lunes, 13 de agosto de 2012

SAN LLORENTE: tierra de campos, monte e infinidad de recuerdos

San Llorente, 4 de agosto de 2.012

El primer fin de semana de agosto se celebra en multitud de localidades de nuestra geografía la festividad de la Virgen de las Nieves.
También en San Llorente, un pequeño pueblo del Valle de Losa, en el norte de Burgos. Por eso hoy es un buen día para regresar a un rincón que despierta en mi interior infinidad de recuerdos, todos buenos, pero que todavía escuecen.

Desde Santurce no estaba seguro de saber llegar, pero acerté.
Al cruzar la Peña Angulo una fina lluvia se ha encargado de recordarnos la visita del verano pasado, cuando a pesar de la presencia de amenazantes nubes negras nos atrevimos a disfrutar de una bonita jornada en el monte en la que el pobre Dani se las tuvo que ver con una maraña de agresivas zarzas y a la que pusimos el broche final zarandeando el ciruelo de Balbino para recoger el fruto que caía de sus ramas.

No fue ésa la única vez que las nubes nos acampañaron en San Llorente...
Recuerdo un fino chirimiri bajo el que prolongamos una eterna partida de palas para acabar calados hasta los huesos o una torrencial lluvia que nos sorpendió tendidos en la bolera de Villaluenga, jugando una emocionante partida de ajedrez que no tuvimos más remedio que interrumpir para emprender un precipitado regreso a casa en nuestras bicis.

Hoy, sin embargo, la meteorología nos ha concedido una tregua.
A medida que nos acercamos al pueblo parece que el sol se va imponiendo en su particular duelo con las nubes para terminar luciendo explendido en un despejado cielo azul.
Después de saborear un precipitado cafetín en Quincoces, llegamos al pueblo, y aparcamos bajo una privilegiada sombra, vedada casi siempre para mí aunque siempre reservada para nosotros.

Un puñado de casas y una iglesia repartidas en no más de cuatro calles conforman un pueblo que apenas respira en invierno pero que con la llegada del verano se llena de familias ansiosas de escapar de la gran ciuadad buscando el aire seco y la tranquilidad de la meseta.
Casi nunca han sido largas las temporadas que he pasado aquí, pero si constantes las esporádicas visitas que durante más de veinte años he hecho a gente a la que quiero mucho y que sí pasaba sus veranos enteros en San Llorente.
Guardo en mi memoria intrépidas excursiones por el valle, desafortunados episodios de autostop, largos paseos nocturnos, el mágico espectáculo de las luciérnagas junto al camino, conversaciones bajo las estrellas en el banco de piedra que todas las tardes veía ponerse el sol, peligrosos y multitudinarios encuentros con el malvado Brutus, tempraneros paseos en bici hasta la tienda del pueblo vecino o el sabor de la leche recién ordeñada y de los caracoles recogidos después de la tormenta.


Llegamos justo a tiempo de sumarnos a la reducida comitiva que acompaña a la Virgen en su procesión por la calle principial y después de oír misa nos cambiamos de calzado y emprendemos la subida al monte.

Bajo un sol de justicia y caminando entre campos ya cosechados llegamos hasta las faldas del monte Los Trabantos (monte de utilidad pública nº 427, perteneciente a la Junta Vecinal de San Llorente).
Evitando a unos caballos que buscan la sombra proporcionada por una encina aislada nos dirigimos al abrevadero, muy cerca de donde una accidentada noche acampamos todos los jóvenes, para refrescarnos y coger aire antes de continuar con nuestro camino.

Es la primera vez que desde aquí conduzco yo sólo la subida, pero la vetusta makila se sabe el camino; me dejo llevar por la intuición y rápidamente acertamos con el sendero que entre pinos y hayas ha de conducirnos a lo alto del monte. 

La ascensión es corta y aunque la pendiente de las últimas rampas es algo más dificultusa, pronto podemos pasear cómodamente entre encinas y quejigos buscando un lugar agradable donde comer nuestros bocadillos disfrutando de una estupenda vista del valle, con San Llorente a nuestro pies flanqueado por Villaluenga de Losa, Calzada, Quincoces de Yuso, Lastras de Teza y San Martín de Losa, y con los buitres y su recuerdo sobrevolando nuestras cabezas.


Las nubes regresan invitándonos a no entretenernos.
Pronto emprendemos el regreso, pero no volvemos a San Llorente sin cerrar un bucle que no recuerdo quien bautizó pero sí quien dejó grabado en mi memoria.

Volveré a San Llorente todos los veranos porque aquí me gusta recordarte.


2 comentarios:

  1. yo solo estuve una vez, aunque seguro que repetiremos, y aunque este pueblo lo primero que trae a mi memoria es la primera "enzarzada" de mi hijo, su nombre siempre estará ligado al de MI FAMILIA, gracias por permitirlo.

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    1. Es lo que tiene ser un niño de ciudad, que para un día que sales al monto te caes al zarzal, pero ¿quién no ha pasado por una de esas...?
      En mi caso no fueron zarzas, pero fueron ortigas y para calmarme me llenaron de baba de caracol... No se si son recuerdos reales o imágenes grabadas en mi cabeza a base de oir contar la misma historia infinidad de veces pero dudo que seme olvide nunca...

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