Santander, 16 de marzo de 2.018
El pasado 14 de marzo murió, a los setenta
y seis años de edad, el brillante astrofísico y cosmólogo inglés Stephen
Hawking.
Sus teorías y descubrimientos no están al
alcance del común de los mortales, pero todos le conocíamos debido al ejemplar
modo con el que afrontó la cruel enfermedad que lo mantuvo anclado a una silla
de ruedas durante más de cincuenta años.
En 2.014, James Marsch dirigió “La teoría
del todo”, adaptación cinematográfica de las memorias escritas por Jane Wilde,
su primera esposa.
Jane (Felicity Jones) y Setephen (Eddie
Redmayne) se conocieron en la Universidad de Cambridge, en 1.963. Ella
estudiaba filología francesa y española y él -devoto de una ecuación
desconocida, única y unificadora, que lo explicara todo en el universo-, cosmología:
una especie de religión para ateos inteligentes.
Solo unas semanas después, a Stephen le
diagnosticaron la enfermedad de la neurona motora (ELA), un trastorno neurológico
progresivo que destruye las células cerebrales que controlan la actividad
motora esencial: se interrumpen las señales que los músculos deben recibir para
moverse, lo cual provoca una atrofia muscular gradual. El cerebro no se ve
afectado, pero, al final, la habilidad para controlar voluntariamente los
movimientos se pierde por completo.
Los médicos le auguraron dos años de vida,
pero Jane y él se querían: deseaban luchar contra la enfermedad que les
asediaba y pasar juntos el poco tiempo que les quedara.
Se casaron y tuvieron dos hijos. Él siguió
estudiando y consiguió doctorarse. Enunció la teoría de la singularidad
espaciotemporal y se propuso demostrar con una única ecuación que el tiempo
tuvo un principio.
No pudo hacerlo. Se dio cuenta de que
estaba en un error, y sus estudios cambiaron de dirección cuando comenzó a
afirmar que el universo no tiene frontera alguna y que Dios está en peligro de
extinción…
Una neumonía estuvo a punto de matarle.
Los médicos tuvieron que hacerle una incisión en el cuello para insertarle una
cánula en la tráquea. Sobrevivió, pero perdió la capacidad de hablar y tuvo que
aprender a comunicarse utilizando un sintetizador de voz.
Los teoremas de Stephen eran mundialmente
conocidos, pero la suya no era una familia normal. Él apenas podía moverse y
Jane necesitaba ayuda…
Le había amado mucho: lo había hecho lo
mejor que había podido, pero su llama se estaba apagando. Elaine, la asistente
que contrató para ayudarla a atender a su marido, fue quien le acompañó a EE.UU.
Stephen llevaba mucho tiempo buscando el origen del universo y parecía haberlo
encontrado…
Solo
somos una raza avanzada de primates en un planeta menor que gira alrededor de
una estrella normal y corriente, en el extrarradio de una entre cien mil millones
de galaxias, pero desde los principios de la civilización la gente siempre ha
ansiado entender el orden subyacente en el mundo. Las condiciones en los
límites del universo tienen que ser muy especiales, y que puede ser más
especial que el hecho de que no haya límites.
Como
tampoco debería haberlos para el esfuerzo humano. Todos somos diferentes. Por
muy dura que nos parezca la vida, siempre hay algo que podemos hacer y en lo
que triunfar. Mientras haya vida, hay esperanza.
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