lunes, 5 de febrero de 2018

JOSÉ RAMÓN SÁNCHEZ - 'MOBY DICK': una obsesión enfermiza

Santander, 1 de febrero de 2.018

La obsesión de José Ramón Sánchez por Moby Dick comenzó en 2.001. Ilustrar la novela de Herman Melville supuso la ejecución de setenta y dos óleos panorámicos, doscientas quince ilustraciones y ciento diecisiete bocetos que componían un completo storyboard, pero la tragedia del ‘Pequod’ seguía rondando por su cabeza.
De alguna manera, podría decirse que tenía la sensación de haber estado allí con todos ellos…

Sentía que había estado con Ismael -único superviviente del ‘Pequod’-, que fue quien le contó aquella apasionante historia, pero también con el herrero y el carpintero del fabulo ballenero, con el padre Mapple, con Queequeg -el arponero de origen polinesio-, con Stubb, Flask y Starbuck -oficiales del barco-, y, por supuesto, con el capitán Ahab...
No lo pudo resistir y en 2.003 decidió retratarse con todos ellos, convirtiéndose así en un personaje más de aquella increíble aventura…

“Ismael” (2.003)

“El padre Mapple” (2.003)

“El carpintero y el herrero del Pequod” (2.003)

“Stubb, Flask y Starbuck” (2.003)

“Queequeg” (2.003)

“El capitán Ahab” (2.003)

Aquello, sin embargo, no fue nada más que un punto y seguido en el retrato de una obsesión que tal vez no deje de perseguirle nunca…


Nunca pensé que la obsesión por Moby Dick, que comenzó en 2.001, me duraría dieciséis años. Me he pasado media vida entre libros, dibujos, proyectos y sueños, y he sido un ilustrador tan feliz como frustrado, porque seguir ilustrando un año tras otro es algo que la Fortuna me ha regalado con esplendidez…
Sin embargo, fue cumplir setenta y nueve años y volver a la obsesión del mar y la ballena blanca…
No sé en qué día y semana me atreví a pensar que había llegado la hora de hacer realidad un sueño de la infancia: ¡ilustrar un cómic! Era un sueño entonces porque el talento natural no me daba para ello, y tampoco a los setenta y nueve el talento había madurado tanto como para hacerlo por primera vez, pero de octubre a noviembre de 2.016 me atrapó una fiebre que me dejó exhausto, después de preparar una maqueta con viñetas y textos en los que volví al año 2.001, a la tragedia ballenera de Moby Dick.
Ya en 2.017, del 2 de enero al 30 de junio, trasladé los bocetos al formato de una novela gráfica para soñar con lápiz negro lo que ya había hecho casi película dieciséis años atrás, con ilustraciones de gran formato y panorámicas coloreadas.
La tragedia del ‘Pequod’, en casi ciento sesenta páginas, fue mucho peor que una fiebre que no te abandona. Fue un virus maligno que casi acaba conmigo. Y lo digo por mi espalda, por mis ojos cansados de tanto mirar y por mi vitalidad disminuida. Cuando puse fin a la obra, me sentí incapaz de intentar otra epopeya. “Ya eres viejo y no estás para trotes tan desbocados”, me dije.
Este “Moby Dick” de ahora es la pequeña cima de una obsesión enfermiza, la del marinero que llega a Nantucket, que se embarca en el ‘Pequod’, que persigue a la ballena blanca, que se salva por los pelos gracias al ataúd de Queequeg, que es recogido por el ballenero ‘Raquel’ y vuelve a contar la historia otra vez más…
José Ramón Sánchez


