sábado, 25 de junio de 2016

TRUJILLO: tierra de conquistadores y cuna de aventureros

Trujillo, 23 de mayo de 2.016

Nos levantamos para ir al cole: estamos en San Sebastián de los Reyes... Las peques cumplen con su obligación y nosotros nos lo tomamos con calma. Desayunamos y nos ponemos en camino hacia Sevilla. Compartimos carretera con cientos de aficionados al fútbol que hace sólo unas horas han visto en el estadio Vicente Calderón como el F. C. Barcelona les arrebataba una Copa del Rey que acariciaban con los dedos y que ahora vuelven a casa dispuestos a celebrar la UEFA Europa League conquistada hace apenas cinco días en Basilea después de vencer en la final al Liverpool F. C.


Familia roja y blanca del Sánchez Pijúan,
un corazón que late gritando: ¡Sevilla!

Hacemos un alto en el camino. Nos detenemos en Trujillo, tierra de conquistadores y cuna de aventureros como Francisco Pizarro -conquistador de Perú-, Francisco de Orellana -descubridor del río Orellana- y otros muchos que cruzaron el Atlántico buscando fortuna en el Nuevo Mundo y que a su vuelta colmaron de patrimonio y riquezas su ciudad natal, construyendo palacios, capillas y hospitales.

Aparcamos y nos dirigimos a la pintoresca Plaza Mayor, una plaza rectangular rodeada en gran parte por soportales sobre los que se alzan varios palacios y casas señoriales que está presidida por la estatua ecuestre de uno de los vecinos más ilustres de esta localidad cacereña: Francisco Pizarro, conquistador del Perú y gobernador de Nueva Castilla.


La escultura, situada sobre un pedestal de granito, es obra del norteamericano Charles Cary Rumsey. Fue inaugurada en 1.929 y representa al conquistador extremeño montado sobre su caballo y ataviado para la lucha con armadura y espada.


Hijo ilegítimo del hidalgo Gonzalo Pizarro Rodríguez de Aguilar, importante personaje de la época que participó en las campañas de Italia bajo el mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, Francisco Pizarro nació en Trujillo en torno al año 1.476.
Luchó a las órdenes del Gran Capitán en las campañas de Nápoles contra los franceses y en 1.502 viajó a América. Participó en la expedición de Alonso de Ojeda que exploró América Central y Colombia (1.510) y en la de Vasco Núñez de Balboa que culminó con el descubrimiento del Océano Pacífico (1.513) y posteriormente, en 1.519 fue nombrado encomendero y alcalde de Panamá
En 1.524 se asoció con Diego de Almagro y Hernando de Luque para conquistar unas tierras de las que tenían vagas noticias. Pizarro capitaneó una expedición formada por ciento doce hombres, cuatro caballos y una sola nave mientras sus socios permanecían en Panamá intentando conseguier más recursos para la empresa. La aventura parecía condenada al fracaso. Tras dos años de viajes hacia el sur habían llegado extenuados a la isla del Gallo pero no habían conseguido ningún resultado y el descontento entre los soldados era muy grande...

...El trujillano no se dejó ganar por la pasión y, desenvainando su espada, avanzó con ella desnuda hasta sus hombres. Se detuvo frente a ellos, los miró a todos y evitándose una arenga larga se limitó a decir, mientras trazaba con el arma una raya sobre la arena: "por este lado se va a Panamá, a ser pobres; por este otro al Perú, a ser ricos. Escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere".
Un silencio de muerte rubricó las palabras del héroe, pero pasados los primeros instantes de duda, se sintió crujir la arena húmeda bajo los borceguíes y las alpargatas de los valientes que pasaron la raya... 


