Santander, 12 de agosto de 2.019
“Desencuentros” (2.006) fue la obra que
dio a conocer a Jimmy Liao en todo el mundo.
“Ambos están
convencidos de que los ha unido un sentimiento repentino. Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa aún”
(“Amor a primera vista”, Wislawa
Szymborska)
Aquel año el invierno fue especialmente
gélido. La ciudad estaba envuelta en una lluvia oscura y opresiva. En el cielo
ceniciento, el sol no se atrevía a asomar siquiera, lo cual provocaba en la
gente una insólita melancolía, de modo que a menudo a los caminantes les
asaltaban las ganas de echarse a llorar…
Ella vive en un viejo bloque de pisos de
un barrio de las afueras de la ciudad. Cada vez que sale, no importa adonde
vaya, se dirige siempre hacia la izquierda.
Él vive en un viejo bloque de pisos de un
barrio de las afueras de la ciudad. Cada vez que sale, no importa adonde vaya,
se dirige siempre hacia la derecha.
No se ven nunca. Es totalmente imposible
que coincidan…
A él últimamente no es que las cosas le
vayan muy bien. Por las noches toca el violín en un restaurante de alto copete
para ganarse un dinero de más. Cuando no práctica el violín, le gusta salir de
paseo. Se va al parque a dar de comer a las palomas y pasarse la tarde allí
sentado. A veces se siente vacío e impotente…
Ella está traduciendo una novela trágica,
por lo que a menudo tiene la sensación de que el mundo es un lugar sombrío.
Cuando no trabaja, le gusta ir al centro a tomarse un café, pasear por la
calle, observar a la gente y charlar con los gatos callejeros. A veces tiene la
sensación de que la vida carece de atractivo…
No se ven nunca. Es totalmente imposible
que coincidan…
Les sucede lo mismo que a la mayor parte
de la gente de la ciudad, quienes, pese a vivir todos en el mismo lugar, no
llegan a conocerse nunca…
Pero en la vida se producen felices coincidencias. Dos líneas paralelas pueden llegar a cruzarse, aunque sea en el
infinito, y, un día, los dos se encuentran junto al surtidor del parque.
Es como si fueran amantes que no hubieran
podido verse durante años. El invierno ya no es tan triste.
La tarde transcurre alegre y dulce, pero,
al anochecer, cae un brusco chaparrón.
Se intercambian los números de teléfono y
se separan corriendo en pleno aguacero: él, tal como acostumbra, hacia la
derecha, y ella, tal como acostumbra, hacia la izquierda…
La lluvia los ha dejado empapados, pero su
corazón desborda calidez. Esa noche no
deja de llover y ellos no pueden dormir…
Ella, por miedo a perderse su llamada, no
se atreve a ir a ninguna parte, pero él mira las cifras emborronadas y se
equivoca una y otra vez. Están tan tristes que no consiguen dormir…
La radio transmite las campanadas de Año
Nuevo desde la plaza del ayuntamiento: ¡ha pasado otro año! La transformación
de la ciudad los asombra: la fuente del parque va a ser sustituido por un
viaducto…
Él, con gran optimismo, se dice que
aquello parece el argumento de una película, y se consuela pensando que, al
doblar la esquina, o en el café que hay frente al parque, la volverá a
encontrar.
Ella, sin embargo, al doblar la esquina de
la calle, se encuentra un árbol seco cubierto de luces de colores y no puede
contener las lágrimas.
Pasa un día tras otro y siguen sin
encontrarse. Ella todavía va hacia la izquierda y él todavía va hacia la
derecha…
Caminando entre la multitud, recuerdan con
especial añoranza aquel dulce y fugaz encuentro. En la ciudad conocida y, al
mismo tiempo, desconocida, buscan en vano la silueta de alguien desconocido y,
al mismo tiempo, conocido…
Los días de lluvia, a ella le gusta
sentarse sola en algún rincón de la ciudad y pensar en él...
Él, entre tanto, se pregunta cómo aquella
chica pudo desaparecer sin dejar ni rastro y sueña que sobrevuela la ciudad buscando
de algún rastro, pero el parpadeo de las luces nocturnas lo hace sentirse aún
más vacío y solo.
La gente se queja de la contaminación, de
los socavones en las aceras y de los semáforos en rojo que duran demasiado; ellos
se preguntan si el otro seguirá en la ciudad o se marchó enseguida.
Se desaniman y, al pensar en su propia
soledad, sienten una tristeza indefinible. En el laberinto de la ciudad, no
oyen sus llamadas y no encuentran el camino que conduzca el uno al otro…
Después de jugar con el mismo gato
atigrado y después de dar de comer al mismo perro callejero, a la débil luz de
la mañana, oyen el canto de la misma corneja.
Contemplan la misma vista por la ventana,
huelen los mismos aromas y oyen a la misma vecina practicando un día tras otro
el mismo arabesco.
Pasean por los mismos senderos y pisan las
mismas hojas caídas.
Los dos han besado a la misma niñita y ambos saben que tiene un gorro de color verde con orejas largas…
Los dos han besado a la misma niñita y ambos saben que tiene un gorro de color verde con orejas largas…
El único recuerdo que tienen el uno del
otro es un trozo de papel con unos números de teléfono emborronados por culpa
de la lluvia…
Él cree recordar que hoy es el cumpleaños
de ella, pero no sabe dónde puede estar; el violín que tocan en el piso de al
lado suena tristísimo…
Con el paso de los días, los recuerdos se
difuminan hasta el punto de que surge la duda de si aquella tarde en la que se
encontraron con su amor ocurrió de verdad o no.
De la mano del mismo cartero, reciben
cartas de amigos lejanos. Están tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos…
La ciudad parece una cárcel sin muros,
agotadora y axfisiante. Deciden marcharse a algún lugar donde brille el sol.
Él todavía va hacia la derecha; ella todavía
va hacia la izquierda...
La nieve cae blandamente. Desde lejos
llega el apacible son de un villancico. En la plaza del ayuntamiento, la alegre
multitud se agolpa para celebrar la inminente llegada del Año Nuevo.
Al dar la medianoche, todo el mundo se abraza
feliz. La primavera ha llegado al fin.
(Texto: Jimmy Liao)
(Ilustraciones: Jimmy Liao)
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