miércoles, 6 de julio de 2016

EL REGRESO DEL CATÓN: las segundas partes nunca fueron buenas

Santander, 29 de junio de 2.016

Ottavia, Farag y Kaspar completaron su viaje sanos y salvos. Habían atravesado el Purgatorio de Dante y alcanzado el Paraiso Terrenal de la Hermandad de los Staurofilakes, un lugar incomparable, muy atrasado en lo material pero muy adelantado en otros muchos aspectos, en el que la vida discurría con placidez y la prisa, la angustia o la lucha diaria por sobrevivir en un mundo lleno de peligros, no tenían cabida.
Durante el trayecto la paleógrafa y el arqueólogo habían descubierto el amor. Ellos volverían a su mundo -un mundo nuevo-, con una coartada perfecta que les permitiría resguardarse de los interrogatorios de la Iglesia mientras el capitán Kasper permanecía escondido y se convertía en el último Catón.


Matilde Asensi afirma que nunca pensó retomar su historia pero quince años después, atendiendo las reiteradas peticiones de sus muchos seguidores, desempolvó sus apuntes y rescató del barro las vidas de Ottavia Salina, Farag Boswell y Kaspar Glauser-Röist.
"El regreso del Catón" es su última novela, otra gymkana protagonizada por la orgullosa paleógrafa a la que creíamos conocer pero a la que el matrimonio y el paso del tiempo han transformado, convirtiéndola en una repelente mujer miedosa, caprichosa, presumida, envidiosa, melindrosa...


La historia no es inamovible, no está escrita en piedra, no tiene una única versión ni una única interpretación, aunque así nos lo hayan hecho creer...

Ottavia y Farag habían contado al Vaticano y a la policía que habían sido golpeados y raptados mientras investigaban las catacumbas de Kom el Shoqafa, en Alejandría. Fueron trasladados a un oasis en mitad del desierto egipcio y, cuando despertaron, sus captores, los staurofilakes a los que habían persiguido por medio mundo, les dijeron que el capitán Glauser-Röist no se había recuperado del golpe y había muerto. Les tuvieron retenidos en una celda durante un mes y después volvieron a dejarles inconscientes. Despertaron de nuevo en Alejandría y abandonaron la investigación que el Vaticano les había encargado...

Después de todo aquello se habían convertido en los célebres descubridores de la tumba de Constantino el Grande. Tras abandonar Alejandría para 'descubrir' el célebre mausoleo se vieron obligados por el revuelo que se organizó a nivel mundial y por la presión del gobierno turco a permanecer en Estambul durante ocho años. Trabajaron muchísimo, publicaron infinidad de artículos, pronunciaron conferencias, hicieron entrevistas, rodaron documentales de televisión y recibieron ofertas de todas las universidades del mundo. Su intención siempre había sido regresar a Egipto pero el padre de Farag había muerto y la creciente islamización del país les animó a cerrar su casa, recoger sus pertenencias y poner fin a aquella etapa de sus vidas. Pasaron un año en Roma tratando de decidir que universidad encajaba mejor con sus aspiraciones laborales y se decantaron por la Universidad de Toronto.