Sólo trece hombres cruzaron la línea: 'los trece de la fama' o 'los treces caballeros de la isla del Gallo'. Esperaron durante cinco meses la llegada de los refuerzos enviados por Almagro y Hernado de Luque y continuaron su expedición. Después, tras la firma de la Capitulación de Toledo, refrendada en 1.529 por la reina Isabel de Portugal -esposa de Carlos I-, Pizarro y sus socios se repartieron los derechos de dominio sobre los territorios de Perú explorados hasta entonces.
En 1.532 el trujillano zarpó, de nuevo desde Panamá, al frente de ciento ochenta soldados y desembarcó cerca de Tumbes, localidad situada situada junto a lo que hoy es la frontera norte del país y que entonces formaba parte del imperio inca. Los nativos confundieron a los españoles con Viracocha, una deidad de piel blanca y ojos verdes que según la leyenda habría de aparecer en tiempos de necesidad desde la tierra del sol poniente. Los indios comunicaron a Atahualpa -su emperador-, que nuestros conquistadores eran dioses y él les creyó. Invitó a Pizarro a reunirse con él en la fortaleza de Cajamarca. Éste aceptó y se adentró en territorio inca, descubriendo que se trataba de una civilización muy avanzada, con sistemas de irrigación, una rica cultura y un ejército muy poderoso. Pensar en una conquista militar era algo imposible pero Pizarro se las arregló para capturar a Atahualpa y mantenerlo confinado en Cajamarca desde donde le dejaba seguir conduciendo los asuntos de gobierno mientras él y sus hombres emprendían exploraciones y establecían una estrecha alianza con la nobleza de Cuzco -partidaria de Huascar, hermano de Atahualpa y rival suyo por el trono inca-, lo que le permitió completar la conquista de Perú.
El 26 de julio de 1.533, después de haber promovido la ejecución de Huascar, Atahualpa fue acusado de sublevación, adoración de falsos ídolos y poligamia. Fue juzgado y condenado, y murió estrangulado. Cuentan que aquella noche miles de incas se suicidaron para seguir a su señor hasta el otro mundo...
No fue hasta el 18 de enero de 1.535 cuando se fundaron en la costa peruana dos ciudades desde las que pudo iniciarse la colonización efectiva de los territorios conquistados. Pizarro se instaló en Lima, desde donde se dedicó a consolidar la colonia y promocionar nuevas expedicione. Allí murió el 26 de junio de 1.541 y desde entonces sus huesos descansan en la catedral de la capital peruana.

Después de su muerte, cumpliendo con las disposiciones recogidas en su testamento, su hermano (Hernando Pizarro) y su hija (Francisca Pizarro Yupanqui) hicieron construir un hermoso palacio de estilo plateresco en la esquina sureste de la Plaza Mayor de Trujillo: el Palacio de la Conquista.


Se trata de un desvencijado edificio de cuatro plantas coronado por doce esculturas que representan alegorías de los vicios y las virtudes y en el que llaman la atención sus chimeneas, el enrejado de las ventanas y sobre todo el imponente escudo de armas de la familia Pizarro situado sobre un gracioso balcón en esquina.

Nos acercamos a la estatua de Pizarro y en uno de los ángulos de la plaza encontramos la Iglesia de San Martín de Tours, un robusto edificio de estilo gótico erigido durante la primera mitad del siglo XVI sobre los restos de una iglesia del siglo XIV afectada parcialmente por los enfrentamientos entre los seguidores de doña Juana la Beltraneja e Isabel durante la Guerra de Sucesión a la corona de Castilla.


De aquella época es la Puerta de las Limas frente a la que se reunía en sesiones abiertas el Consejo de Trujillo y donde fueron recibidos los reyes Carlos I (1.526) y su hijo Felipe II (1.583) cuando visitaron la villa. Dispuesta en la fachada meridional y construida en torno a 1.492, consta de un arco trilobulado decorado con bolas y está coronada por una imagen del Sagrado Corazón de Jesús que sustituye a la Virgen que presidía las sesiones del Consejo.

La fachada occidental de la iglesia fue reformulada durante la segunda mitad del siglo XVI y en ella destaca una sencilla portada renacentista formada por un arco de medio punto situado entre columnas sobre pedestales y rematado por un frontón con tímpano presidido por las armas del obispo don Pedro Ponce de León y coronado por el escudo de la ciudad con la imagen de la Virgen con el Niño flanqueada por dos torres que ponen de manifiesto que tanto el obispado como el concejo contribuyeron económicamente a su construcción.


A ambos lados de la puerta se alzan sendas torres. Una sobria y robusta de planta cuadrada y la otra esbelta y graciosa de planta poligonal con reloj rematada con un chapitel revestido con cerámica de Talavera de la Reina.

