sábado, 1 de abril de 2017

SUAVE CARICIA, LAS MUCHAS VIDAS DE AMORY CLAY: atractiva, intensa, fluida y verosimil

Santander, 25 de marzo de 2.017

"Dure lo dure vuestra estancia en este pequeño planeta, tanto da lo que ocurra en ella, lo más importante es sentir de vez en cuando la suave caricia de la vida".

El convulso siglo XX es el difuminado telón de fondo sobre el que el escritor escocés William Boyd construye la autobiografía ilustrada de un personaje que nunca existió...


Amory Clay -guapa, terca, inteligente y complicada-, escribe en primera persona desde su casita en la isla de Barrandale. A punto de cumplir setenta años se pregunta qué es lo que le espera al día siguiente: un hermoso día, un perro, un paseo, una playa blanca, un océano fruncido por el viento, una cámara, un ojo ansioso y concentrado, una mente curiosa y activa...

Nació el 7 de marzo de 1.908 y, por mucho que le pesase a su padre, fue niña. Siempre pensó que nunca se escribiría nada sobre ella -la hija de B. V. Clay-, pero se equivocó.

Al celebrar su séptimo cumpleaños, su tío, Greville Readeg-Hill, le regaló una Kodak Brownie nº 2 y cambió, sin saberlo, el rumbo de su vida. Le enseñó los secretos de la asombrosa alquimia que permite tomar imágenes atrapadas en una película y, mediante la aplicación de diversos productos químicos -el revelador, el baño de paro, el fijador y el lavado-, convertirlas milagrosamente en negativos que luego se pueden positivar en blanco y negro.

La fotografía siempre le pareció algo fascinante: atrapar un instante fugaz en una película, tras exponerla brevemente a la luz, y luego producir una imagen monocromática de ese momento... Le gustaba fotografiar a gente en acción: caminando, bajando las escaleras, corriendo, saltando..., y sin mirar a la cámara. Solo la fotografía era capaz de captar esa animación suspendida e irreflexiva: detener el tiempo y capturar ese milisegundo de nuestra existencia que nos permite vivir para siempre.

Apenas recordaba nada del chasquido de obturador que constituyó el pistoletazo de salida de una carrera que ya no abandonaría nunca.
Dejó que la vida se le acercase poco a poco, sin prisa por salir a buscarla, pero nunca permitió que le pasase por delante mostrándose indiferente para limitarse después a pensar en lo que podría haber hecho y no hizo.
Comenzó a trabajar con su tío, fotografiando las fiestas de la aristocracia inglesa, pero no tardó en viajar a Alemania para unirse a una hermandad de mujeres fotógrafas que se ganaban la vida en Berlín, Hamburgo, Viena y París, y terminó siendo procesada por obscenidad. Cruzó el charco en ambos sentidos y sintió el peso de las balas. Amó y penó: ¡¡¡vivió!!!

Era consciente de que cualquier existencia de una longitud razonable presenta todo tipo de complicaciones tan enrevesadas como las suyas, pero a veces tenía la impresión de que su vida estaba repleta de bolas con efecto y sorpresas inoportunas... Los errores que todos cometemos, grandes o pequeños, solo se pueden comprender en perspectiva. Surgen cuando las buenas intenciones se tuercen, y no podemos hacer nada por evitarlos, porque no les vemos venir.
Sin embargo, solo cuando la vida no te ofrece el más mínimo consuelo, cuando ya no saboreas nada -ni siquiera lo más insignificante que el planeta y tus semejantes te pueden ofrecer-, deja de tener sentido continuar: "¡¡¡ese  es el momento de tomarte la pastilla de cianuro!!!".

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