lunes, 20 de enero de 2020

ETA, EL FINAL DEL SILENCIO (II) - EXTORSIONADOS: ¡ya no podemos más!

Santander, 11 de noviembre de 2.019

Dirigido por Jon Sistiaga, “Extorsionados” es el segundo episodio de “ETA, el final del silencio”, un homenaje a las víctimas invisibles de la banda terrorista: los chantajeados.



El 80% de las finanzas de ETA provenían del cobro del ‘impuesto revolucionario’. La extorsión fue, junto a los secuestros y los atracos, una de sus principales fuentes de financiación durante cinco décadas.
“Yo este año ya no puedo más: cinco en julio y cinco en septiembre, o por ahí…”, se le escucha decir a un empresario vasco extorsionado por ETA. La respuesta no es la que su interlocutor espera: “No hay trato, entonces. Si te llega algún paquete, procura que no lo abra nadie, eh tú. Eres objetivo prioritario”.

Pagar a ETA el impuesto revolucionario era un delito, pero debemos tener en cuenta que las personas que estaban al frente de organizaciones empresariales vascas, generando riqueza y empleo, se estaban jugando la vida. Como cualquier otra organización mafiosa, ETA ulilizaba la amenaza para generar miedo y la venganza para provocar silencio. Asesinó a medio centenar de empresarios y directivos y consiguió más de veinte millones de euros en chantajes. Mató para recaudar y recaudó para seguir matando.

Recibir una carta de ETA es una mala noticia; es un problema, algo que te saca de tu sitio y te cambia la vida”, reconoce el empresario vasco Miguel Lazpiur. “Yo tengo principios: de pagar y eso, a mí no me hables. ¿Qué ocurre? Que dejas de hacer un montón de co-sas que antes hacías. La so-ciedad vasca es-taba dividida: algunos apoya-ban abiertamen-te a los extorsio-nadores y otros estaban en contra, pero era muy difícil que estos se manifestaran públicamente”.



“Hemos vivido durante muchos años con mucho miedo -reconoce su hija Jone-. El miedo es una sensación espantosa que afecta, además, a otras muchas áreas de tu vida. Ahora la gente puede hablar en la calle y expresar sus ideas. Antes solamente las podían expresar ellos. Antes, por desgracia, un niño de siete u ocho años sabía lo que era ETA. Ahora no lo saben y eso es un sueño hecho realidad gracias a gente como mi padre. Había días que estabas cansado y agobiado y te decías: <<pagamos y se acabó>>, pero, otras veces, pensabas: <<joder, con ese dinero van a secuestrar y matar a gente…>>”.



A Joxe Mari Korta, presi-dente de la patronal guipuz-coana (ADAGI), le costó la vida pedir a los empresarios vascos que no pagaran el impuesto revolucionario. Era una persona capaz de sacrificar cualquier cosa en defensa de la paz que defendía el diálogo hasta con el enemigo. Le gustaba decir que: “la paz es un valor fundamental en favor del cual merece la pena arriesgarse y hasta equivocarse”. El 8 de agosto del año 2.000 fue víctima de un atentado didáctico, pedagógico y ejemplarizante. Sus hijos desconocen si había sido extorsionado o amenazado previamente. Reconocen que: “De vez en cuando, te sale la rabia, pero consigues dominarla. Vivir con miedo o con odio es algo que a uno no le ayuda”.

Un silencio cómplice se extendió por media Guipúzcoa. Su hermano y su sobrino se enfrentaron a la izquierda abertzale por no condenar el asesinato de Joxe Mari y fueron perseguidos por ello. Sintieron miedo e impotencia y tuvieron que cerrar su discoteca.

Los encontronazos de Patxi Arratibel con ETA comenzaron siendo él muy joven. En 1.978 fueron a por él: tendría entonces veinticinco años. Su padre había sido amenazado y después de aquello pagó. Él salvó la vida y montó su propia empresa. Susana Ezkurra, su mujer, cuenta que tenía miedo, pero no llevaba escolta; trataba de pasar desapercibido...


Él fue uno de los intermediarios que en 1.988 negociarion la puesta en libertad de Emiliano Revilla, empresario soriano secuestrado por ETA. La operación salió bien, pero el papel que él había desempeñado en las negociaciones salió a la luz y fue juzgado ante el Tribunal Superior de Justicia de Euskadi por haber participado en ellas con ánimo de lucro. Cuando los terroristas descubrieron que la familia del secuestrado le había pagado una cantidad de dinero importante por la labor llevada a cabo, volvieron a extorsionarle. Nueve años después, durante los carnavales de Tolosa, le pegaron un tiro en la nuca. Aquel día, la fiesta no se detuvo. ETA había conseguido socializar el terror, y también la culpa; todos aquellos que, después de cada asesinato, hacían vida normal, materializaban el naufragio ético en el mar de la indiferencia de toda una sociedad. Muy pocos eran los que se atrevían a enfrentarse públicamente con la bestia…

La sobrina del empresario Joxe Legasa Ubiría cuenta que, en mayo de 1.976, su tío recibió en el buzón de su casa una carta firmada por ETA mediante la cual los terroristas le recordaban que, una vez derrocada la dictadura, solo había dos bandos, y que, si no era fascista, tenía que pagar diez millones de pesetas para sufragar los gastos de la banda, advirtiéndole, además, de que, si no lo hacía, o acudía a la policía, le buscarían hasta ejecutarle. Al día siguiente se lo contó a las fuerzas de seguridad del Estado. “Él sabía que con aquel dinero se iba a matar, y no podía cargar con aquello sobre su conciencia, ni dejar esa herencia, así que decidió utilizar todos los recursos legales que tenía a su alcance para pedir justicia. Si lo hizo fue porque su indignación era mucho mayor que el miedo que pudiera tener…”. Joxe se convirtió en objetivo prioritario de ETA y el 2 de noviembre de 1.978, fue asesinado por orden directa del Txomin Iturbe Abasolo, carismático líder de la banda. ¿Cuántas personas habrían recibido una carta parecida a la que recibió Joxe: veinte mil, treinta mil…? Todas ellas personas trabajadoras y sacrificadas a las que se puso ante el dilema ético de tener que comprar su vida pagando con la de otros. Los extorsionados eran las víctimas silenciosas de ETA…

Juan Mari Atutxa se justifica diciendo que durante los ocho años en los que él fue Consejero de Interior, el Gobierno siempre comprendió la amargura y el miedo de los amenazados. Por eso, dice, nunca persiguió a aquellos que decidieron pagar, aunque sí hizo todo lo posible por capturar a los recaudadores.



“¿Quiénes somos nosotros para reprobar moralmente a aquellos que cedieron al chantaje? -se pregunta Jon Sistiaga-. ¿Podemos, acaso, meternos en el miedo del otro?”.

“Cuando recibes la carta, no sabes qué hacer: te quedas en shock”, afirma Jesús Mari Korta. “Es la gente del pueblo la que te señala”, añade. El asesinato de Isidro Usabiaga, en el año 1.996, fue un golpe terrible para él. Los dos habían recibido amenazas. Después de ver como dos personas próximas a él -el propio Isidro Usabiaga y Joxe Mari Korta-, eran asesinadas por los terroristas, tomó la decisión de pagar y salvar su vida. “De héroe no tengo nada -confiesa-. No me planteé ningún dilema moral. Lo único que quería era salvar mi pellejo”.



Durante años, ETA impuso su propia gramática de los hechos: ETA no robaba, expropiaba capital; ETA no secuestraba, retenía al patrón; ETA no extorsionaba, cobraba un impuesto voluntario…

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