Una vez le pregunté a mi padre: “¿De qué dirías que trata “Moby Dick”?”. Y él me contestó: “De la necesidad de ponerle cara al mal. Crear demonios y perseguirlos hasta la locura, o desde la locura, básicamente para no ocuparnos de los que habitan dentro de nosotros”.
Mi padre está lleno de demonios. Todo creador los tiene. Eso no quiere decir que para crear haya que ser un atormentado o pasarlo mal. Al revés, hay que divertirse con los demonios. Abrazarlos, cuidarlos y llevarlos contigo, porque no te vas a poder deshacer de ellos. Entonces ya no sé si pintar es la manera que tiene mi padre de espantar a los demonios o de acercarse a ellos. Supongo que es una mezcla de ambos. Igual que en la novela, donde uno no sabe quién persigue a quién, quién quiere dar caza a quién.
Pero en realidad, de lo que quiero hablar aquí es de los orígenes, de la vuelta a los orígenes… Quiero hablar de mi padre, que, a sus ochenta años, después de una impresionante trayectoria profesional y personal, en un acto que para mí requiere mucha osadía y frescura, decide soltar lastre, bártulos y técnicas, y quedarse con una sola cosa, un lápiz, para hacer una de sus obras más rotundas e importantes. Y no solo eso, sino que encima se trata de una ópera prima, porque sí, “Moby Dick” es su primera novela gráfica, o cómic, o como queráis llamarlo.
Es cierto que mi padre es un hombre muy frugal: vive muy bien con muy pocas cosas, y además sus ojos están cansados y sus cervicales le tienen machacado. Ya no aguanta tantas horas pintando, así que se podría argumentar que todo este retorno a la esencia puede parecer una obligación, una resignación fruto de los achaques propios de su edad. Pero sería una asunción falsa y superficial. Su cabeza y su corazón aún rebosan ambición y talento. Aún viajan, aún tienen ansias de explorar, de zarpar y hacer largas travesías. Y ya sé que esta no es su primera inmersión en las aguas gélidas de “Moby Dick”, que ya hizo una obra magna pintando la novela en el 2.001… Es lógico que uno se pueda preguntar para qué volver a enrolarse en el ‘Pequod’ si ya no hay nada que pescar, si ya se ha enfrentado a Ahab, ya ha cazado a la ballena blanca, y ya ha sobrevivido, como Ismael. Pues porque el fantasma, el monstruo, sigue dentro de él. Sigue visitándole. Y no, no está intentando destruirlo. ¿Para qué? Solo lo está alimentando. Porque ese monstruo, esos monstruos que todos tenemos dentro, bien entendidos y atendidos, nos dan la vida. Y solo visitándolos asiduamente conseguiremos crear, respirar, navegar en la vida.
Aunque, si he de ser sincero, a veces tengo ganas de que mi padre pare, poque, cada vez que da un paso, me pone el listón más alto. Nos lo pone a todos los creadores. Qué castigo, qué inspiración. Qué fantasma inasequible al desaliento, qué ejemplo. Qué miedo, qué motivación. Qué imposible, qué real. Qué ayer, hoy y mañana. Qué siempre. Qué maravilla poder celebrar cada nueva creación de mi padre. No, no quiero que acabe nunca. Sé que nunca acabará. No lo permitiré. No se lo permitiré. Intenté huir de él. Intenté cazarlo. Ahora solo quiero nadar junto a él. Nado junto a él…
Y ahora que observo el trabajo terminado, me pregunto: “Dentro de esta historia, ¿quién es mi padre? ¿Ismael, Ahab, la ballena?” Ninguno de ellos; mi padre es el arpón. Mi padre es el lápiz. Mi padre es más que Moby Dick; es una ballena inalcanzable. Es el mejor de los fantasmas. El mejor padre, compañero y amigo.
Daniel Sánchez Arévalo

La Biblioteca Central de Cantabria alberga una exposición temporal en la que el visitante puede contemplar los seis cuadros que José Ramón Sanchez pintó en 2.003 y muchos de los dibujos originales de la novela gráfica publicada el año pasado.


El genial ilustrador, renunciando a cualquier argucia de índole técnico, armado con un sencillo arpón de grafito y amparándose en los textos firmados por Jesús Herrán, se reinventa una vez más para plasmar, en forma de cómic, el retrato de una obsesión que le mantiene vivo, y demuestra, en blanco y negro, que con muy poco se puede hacer mucho.

Llamadme Ismael…
Hace años, no importa cuantos exactamente, hallándome con poco o ningún dinero en la bolsa y sin nada de especial interés que me retuviera en tierra, pensé que lo mejor sería darme a la mar por una temporada para ver la parte acuática del mundo. Es una manera mía de combatir la melancolía y de regular la circulación de la sangre. Siempre que empiezo a hacer mohínes y a enfurruñarme, y noto las húmedas brumas de noviembre en mi espíritu, siempre que me sorprendo parándome ante las funerarias o incorporándome al cortejo de cuantos funerales encuentro, y, sobre todo, cuando mi hipocondria prevalece de tal manera sobre mí que tengo que echar mano de todos mis principios morales para evitar salir a la calle deliberadamente y, a golpes y de modo metódico, quitarle a la gente los sombreros de la cabeza, entonces es cuando comprendo que ha llegado el momento de volver al mar con urgencia…

No hay comentarios:

Publicar un comentario