Ya hacía casi un año que vivían en Canadá cuando cayó en sus manos una antigua carta escrita por un patriarca ortodoxo de Jerusalén:
"En el nombre de Jesucristo crucificado, yo, Dositheos, Patriarca de Jerusalén, a ti, Nicetas, beatísimo Patriarca de Constantinopla, salud, bendición y paz.
Debes conocer, beatísimo, que el domingo, sexto día de la Teofanía de Nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo del presente año del Señor de 1.187, se descubrió en las afueras de Nazaret, en una cueva, un antiguo sepulcro judío muy grande y muy ornamentado. En su interior se hallaron veinticuatro osarios de piedra conteniendo cada uno varios cuerpos pero, en una cavidad aparte, se encontraron otros nueve con un solo cuerpo y el nombre tallado en la piedra, y estos nueve eran los únicos que tenían inscripciones. Como se empezó a murmurar de inmediato por Nazaret que era la tumba de Jesús, Nuestro Señor, y de sus padres y hermanos, Letardo, arzobispo latino de Nazaret, mandó cerrar el sepulcro, prohibió los rezos y las adoraciones en la cueva y ordenó silenciar por la fuerza los rumores.
Comprendo tu sorpresa y desagrado, beatísimo. Seguro que son tan inmesos como los míos. El diablo, en su afán por confundir a la cristiandad, quiere que los débiles de fe crean que Nuestro Señor Jesús no resucitó de entre los muertos, que la Santísima Virgen María no fue virgen y que tuvo más hijos con su esposo José, y que tampoco ella subió al Cielo en cuerpo y alma. No puede haber mayor abominación. Lo único que me tranquiliza es la certeza de saber que, si fuera por el Patriarca Heraclio, al que conozco bien, él mismo mandaría destruir los nueve osarios, pero no puede hacerlo sin la venia del Papa. De todas formas, decida Urbano lo que decida, por ser obra del maligno esos osarios deben ser destruidos y, si los latinos no lo hacen, lo haremos nosotros. Sé que estarás de acuerdo conmigo. No digo más. Me encomiendo a ti, beatísimo, a quien Dios preserve por siempre jamás. Queda en el santo y dulce amor de Dios."

Ottavia había abandonado los hábitos para casarse con Farag. No era una católica radical que siguiese a rajatabla todo lo que ordena la Iglesia pero la aparición de aquellos osarios hacía tambalear todas sus creencias: Jesús fue Dios -no solo un hombre mortal-, que por obra del Espíritu Santo se encarnó en la Virgen María y que fue su único Hijo, que murió crucificado por nuestros pecados y que resucitó al tercer día y subió al cielo. La aparición de los restos de Jesús de Nazaret y de su familia carcomía los fundamentos de su fe. Ella no podía perder a su Dios: ¡lo necesitaba para vivir!
La posibilidad de que Jesús hubiese sido solo un hombre, concebido como los demás hombres, hijo de José y María, justo, prudente y sabio, había encontrado un hueco en su interior. En esta vida todo es relativo, temporal y mudable: siempre tenemos la oportunidad de cambiar. Que Jesús hubiese sido solo un hombre que predominó sobre los demás por su valiente interpretación de la Ley de Moisés no tenía por qué dañar su fe en Dios. Su mundo no tenía por qué derrumbarse...
Jesús nunca fue cristiano porque el cristianismo aún no existía cuando él vivió. Jesús fue un buen judío que quería ser un judío aún mejor: estudiaba la Tanaj, observaba el descanso obligatorio del sábado, estaba circuncidado, cumplía las reglas alimentarias kosher del Levítico y celebraba la Pascua judía. No conoció los Evangelios, las Cartas de Pablo ni los Hechos de los Apóstoles porque aún no se habían escrito. Reinterpretó la Ley de Moisés: rechazó la tradición judía añadida al mensaje de Dios y fue directo a lo esencial, lo que le supuso enfrentarse al Sanedrín. Si solo era un hombre, y no un dios como afirmó San Pablo, ¿qué más da? Acercó a Dios a los hombres, permitiéndoles tener una relación personal con él, algo que era impensable para los judíos de su tiempo. ¿Qué hizo mal? ¿No resucitar de entre los muertos y ser hijo de José y María?

¡¡¡Si esos malditos osarios existen ella tiene que encontrarlos!!! Farag y Kaspar le ayudarán a buscarlos. El capitán de la Gurdia Suiza se había enamorado de Khutenptah y al hacerlo creía haberlo hecho también de su hermandad, pero ella había muerto dejándole solo con su hijo. Fue entonces cuando decidió marcharse: renunció a su cargo y abandonó el Paraiso Terrenal. El último Catón ha regresado...

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