domingo, 18 de febrero de 2018

VENENO PARA LA CORONA: un proyecto sin igual...

Santander, 13 de febrero de 2.018

Toti Martínez de Lezea es una prolífica novelista española cuyos folletines suelen estar ambientados en el medievo europeo e imbuidos de la tradición y mitología vasca.


En “Veneno para la corona” (2.011), dos hermosas mujeres, -Jordana y Munía: madre e hija-, tildadas de brujas y con un misterioso pasado, entran al servicio de doña Juana Enríquez, hija del Almirante de Castilla y segunda esposa de Juan de Trastámara, duque de Peñafiel, rey viudo de Navarra y futuro rey de Aragón. Ambas demostrarán que, por muchos privilegios que tengan, y aunque su ambición sin límites pueda llevarles a asolar territorios propios y ajenos, provocando guerras y generando odio, los monarcas no son más que frágiles seres encadenados al ázar cuyo sino, igual que el del resto de los seres humanos, no es otro que la muerte. 



Su marido era un pariente viejo, con tres hijos de edad similar a la suya, pero doña Juana no se había casado con él por amor… En Aragón regía una antigua usanza que a lo largo del último siglo había sido permanentemente ignorada: nadie que no fuera nacido en tierras del reino, o hijo de aragonés, podía gobernar. Ella se había jurado a sí misma que su hijo no nacería en tierras navarras, por eso, en cuanto sintió las primeras contracciones, abandonó el Palacio de Sangüesa. A duras penas consiguió cruzar la frontera y llegar a la localidad de Sos, donde, el 10 de marzo de 1.452, nació Fernando. “Tú serás rey”, afirmó al contemplarle.

El pequeño tenía un año cuando sus padres regresaron a Navarra. Después de trece años, la princesa Blanca acababa de volver al palacio de Olite, uno de los más hermosos de Europa. Aduciendo impotencia recíproca de ambos debida a malignas influencias, su matrimonio con Enrique de Trástamara, heredero al trono de Castilla, había sido declarado nulo. Doña Juana no soportaba a su hijastra. Esta se negaba a inclinarse ante ella y era fiel partidaria de su hermano Carlos, a quien, tras la muerte de su madre (1.441), había incitado a reclamar la corona de Navarra.

Según las capitulaciones matrimoniales firmadas por sus padres, el príncipe Carlos de Viana era el legítimo heredero de la reina Blanca I de Navarra, pero esta había dejado estipulado en su testamento que su hijo no accedería al trono mientras su padre no lo consintiera, y Juan, que apenas había tenido trato con él durante su infancia, no lo había permitido. Los enfrentamientos entre ambos eran constantes y su madrastra no hacía otra cosa que alentarlos.
Lo cierto es que, desde que don Juan y ella se casaron, en 1.445, doña Juana era quien gobernaba en Navarra, mientras su marido trataba de recuperar las extensas propiedades que, tras la derrota de los infantes de Aragón en la batalla de Olmedo, su primo -el rey Juan II de Castilla-, le había arrebatado. Su principal enemigo, el condestable don Álvaro de Luna, acababa de ser degollado en Valladolid, pero sus tierras seguían sin serle devueltas…

En 1.453, el príncipe Carlos, que permanecía preso en las mazmorras de la Aljafería, fue puesto en libertad. Mientras él se ausentaba de su reino para buscar apoyos extranjeros en su lucha contra su padre, este había hecho llamar a su hija Leonor -casada con el conde de Foix, vasallo del rey de Francia-, para nombrarla, en detrimento de sus hermanos mayores, heredera del trono de Navarra. A cambio, su yerno se había comprometido a ayudarle a luchar contrar sus enemigos, con lo que él se aseguraba el apoyo del francés en su lucha contra los castellanos.

