Santander, 11 de noviembre de 2.019
Dirigido por Jon
Sistiaga, “Extorsionados” es el segundo episodio de “ETA, el final del silencio”,
un homenaje a las víctimas invisibles de la banda terrorista: los chantajeados.
El 80% de las finanzas de ETA provenían
del cobro del ‘impuesto revolucionario’. La extorsión fue, junto a los secuestros y los atracos,
una de sus principales fuentes de financiación durante
cinco décadas.
“Yo este año ya no puedo más: cinco en
julio y cinco en septiembre, o por ahí…”, se le escucha decir a un empresario vasco extorsionado por
ETA. La respuesta no es la que su interlocutor espera: “No hay trato,
entonces. Si te llega algún paquete, procura que no lo abra nadie, eh tú. Eres
objetivo prioritario”.
Pagar a ETA el impuesto revolucionario era
un delito, pero debemos tener en cuenta que las personas que estaban al frente
de organizaciones empresariales vascas, generando riqueza y empleo, se estaban
jugando la vida. Como cualquier otra organización mafiosa, ETA ulilizaba la
amenaza para generar miedo y la venganza para provocar silencio. Asesinó a
medio centenar de empresarios y directivos y consiguió más de veinte millones
de euros en chantajes. Mató para recaudar y recaudó para seguir matando.
“Recibir una carta de ETA es una mala noticia; es un
problema, algo que te saca de tu sitio y te cambia la vida”, reconoce el
empresario vasco Miguel Lazpiur. “Yo tengo
principios: de pagar y eso, a mí no me hables. ¿Qué ocurre? Que dejas de hacer
un montón de co-sas que antes hacías. La so-ciedad vasca es-taba dividida: algunos
apoya-ban abiertamen-te a los extorsio-nadores y otros estaban en contra, pero
era muy difícil que estos se manifestaran públicamente”.
“Hemos vivido durante muchos años con mucho
miedo -reconoce su hija Jone-.
El miedo es una sensación espantosa que afecta, además, a otras muchas áreas
de tu vida. Ahora la gente puede hablar en la calle y expresar sus ideas. Antes
solamente las podían expresar ellos. Antes, por desgracia, un niño de siete u
ocho años sabía lo que era ETA. Ahora no lo saben y eso es un sueño hecho
realidad gracias a gente como mi padre. Había días que estabas cansado y agobiado
y te decías: <<pagamos y se acabó>>, pero, otras veces, pensabas: <<joder,
con ese dinero van a secuestrar y matar a gente…>>”.
A Joxe Mari Korta, presi-dente de la
patronal guipuz-coana (ADAGI), le costó la vida pedir a los empresarios vascos que
no pagaran el impuesto revolucionario. Era una persona capaz de sacrificar cualquier
cosa en defensa de la paz que defendía el diálogo hasta con el enemigo. Le
gustaba decir que: “la paz es un valor fundamental en favor del cual merece
la pena arriesgarse y hasta equivocarse”. El 8 de agosto del año 2.000 fue
víctima de un atentado didáctico, pedagógico y ejemplarizante. Sus hijos desconocen
si había sido extorsionado o amenazado previamente. Reconocen que: “De vez
en cuando, te sale la rabia, pero consigues dominarla. Vivir con miedo o con odio
es algo que a uno no le ayuda”.
Un silencio cómplice se extendió por media
Guipúzcoa. Su hermano y su sobrino se enfrentaron a la izquierda abertzale por
no condenar el asesinato de Joxe Mari y fueron perseguidos por ello. Sintieron
miedo e impotencia y tuvieron que cerrar su discoteca.
Los encontronazos de Patxi Arratibel con
ETA comenzaron siendo él muy joven. En 1.978 fueron a por él: tendría entonces veinticinco
años. Su padre había sido amenazado y después de aquello pagó. Él salvó la vida
y montó su propia empresa. Susana Ezkurra, su mujer, cuenta que tenía miedo, pero no
llevaba escolta; trataba de pasar desapercibido...
