Santander, 3 de diciembre de 2.019
Puede que el
asesinato de Miguel Ángel Blanco fuera el más significativo de todos, pero,
desde sus orígenes, ETA dio pasos en falso que, poco a poco, fueron dañando la
imagen pública de la banda y generando diferencias entre sus miembros.
En la cuarta entrega
de la serie ‘ETA, el final del silencio’, Jon Sistiaga repasa los orígenes de la
organización y algunos de los errores logísticos que, inevitablemente, con el
paso de los años, habrían de conducir a su disolución.
Teo
Uriarte -exmiembro de ETA-, sostiene que, al principio, él y sus compa-ñeros hablaban
de llevar adelan-te acciones de naturaleza sim-bólica, y lamenta que muchos de ellos
eran chavales normales que cayeron en el encantamiento de la violencia como
posible solución de los problemas.
Mikel Azurmendi, por
su parte, cuenta que en 1.965 conoció en Francia a tres exiliados de ETA y uno
de ellos le fascinó…
Era Escubi Larraz, un
tipo al que le faltaba una asignatura para terminar la carrera de Medicina y lo
había dejado todo para dedicarse a la revolución. Confiesa que no se siente
orgulloso de haber pertenecido a la banda terrorista, pero tampoco se avergüenza
de ello y acepta ese punto negro en su vida. Comprendió muy pronto la
responsabilidad que él tenía y en la actualidad se considera, en lo ideológico,
un militante anti-ETA; de alguna manera siente que así salda las cuentas pendientes
que tiene consigo mismo.
Desde 1.959 hasta 1.968
nadie se atrevió a apretar el gatillo, pero, en la asamblea llevada a cabo
entre 1.965 y 1.966 (la quinta asamblea) había comenzado a hablarse de lucha
revolucionaria y los militantes habían echado a rodar por una pendiente de
degradación moral que los llevó a aceptar la muerte de los demás con una
tranquilidad escalofriante.
“Enseguida
comprendí que no era así como se hacía la revolución -confiesa
Arzumendi-. Éramos unos desgraciados que buscábamos gente a la que
convencer, pero reflexioné y me dije: <<yo no quiero caer muerto>>.
A partir de ahí, la reflexión: <<si otros no quieren caer muertos, ¿por
qué los voy a asesinar?>>, es inmediata”.
José Pardines Arcay
fue asesinado el 7 de junio de 1.968. Tenía veinticinco años, era guardia civil
y se encontraba regulando el tráfico en la N-1 a la altura de Villabona (Guipúzcoa).
El suyo fue el primer asesinato llevado a cabo por ETA.
Txabi Etxebarrieta e Iñaki Sarasketa fueron los
ejecutores de Pardines. “Ahí empezó todo”, se lamenta Uriarte. “Todo
se ha jodido: van a empezar a matar…”, se dijo Arzumendi al conocer la noticia.
Poco después, los dos asesinos etarras fueron sor-prendidos
por la guardia civil. Hubo un intercambio de disparos y Etxebarrieta cayó abati-do.
Su muerte sirvió de catalizador para acelerar la decisión de la banda de asesinar
a Melitón Manzanas, jefe de la Brigada de la Policía Político-Social de
Guipúzcoa, cuyo asesinato tuvo lugar el 2 de agosto de 1.968.
“Nosotros,
como fuimos responsables de la creación del monstruo, teníamos que mantener siempre
una actitud de explicación de lo ocurrido para evitar que se produjeran
aberraciones de esta naturaleza. Nos daba vergüenza matar -reconoce
el propio Uriarte-. La política es un asunto muy arriesgado. Me he confundido
muchas veces, pero he cambiado con el paso de los años y a medida que las
condiciones políticas han ido cambiando”.
ETA había saltado la
barrera de la muerte. Poco después, el 9 de abril de 1.969, Etxebarría Iztueta,
huyendo de la Guardia Civl, monta en un taxi y asesina a su conductor. Fermín Monasterio
fue el primer civil asesinado por la banda terrorista. Su hija, Dori, tenía
diez años. “Nos lo han matado”, le dijo su madre. ETA no pidió perdón,
ni reconoció su error. El porqué ya no era importante…
Uriarte cree que si
el Juicio de Burgos, en el que se juzgaba a dieciséis miembros de la banda involucrados
en mayor o menor medida en esos tres asesinatos, hubiera sido un proceso civil,
y no militar, y no hubiera habido condenas a muerte, sino penas de 20 o 30 años
de cárcel, es probable que ETA no hubiera seguido: “Como el Caudillo se iba
a morir, hubiéramos ido a la cárcel, nos hubiéramos puesto a estudiar a todo
correr una carrera, hubiéramos escrito menos tonterías y a los ocho años
hubiéramos salido en libertad y nos hubiéramos puesto a trabajar”.
El proceso trajo
consigo una condena internacional del Régimen por pretender ejecutar a unos
chavales de veintitantos años que se habían tirado al monte frente a una dictadura.
“Aquello fue un hito en la legitimación de ETA”, dice Uriarte.
La banda terrorista estaba
empezando a convertirse en el sujeto trágico del que habla el antropólogo Joseba
Zulaika. Habían empezado a cruzar líneas rojas sin darse cuenta de que la
violencia, una vez iniciada, se vuelve incontrolable y genera su propia dinámica.
En 1.976, ETA ya
había cometido más de cincuenta asesinatos. El 9 de abril, después de veinte días
de secuestro, la banda ejecutó a Ángel Berazadi. El comando que llevó a cabo la
operación estaba formado por
unos chavales de apenas dieciocho años que habían caído en el encantamiento de
la violencia como posible solución de los problemas. Jon Aldalur era uno de
ellos: “Nunca pensamos que aquello iba a acabar así”, se lamenta.
No se siente orgulloso
de lo que hizo, pero piensa que contarlo puede servir para que no vuelva a ocurrir.
Apenas pasó un año en la cárcel. La muerte de Franco trajo consigo una amnistía
de la que él se benefició, pero que no sirvió para resolver el problema. En su opinión,
en todo este proceso, solo la generosidad de las víctimas ha evitado una guerra
civil: “Las víctimas renunciaron a la venganza, aceptaron una amnistía, aceptaron
otra, hubieran aceptado otra…; todo con tal de acabar”.
El
asesinato de Ángel Berazadi demostró que ETA era capaz de asesinar a una
persona de Euskadi solo por no pagar. La toma de aquella decisión generó mucha tensión
dentro de la organización y parece bastante probable que fuera la causa de la desaparición,
seis meses después, de Eduardo Moreno, alias ‘Pertur’, líder de perfil político
recién llegado a la cúpula de la banda que se había manifestado contrario a la
ejecución del empresario.
Lourdes
Auzmendi, su pareja entonces, cuenta que ‘Pertur’ estaba muy preocupado: “tenía
verdadero miedo”. Unas semanas antes de su desaparición había escrito una
emotiva carta:
Kaixo
Luz,
Aquí
siento una sensación de so-ledad grande. Creo que todos los líos y la tensión
en que estos me hacen estar es una sensación de intranquilidad. Esos bestias
han creado un clima tal en la organización que han transformado ETA, no en un
colectivo de revolucionarios, sino en un estado policial en el que cada uno
sospecha del vecino, y este del otro. Ya ves… Yo creo que la situación es grave,
muy grave.
En
fin, Luz, solo quiero decirte una vez más, y con todo mi corazón, gracias por quererme
tanto, gracias por estar junto a mí en estos momentos difíciles, gracias por
ser como eres.
Un
muxu enorme de quien te quiere con todas sus fuerzas.
‘Pertur’
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