Dejamos atrás la plaza, y nos adentramos en el casco antiguo de Trujillo siguiendo el itinerario propuesto por la oficina de turismo.
Pasamos junto a la simpática Torre del Alfiler, uno de los símbolos más característicos del perfil monumental de la villa, y cruzamos una de las puertas que aún conservan sus murallas: la Puerta de Santiago.


En el interior del recinto fortificado, junto a la puerta homónima, sobre lo que fue uno de los centros de la alcazaba hispanomusulmana, se alza la Iglesia de Santiago, un sobrio edificio de estilo románico construido en el siglo XII y ampliamente modificado en el XVII.


Buscamos el Mirador de las Monjas, situado sobre las murallas que envuelven el 'Barrio Viejo' de la villa, y dejamos que nuestra mirada sobrevuele Trujillo...


La ocupación musulmana hizo de esta localidad un importante enclave solidamente fortificado. En torno al año 900 comenzó a construirse la alcazaba que corona el promontorio trujillano y en el siglo XI estaban concluidas las murallas de la villa, pero tras la reconquista ambas infraestructuras sufrieron importantes modificaciones.

Subimos hasta el cerro sobre el que se alza el castillo y desde allí contemplamos la inmensidad de la dehesa extremeña...



Continuamos nuestro recorrido y pasamos junto al sobrio Convento de Jerónimas de Santa María Magdalena, construido en tiempos de Isabel I de Castilla, quien promovió las obras y benefició su posterior sustento.


Al fondo vislumbramos ya la 'Torre Julia' de la Iglesia de Santa María la Mayor, y muy cerca nos topamos con las románticas ruinas del Convento de San Francisco el Real de la Puerta de Coria, fundado en el siglo XV junto a una de las siete puertas que facilitaban el acceso al interior del recinto amurallado.


Nos acercamos a la Iglesia de Santa María la Mayor, el edificio religioso más importante de las Tierras de Trujillo y el segundo en importancia de toda la diócesis de Plasencia.


A los pies de la iglesia la villa exhibe el busto de otro de sus vecinos más ilustres: Francisco de Orellana.
Este explorador, conquistador y adelantado español nació en Trujillo en 1.511 y viajó al otro lado del océano cuando sólo tenía dieciséis años. Sirvió en Nicaragua y en desde 1.535 formó parte del ejército de Francisco Pizarro en Perú.
En 1.540 Gonzalo Pizarro, hermano del gran conquistador, organizó una expedición que habría de partir desde Quito hacia el este en busca del 'país de la canela', un lugar cubierto por bosques de la preciada especie, y Orellana formó parte de ella.
Cruzaron los Andes y al llegar a su destino no encontraron nada de lo previsto. Desencantados, construyeron un bergantín que les permitiera transportar a los heridos y siguieron el curso de los ríos Coca y Napo hasta la confluencia de éste con el Aguarico y el Curacay. Habían perdido muchos hombres y apenas les quedaban suministros así que se separaron. Orellana prosiguió su aventura en barco, río abajo, en busca de alimentos y Gonzalo Pizarro, al ver que su compañero no regresaba, volvió a Quito con el resto de la expedición.
El 26 de agosto de 1.542, después de recorrer cuatro mil ochocientos kilómetros, Orellana y sus hombres alcanzaron la desembocadura del río Amazanos y desde allí se dirigieron a Nueva Cádiz, en la actual Venezuela. El trujillano regresó a la península con la esperanza de garantizar el dominio castellano sobre toda la cuenca del Amazonas. Tras varios meses de negociaciones, el rey Carlos I le nombró gobernador de las tierras que había descubierto, bautizados como Nueva Andalucía, y firmó unas capitulaciones que le permitirían explorarlas y colonizarlas.
El 11 de mayo de 1.545 Orellana regresó a la desembocadura del Amazanos para internarse en su delta. Él y muchos de sus hombres murieron buscando el cauce principal del río más caudaloso del mundo.

Seguimos el curso de nuestro paseo, flanqueado de palacios y grandes casas señoriales con escudo, y llegamos a una gran alberca de origen musulmán cuya función principal era dar de beber a la cabaña ganadera.