El rey Alfonso V -asentado en Nápoles mientras su esposa, María de Castilla, gobernaba los reinos de la Corona de Aragón-, murió en 1.458. Lo hizo habiendo legado el trono napolitano al mayor de sus hijos ilegítimos -Ferrante I de Nápoles-, y todo lo demás a su hermano Juan. Mientras el papa exigía que los territorios de Nápoles fueran entregados a la Santa Sede y el embajador aragonés intrigaba para que el pequeño reino no fuera desgajado de la Corona de Aragón, algunos nobles rechazaron al bastardo y propusieron la candidatura de su primo Carlos, pero este, apenado por la muerte de su tío y para evitar dificultades a Ferrante, optó por embarcar una vez más hacia el exilio y asentarse en Sicilia. El ahora todopoderoso monarca Juan II de Aragón ya no se molestaba en disimular la irritación que le producía la popularidad de su hijo. Nombró al pequeño Fernando duque de Montblanc -título otorgado al heredero a la corona de Aragón-, y ordenó a su primogénito que se trasladara al palacio real de Mallorca, prohibiéndole exprésamente desembarcar en la península.

Doña Juana no tuvo ningún reparo en acusar a su hijastro de estar planeando el derrocamiento de su padre para apoderarse del trono y el 2 de diciembre de 1.460 este ordenó al príncipe Carlos presentarse en Lérida de inmediato. Lo acusó de traición ante la asamblea y lo mandó arrestar y llevar de prisión en prisión hasta acabar en el castillo de Mordía, una fortaleza situada en lo alto de una mole rocosa en Castellón, provocando la ira de muchos navarros, catalanes y aragoneses. Los partidarios del príncipe exigieron al rey Juan que pusiera en libertad a su hijo y, tras tres meses de cautiverio, ante la amenaza de que el conflicto pusiera en riesgo su corona, este se vio obligado a liberarle, firmando unas capitulaciones en las que le reconocía como legítimo heredero de los reinos de la corona aragonesa y lugarteniente perpetuo de Cataluña.
El 12 de marzo de 1.461, entre vítores y regalos, el Príncipe de Viana regresó a Barcelona. Los catalanes recuperaban su soberanía y, por primera vez en muchos años, el príncipe Carlos ocupaba el puesto que legítimamente le correspondía, pero su satisfacción le duró apenas un suspiro. A comienzos de septiembre, tres meses después de haberse instalado en el Palacio Real de Barcelona, cayó enfermo y poco después murió. Los físicos declararon que la causa de su muerte había sido una pleuresía, aunque corrían rumores que señalaban a su madrastra como la responsable de un posible envenenamiento. Navarra y todos los reinos de Aragón lloraron su pérdida. Su cuerpo fue velado durante doce días y después, en medio de una interminable procesión de cirios y antorchas, fue trasladado a hombros hasta la catedral de Santa Eulalia, donde miles de personas le rindieron homenaje.

Juan sin Fe y su mujer habían triunfado. Su hijo, don Fernando, fue jurado heredero y lugarteniente de Cataluña, pero esto desató una guerra en toda regla que hizo que el joven infante y su madre fueron sitiados en Gerona. Solo después de cuatro meses, merced a la ayuda de los remensas, las tropas de Gaston de Foix pudieron desbloquear el cerco de sus adversarios (1.462).
Mientras tanto, por orden de su padre, la princesa Blanca, heredera de la corona de Navarra, permanecía presa en Olite. El rey Luis XI de Francia, que a cambio de los condados del Rosellón y la Cerdaña había entregado a Juan II doscientos mil escudos de oro e infantes y caballería para la guerra en Cataluña, exigía que la infanta renunciara a sus derechos y se recluyera en un convento, pero ella se negaba a hacerlo y la infortunada reina sin reino fue entregada a su envidiosa hermana, doña Leonor.
Navarra no se recuperaría de aquello. Doña Blanca -la segunda de su nombre-, su legítima reina, agonizaba en tierra extraña mientras los navarros se mataban entre sí, defendiendo los derechos de un hombre capaz de repudiar a sus propios hijos para robarles la herencia, y de una mujer capaz de ordenar la muerte de su hermana para arrebatarle la corona (1.464).


Catorce años después (1.479), rey Juan II de Aragón moría habiendo visto cumplidas todas sus ambiciones. La Generalit de Cataluña, tras una década de luchas que había arruinado tanto a nobles como a comerciantes y campesionas, había tenido que rendirse, y su hijo Fernando, casado con su prima Isabel, era rey de Castilla desde hacía cuatro años. Ahora, tal y como siempre deseo su madre, lo sería también de la Corona de Aragón, y su hermanastra Leonor conservaría el trono de Navarra solo hasta que llegara el momento de incorporar su pequeño reino a un proyecto sin igual desde la época del rey Recaredo…

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