha.


No se ven nunca. Es totalmente imposible que coincidan…

A él últimamente no es que las cosas le vayan muy bien. Por las noches toca el violín en un restaurante de alto copete para ganarse un dinero de más. Cuando no práctica el violín, le gusta salir de paseo. Se va al parque a dar de comer a las palomas y pasarse la tarde allí sentado. A veces se siente vacío e impotente…



Ella está traduciendo una novela trágica, por lo que a menudo tiene la sensación de que el mundo es un lugar sombrío. Cuando no trabaja, le gusta ir al centro a tomarse un café, pasear por la calle, observar a la gente y charlar con los gatos callejeros. A veces tiene la sensación de que la vida carece de atractivo…


No se ven nunca. Es totalmente imposible que coincidan…


Les sucede lo mismo que a la mayor parte de la gente de la ciudad, quienes, pese a vivir todos en el mismo lugar, no llegan a conocerse nunca…


Pero en la vida se producen felices coincidencias. Dos líneas paralelas pueden llegar a cruzarse, aunque sea en el infinito, y, un día, los dos se encuentran junto al surtidor del parque.




Es como si fueran amantes que no hubieran podido verse durante años. El invierno ya no es tan triste.



La tarde transcurre alegre y dulce, pero, al anochecer, cae un brusco chaparrón.


Se intercambian los números de teléfono y se separan corriendo en pleno aguacero: él, tal como acostumbra, hacia la derecha, y ella, tal como acostumbra, hacia la izquierda…


La lluvia los ha dejado empapados, pero su corazón desborda calidez.  Esa noche no deja de llover y ellos no pueden dormir…

Pero la vida siempre nos da sorpresas y el hilo de la cometa que sostenemos se puede romper…

Ella, por miedo a perderse su llamada, no se atreve a ir a ninguna parte, pero él mira las cifras emborronadas y se equivoca una y otra vez. Están tan tristes que no consiguen dormir…


La radio transmite las campanadas de Año Nuevo desde la plaza del ayuntamiento: ¡ha pasado otro año! La transformación de la ciudad los asombra: la fuente del parque va a ser sustituido por un viaducto…


Él, con gran optimismo, se dice que aquello parece el argumento de una película, y se consuela pensando que, al doblar la esquina, o en el café que hay frente al parque, la volverá a encontrar.


Ella, sin embargo, al doblar la esquina de la calle, se encuentra un árbol seco cubierto de luces de colores y no puede contener las lágrimas.


Pasa un día tras otro y siguen sin encontrarse. Ella todavía va hacia la izquierda y él todavía va hacia la derecha…


Caminando entre la multitud, recuerdan con especial añoranza aquel dulce y fugaz encuentro. En la ciudad conocida y, al mismo tiempo, desconocida, buscan en vano la silueta de alguien desconocido y, al mismo tiempo, conocido…

Los días de lluvia, a ella le gusta sentarse sola en algún rincón de la ciudad y pensar en él...


Él, entre tanto, se pregunta cómo aquella chica pudo desaparecer sin dejar ni rastro y sueña que sobrevuela la ciudad buscando de algún rastro, pero el parpadeo de las luces nocturnas lo hace sentirse aún más vacío y solo.


La gente se queja de la contaminación, de los socavones en las aceras y de los semáforos en rojo que duran demasiado; ellos se preguntan si el otro seguirá en la ciudad o se marchó enseguida.
Se desaniman y, al pensar en su propia soledad, sienten una tristeza indefinible. En el laberinto de la ciudad, no oyen sus llamadas y no encuentran el camino que conduzca el uno al otro…




Después de jugar con el mismo gato atigrado y después de dar de comer al mismo perro callejero, a la débil luz de la mañana, oyen el canto de la misma corneja.

Contemplan la misma vista por la ventana, huelen los mismos aromas y oyen a la misma vecina practicando un día tras otro el mismo arabesco.


Pasean por los mismos senderos y pisan las mismas hojas caídas.


Los dos han besado a la misma niñita y ambos saben que tiene un gorro de color verde con orejas largas…


El único recuerdo que tienen el uno del otro es un trozo de papel con unos números de teléfono emborronados por culpa de la lluvia…

Él cree recordar que hoy es el cumpleaños de ella, pero no sabe dónde puede estar; el violín que tocan en el piso de al lado suena tristísimo…



Con el paso de los días, los recuerdos se difuminan hasta el punto de que surge la duda de si aquella tarde en la que se encontraron con su amor ocurrió de verdad o no.



De la mano del mismo cartero, reciben cartas de amigos lejanos. Están tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos…


La ciudad parece una cárcel sin muros, agotadora y axfisiante. Deciden marcharse a algún lugar donde brille el sol.


Él todavía va hacia la derecha; ella todavía va hacia la izquierda...

 


La nieve cae blandamente. Desde lejos llega el apacible son de un villancico. En la plaza del ayuntamiento, la alegre multitud se agolpa para celebrar la inminente llegada del Año Nuevo.


Al dar la medianoche, todo el mundo se abraza feliz. La primavera ha llegado al fin.



(Texto: Jimmy Liao)
(Ilustraciones: Jimmy Liao)

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