sábado, 18 de marzo de 2017

EL CERCO DE NUMANCIA: pudo más su honra que toda la potencia de Roma

Santander, 15 de marzo de 2.017


"El cerco de Numancia" es una tragedia firmada por Miguel de Cervantes en torno a 1.585. Su argumento gira en torno a la derrota del pueblo numantino a manos de los romanos en el siglo II a. C. aunque en se deslizan algunos comentarios destinados a ensalzar las glorias que habrá de alcanzar la España de Felipe II.


El escrito original se perdió, y si ha llegado hasta nuestros días ha sido gracias a una copia manuscrita utilizada por alguna compañía teatral del siglo XVII y a un códice conservado en la Hispanic Society of America transcrito por Antonio Sancha en 1.784, junto al "Viaje al Parnaso".

Escipión acaba de llegar a Hispania. Dificil y pesada carga el Senado le ha encargado: poner fin a tan larga guerra y de curso tan estraño… Arenga a sus soldados y estos, viéndose por él reprendidos, no saben a su falta hallar disculpa y juran ofrecer a su servicio hacienda, vida y honra en sacrificio, pues son romanos y en ellos nunca del todo faltó el brío.

Los numantinos sostienen que nunca de la ley y fueros del  romano Senado se apartaran, si el insufrible mando de un cónsul y otro no les fatigara, pues aquellos pusieron tan gran yugo a sus cuellos que forzados hubieron de salir de él. En todo el largo tiempo que ha durado entre ambas partes la contienda, ningún general hallaron con quien poder tratar de algún concierto, más ante él las velas de la guerra pliegan y al gran Escipión las paces piden…

Su amistad no le satisface: “¡es poca recompensa!”. Él hará que los numantinos en sí mismo su furor detengan… De un hondo foso piensa rodearlos, y por hambre insufrible sujetarlos, pues fuera conocido desvarío, y temeraria muestra de locura, pelear contra su airado brío: “Indómitos: ¡al fin seréis domados! Mejor será encerraros…”.

La plañidera alegoría de España clama al cielo: “A mil tiranos, mil riquezas diste: a fenicios y griegos entregados mis reinos fueron. ¿Será posible que continúe siendo esclava de naciones extranjeras? Mis famosos hijos, y valientes, con sus discordias convidaron los bárbaros pechos codiciosos a venir y entregarse en mis riquezas; solo Numancia la luciente espada sacó fuera y a costa de su sangre mantuvo su amada libertad, mas el enemigo, con diligencia extraña y manos prestas, la ha cercado. Los tristes numantinos la guerra piden, o la muerte, a voces. Rogar quiero al caudaloso río Duero que en lo que pueda ayude al mío pueblo…” Sin embargo, poco pueden hacer ya sus cantarinas aguas, pues no puede faltar lo que ordenado ya tiene de Numancia el duro hado, pero tiempos vendrán en que gran envidia y temor las naciones extranjeras a la amada España tengan.

La fuerza y maña de los numantinos disminuyen. Ni sus llantos llorosos y afligidos ni la sagrada voz de sus cantos enternecen a los hados. Tan largo y trabajoso asedio solo promete presta sepultura. Intentar acelerar el fin postrero es lo único que les queda: solo se ha de mirar que el enemigo no alcance de ellos triunfo y gloria; antes ha de servir de testigo que apruebe y eternice su historia. En medio de la plaza prenden un fuego en cuya ardiente llama licenciosa todas sus riquezas echen luego: desde la pobre a la más rica cosa. Después, antes que el rigor romano muestre en sus gargantas su inclemencia, verdugos de ellos mismos sus manos serán. En el morir han puesto su contento, y por quitar el triunfo al enemigo, ellos mismos se matan. Ninguna mujer, niño o viejo queda con vida:no hay plaza, rincón, calle ni casa que de sangre y muertos se libre.

El hierro mata, el fuego abrasa…
Tiempo vendrá en que el humor de la Guerra mude y dañe al alto, y al pequeño ayude. Todo está en calma, como si en paz, tranquilos y sosegados, estuvieran los fieros numantinos, mas la Enfermedad y el Hambre acechan, ejecutoras ambas de terribles y severos mandos: homicidas son de todos ellos...
Triste espectáculo, y horrendo, se ofrece a la vista: mil cuerpos tendidos por las calles y un rojo lago de sangre. El fatigado pueblo puso fin a la miseria de su vida dando triste remate al largo cuento: ¡pudo más su honra que toda la potencia del Imperio!
La voz de la Fama corrió de gente en gente, llenando sus almas de un deseo ardiente de eternizar el arrojo numantino: "¡venid ya, romanos, por los despojos de esta ciudad, en polvo y humo envueltos!".

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