Tiene más de catorce metros de profundidad excabados en roca viva y en los alrededores se conservan restos de una canalización que conducía sus aguas hasta los prados próximos a la villa. Una escalera construida en el siglo XV facilitaba el acceso, la recogida de agua en época estival y la limpieza del pozo.

Nuestro paseo desemboca en la Plaza Mayor...
Buscamos un sitio para comer y lo encontramos. El Mesón La Cadena está situado en la parte alta de la plaza, en una casa-fuerte construida por Juan de Chaves en el siglo XVI para defender el acceso a la Puerta de Santiago. 



Sobre el dintel de su puerta exibe la gran cadena que da nombre al restaurante y que representa el derecho de asilo concedido por el rey Felipe II como agradecimiento a la hospitalidad mostrada por la familia de su confesor, fray Diego de Chaves, cuando visitó Trujillo en 1.583.

Nos sentamos en la terraza y probamos los manjares de la tierra. Regamos unas migas trujillanas y un revuelto de cardillos con una cerveza bien fresquita y continuamos nuestra visita.


Volvemos al Barrio Viejo y  nos acercamos de nuevo a la Iglesia de Santa María la Mayor. Enclavada en el corazón de la vieja villa, se alza, según la tradición, sobre el solar ocupado antiguamente por la mezquita alhama de Torgiela, consagrado a la Santísima Virgen María tras la reconquista definitiva de Trujillo acaecida el 25 de enero de 1.232.


El templo consta de tres naves y capilla mayor poligonal con portadas al poniente y al sur y torres a los pies y en cabecera. El origen de la torre del campanario -llamada 'torre julia'-, dañada durante los terremotos de 1.521 y 1.755, es románico mientras que la Capilla Mayor y los muros responden a ideas góticas. 


Durante el siglo XVI se cubrieron las naves con magníficas bóvedas de crucería y a los pies de la iglesia se elevó, sobre atrevidas bóvedas semiplanas de crucería estrellada, un extraordinario coro decorado con motivos platerescos que contó con sillería de diecisiete asientos y órgano hoy desaparecidos.


Los expolios de la Guerra de la Independencia y los latrocinios desamortizadores del siglo XIX acabaron con la mayor parte del rico patrimonio artístico acumulado a lo largo de los siglos pero tras la declaración como Monumento Nacional en 1.943 se llevaron a cabo importantes obras de restauración y el interés de los sucesivos párracos unido al mecenazgo particular han permitido que Santa María recobre parte de su primitivo esplendor.

El retablo de su capilla mayor fue ejecutado en torno a 1.490 y es obra de Fernando Gallego y de su taller. Consta de cuatro órdenes horizontales y siete calles, y está presidido por una escultura de Modesto Pastor adquirida en Valencia en 1.882 para sustituir una imagen de Nuestra Señora desaparecida durante la invasión fracesa.


El banco está dedicado a la Pasión, Muerte y Resurreción de Cristo y en él aparecen representadas la Oración en el Huerto, el Descendimiento, la Subida al Calvario, el Descenso al Limbo, la Resurrección de Cristo y la Ascensión del Señor.
En las calles de los extremos aparecen representados los cuatro evangelistas y dos padres de la Iglesia: San Agustín y San Gregorio Magno, mientras que la parte central del retablo está dedicada a la Virgen María apareciendo representados los siguientes episodios de su vida: el encuentro en la Puerta Dorada de San Joaquín y Santa Ana, su nacimiento, sus desposorios con San José, la Anunciación, su visita a su prima Isabel, el nacimiento del Niño Jesús, la adoración de los Reyes Magos, su presentación en el templo, la huida a Egipto, el encuentro de Jesús con los doctores, y finalmente su muerte, su asunción y su coronación.


La iglesia de Santa María encierra entre sus muros gran cantidad de sepulcros pertenecientes a los más importantes linajes trujillanos: Pizarro, Orellana, Altamarino, Loaysa, Bejarano, Vargas, Carvajal...

