viernes, 8 de agosto de 2014

EL CHICO DE LA ÚLTIMA FILA: hay que aprender a mirar

Santander, 30 de julio de 2.014


El dramaturgo Juan Mayorga recibió el año pasado el premio 'La Barraca' con el que, pese a su juventud, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo pretendía reconocer su importante contribución a la difusión de las artes escénicas.
Este año su trabajo ha vuelto a formar parte de la programación cultural de la UIMP y hoy se ha puesto en escena en el escenario del CASYC "El chico de la última fila", un texto que Helena Pimienta le encargó en 2.006 para la que entonces era su compañía (Ur Teatro), y que hace unos meses Víctor Velasco, impulsado por el éxito cosechado por la adaptación cinematográfica llevada a cabo por el francés François Ozon ("Dans la maison"), ha vuelto a llevar a los teatros.


"He escrito una obra sobre maestros y discípulos; sobre padres e hijos; sobre personas que ya han visto demasiado y personas que están aprendiendo a mirar. Una obra sobre el placer de asomarse a las vidas ajenas y sobre los riesgos de confundir la vida con la literatura. Una obra sobre los que eligen la última fila: aquélla desde la que se ven todas las demás."
(Juan Mayorga)

Germán (Miguel Lago Casal) es profesor de literatura en un instituto. Se siente impotente ante la apatía e ineptitud mostrada por sus alumnos pero un buen día, entre sus redacciones, descubre un texto brillante.


Su autor es Claudio (Óscar Nieto San José), un muchacho apocado, tímido y silencioso que se sienta en la última fila de la clase. Entre ambos se establece una intensa relación: la fluida prosa del chico devolverá a su mentor sus sueños perdidos al mismo tiempo que revive sus frustraciones.


El buen trabajo de los actores, el fantástico texto del autor y un sencillo decorado formado por un puñado de pupitres nos brindan la posibilidad de imaginarnos los escenarios que el muchacho describe en sus escritos al mismo tiempo que el marte comparte con nosotros algunos de sus trucos de escritor.


Las vivencias que Claudio traslada al papel no son las suyas sino las de la familia de uno de sus compañeros de instituto. Se ha apropiado de una vida que no le corresponde, algo que lectores y espectadores hacemos continuamente. 
¿Qué hay de malo en ello? Nada, siempre y cuando respetemos su intimidad y seamos capaces de distinguir fantasía y realidad.

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