Él fue uno de los intermediarios que en
1.988 negociarion la puesta en libertad de Emiliano Revilla, empresario soriano
secuestrado por ETA. La operación salió bien, pero el papel que él había
desempeñado en las negociaciones salió a la luz y fue juzgado ante el Tribunal
Superior de Justicia de Euskadi por haber participado en ellas con ánimo de
lucro. Cuando los terroristas descubrieron que la familia del secuestrado le había
pagado una cantidad de dinero importante por la labor llevada a cabo, volvieron
a extorsionarle. Nueve años después, durante los carnavales de Tolosa, le
pegaron un tiro en la nuca. Aquel día, la fiesta no se detuvo. ETA había
conseguido socializar el terror, y también la culpa; todos aquellos que,
después de cada asesinato, hacían vida normal, materializaban el naufragio ético
en el mar de la indiferencia de toda una sociedad. Muy pocos eran los que se
atrevían a enfrentarse públicamente con la bestia…
La sobrina del empresario Joxe Legasa
Ubiría cuenta que, en mayo de 1.976, su tío recibió en el buzón de su casa una
carta firmada por ETA mediante la cual los terroristas le recordaban que, una
vez derrocada la dictadura, solo había dos bandos, y que, si no era fascista, tenía
que pagar diez millones de pesetas para sufragar los gastos de la banda,
advirtiéndole, además, de que, si no lo hacía, o acudía a la policía, le buscarían
hasta ejecutarle. Al día siguiente se lo contó a las fuerzas de seguridad del
Estado. “Él sabía que con aquel dinero se iba a matar, y no podía cargar con
aquello sobre su conciencia, ni dejar esa herencia, así que decidió utilizar todos
los recursos legales que tenía a su alcance para pedir justicia. Si lo hizo fue
porque su indignación era mucho mayor que el miedo que pudiera tener…”. Joxe
se convirtió en objetivo prioritario de ETA y el 2 de noviembre de 1.978, fue
asesinado por orden directa del Txomin Iturbe Abasolo, carismático líder de la
banda. ¿Cuántas personas habrían recibido una carta parecida a la que recibió
Joxe: veinte mil, treinta mil…? Todas ellas personas trabajadoras y
sacrificadas a las que se puso ante el dilema ético de tener que comprar su
vida pagando con la de otros. Los extorsionados eran las víctimas silenciosas
de ETA…
Juan Mari Atutxa se justifica diciendo que
durante los ocho años en los que él fue Consejero de Interior, el Gobierno siempre
comprendió la amargura y el miedo de los amenazados. Por eso, dice, nunca persiguió
a aquellos que decidieron pagar, aunque sí hizo todo lo posible por capturar a
los recaudadores.
“¿Quiénes somos nosotros para reprobar
moralmente a aquellos que cedieron al chantaje? -se pregunta Jon Sistiaga-. ¿Podemos,
acaso, meternos en el miedo del otro?”.
“Cuando recibes la carta, no sabes qué
hacer: te quedas en shock”, afirma Jesús Mari Korta. “Es la gente del pueblo la que te señala”,
añade. El asesinato de Isidro Usabiaga, en el año 1.996, fue un golpe
terrible para él. Los dos habían recibido amenazas. Después de ver como dos
personas próximas a él -el propio Isidro Usabiaga y Joxe Mari Korta-, eran
asesinadas por los terroristas, tomó la decisión de pagar y salvar su vida. “De
héroe no tengo nada -confiesa-. No me planteé ningún dilema moral. Lo
único que quería era salvar mi pellejo”.
Durante años, ETA impuso su propia
gramática de los hechos: ETA no robaba, expropiaba capital; ETA no secuestraba,
retenía al patrón; ETA no extorsionaba, cobraba un impuesto voluntario…
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