Nos detenemos frente a la Capilla de los Loaysa, un hermoso altar plateresco de mediados del siglo XVI formado por dos pilastras cajeadas que sostienen un frontón en cuyo entablamento aparece el escudo familiar sostenido por varios angelotes, en el que se venera una hermosísima talla policromada del siglo XIII de Nuestra Señora con el Niño

 

Podría decirse que toda Santa María es un osario de linajes legendarios pero quizás el personaje más importante sepultado en su interior sea don Diego García de Paredes, el 'Sansón extremeño', un militar extremeño, mitificado por el pueblo y enormemente conocido en la España del Siglo de Oro, célebre por su extraordinaria fuerza física y sus multiples hazañas.
Nació en Trujillo en 1.468 y fue capitán de la guardia personal del Papa Alejandro VI, condotiero al servicio del Duque de Urbino y de la familia Colonna, coronel de infantería de los Reyes Católicos bajo el mando del Gran Capitán durante la conquista de Nápoles, cruzado del Cardenal Cisneros, maestre de campo del Emperador Maximiliano I, coronel de la Liga Santa y Caballero de la Espuela Dorada al servicio de Carlos V.
Nadie en vida fue capaz de vencerle. Sus hazañas asombraron al mundo y su memoria se mantuvo en las mentes y conversaciones de las tropas españolas. Mucho tiempo después de su muerte su nombre seguía siendo sinónimo de fuerza y valentía.

"Un Viriato tuvo Lusitania, un César Roma, un Aníbal Cártago, un Alejandro Grecia, un Conde Fernán González Castilla, un Cid Valencia, un Gonzalo Fernández Andalucía y un Diego García de Paredes Extremadura..., un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo, valentísimo soldado. No había tierra en todo el orbe que no hubiese visto, ni batalla donde no se hubiese hallado. Había muerto más moros que tienen Marruecos y Túnez y entrado en más singulares desafíos, según él mismo decía, que Gante y Luna y otros mil que nombraba."
(El Quijote, Cervantes)

Sus hazañas mezclan fantasía y realidad pues su figura pertenece tanto a la tradición como a la historia. Dicen que era capaz de detener con sus manos la rueda de un molino girando a toda velocidad o la marcha de una carreta de bueyes, y cuentan que durante uno de sus galanteos nocturnos arrancó la reja que le molestaba mientras cortejaba a una dama y que después arrancó el resto de rejas de la calle para que a la mañana siguiente nadie pudiese conocer su identidad y así no ensuciar su nombre. En otra ocasión, lo que arrancó de cuajo fue la pila de agua bendita de Santa María la Mayor y se la llevó a su madre enferma para que pudiese santiguarse.

Su sepulcro en Santa María, situado junto a la puerta del muro epistolar, se encuentra en uno de los arcosolios construidos para el enterramiento de nobles y presenta un largo epitafio en latín grabado en letras capitales.


A Diego García de Paredes, jefe de los ejércitos del emperador Carlos V, que desde la más tierna edad se ejercitó en la milicia y en los campamentos con suma alabanza e integridad. No fue segundo a nadie en fortaleza, grandeza de alma y gloria de hazañas. Premiado muchas veces con coronas cívicas y de asalto a trincheras, venció muchas veces a sus enemigos en singular batalla y jamás lo fue él en ningún lugar. No encontró igual y vivió siempre del mismo modo, como esforzado y excelente capitán. Murió este varón, religiosísimo y cristianísimo, al volver lleno de gloria de la guerra contra los turcos en Bolonia, en las calendas de febrero, a los sesenta y cuatro años de edad. Esteban Gabriel, Cardenal de Bari, puso este laude piadosamente dedicado al meritísimo amigo el año 1.533 y sus huesos los extrajo el Padre Ramírez de Mesa, de orden del señor Sancho de Paredes, hijo del dicho Diego García, el tercer día antes de las calendas de octubre de 1.545, y los trasladó fielmente a este lugar.

Nos desplazamos a los pies de la iglesia y accedemos al interior de la Torre Nueva, construida en 1.550 y en cuya base se incorporó la capilla bautismal y el acceso al coro. Subimos hasta la parte más alta y contemplamos Trujillo en todo su explendor.



Admiramos la espectacular Torre Julia, de origen románico, y tras ella vemos el castillo, la Puerta de Santiago y, al fondo, la Plaza Mayor.



Ya va siendo hora de continuar nuestro viaje. Regresamos a la plaza, tomamos un cafetín y volvemos al coche. ¡¡¡Sevilla nos espera!!!

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