San Vicente de la Barquera, 25 de junio de 2.018
Volvemos a madrugar y, mientras el sol se
despereza, nos desplazamos en coche hasta Santillana del Mar para afrontar una
etapa de treinta y tres kilómetros que, pasando por localidades como Cóbreces o
Comillas, habrá de llevarnos hasta San Vicente de la Barquera, un trazado
exigente, con constantes subidas y bajadas, que se viste de verde para resultar
mucho más atractivo que el de ayer.
Aparcamos y nos acercamos a la Plaza Mayor
de la villa de las tres mentiras para echar a andar por la calle de los Hornos. Pasamos junto al camping y después de
cruzar la carretera tomamos una pista asfaltada que supera un discreto collado
y entre verdes prados nos conduce hasta Oreña.
Al fondo vislumbramos la desangelada
promoción ‘Residencial Puerto Calderón’, cinco bloques de pisos proyectados por
Construcciones y Rehabilitaciones Cárcoba que después de muchos avatares
tuvieron que quedarse en tres…
Pasmos junto a ellos antes y subimos hasta
la iglesia de San Pedro, un sobrio edificio de grandes proporciones situado en
lo alto de un discreto cerro y sin ninguna otra construcción a su alrededor.
Sus orígenes se remontan al siglo XVI,
aunque ha sufrido multitud de reformas desde entonces. Está formado por una
nave muy alargada, y cuenta con un gracioso pórtico y una torre de cuatro
alturas, con tejado a cuatro aguas, decorada con bolas herrerianas en sus
cuatro esquinas.
Desde aquí nos acercamos al centro del
pueblo y pasamos junto a la pequeña ermita de San Bartolomé, una graciosa capilla
románica del siglo XI, formada por una sola nave rematada con ábside
semicircular y decorada con canecillos labrados, cuya piedra dorada luce hoy en
su máximo esplendor.
Atravesamos el coqueto barrio de
Caborredondo y salimos a la carretera autonómica que une Santillana del Mar y
Comillas. Pasamos por encima de ella y poco después tomamos un desvío a la
derecha que nos conduce hasta Cigüenza, una pequeña aldea de casas dispersas
situadas al fondo de un solitario valle en la que sorprende toparse con la
monumental iglesia de San Martin de Tours, obra del maestro de cantería Francisco
Rubín, natural de Colombres. Fue construida durante la primera mitad del siglo
XVIII y está considerada como el mejor ejemplo de barroco colonial en
Cantabria.
Se levantó por orden de D. Juan Antonio
Tagle-Bracho, indiano oriundo del lugar que emigró a Perú en busca de fortuna y
terminó siendo prior del consulado de Lima. En 1.737 envío a su hermano
Francisco, cura de Toñanes, los planos y medidas del edificio que pretendía
construir, y aunque las cartas con las instrucciones en las que se indicaba
como llevar a cabo las obras tardaban mucho tiempo en llegar y el dinero con el
que pagarlas no se recibía regularmente, en 1.768, la iglesia estaba terminada.
Se trata de un vistoso edificio de
sillería, simétrico, similar a la Iglesia de las Capuchinas, en Lima. Cuenta
con planta de cruz latina formada por una nave de dos tramos, crucero con
cúpula sobre pechinas, ábside cuadrado y dos capillas laterales.
Destacan las dos grandes torres cuadradas
de su fachada occidental, rematadas por pirámides de piedra con balaustrada y
pináculos. Ambas enmarcan una gran portalada, situada bajo un rotundo
arco de medio punto, formada por un frontón partido flanqueado por sendos
óculos circulares. La portalada situada en la fachada sur tiene un diseño similar.
Frente a la iglesia se alza la Casona de
la Condesa, un edificio construido a principios del siglo XX por doña Rosa
Echenique y Tagle, segunda condesa de la casa de Tagle de Trasierra, título
otorgado en 1.744 por el rey Fernando VI a Juan Antonio Tagle-Bracho y
rehabilitado en 1.919 por el rey Alfonso XII a favor de esta.
La casa, deshabitada, conserva en su
fachada el escudo timbrado con la corona condal de la familia Echenique y
Tagle.
La Casa del Allende, por su parte, es una
casona del siglo XVII situada frente a las torres de la iglesia y perfectamente
conservada. Perteneció a la familia Gutiérrez de Allende y por la vía del
matrimonio pasó a la familia Tagle-Bracho. Posteriormente, de nuevo por la vía
del matrimonio, pasó a la familia Gómez de Carandia, como pone de manifiesto el
escudo de armas colocado en uno de los astiales, trasladado aquí desde la
casa solariega que los Carandia tenían en Toñanes.
Atravesamos la aldea y nos dirigimos a
Cóbreces. Llegamos al pueblo por su extremo sur y nos acercamos a la Iglesia de
San Pedro Ad Vincula para hacer un alto en el camino y reponer fuerzas.
La iglesia data de finales del siglo XIX y
es obra del arquitecto Emilio de la Torriente y Aguirre. De estilo neogótico
afrancesado, presenta planta de cruz latina, con dos espigadas torres de tres
cuerpos en la fachada principal, bóvedas de crucería, ábside semicircular con
estilizadas ventanales y cimborrio octogonal sobre el crucero con vidrieras que
permiten la entrada de luz.
Nos ponemos en marcha de nuevo y pasamos
frente a la Abadía de Santa María de Viaceli, fundada por monjes cistercienses
procedentes de Francia y actualmente convertida en monasterio trapense. El
conjunto monástico fue construido a principios del siglo XX en un estilo
neogótico muy desornamentado, adaptándose así a la austeridad propia del
cister.
La estructura es de hormigón armado y
constituye un conjunto arquitectónico muy equilibrado, articulado en torno a un
claustro interior, con una sobria fachada que presenta ventanales ajimezados y
arcos apuntados.
Queremos acercarnos a la costa. Apostamos
por el último itinerario propuesto por la Consejería y de nuevo cruzamos la
carretera autonómica para descender a la playa de Luaña, empaparnos de olor a
sal y saborear el color del mar. El batir de las olas se funde con el trino de los
pájaros y una suave brisa nos reconforta mientras cruzamos la regata de la
Conchuga, cuyas aguas vienen a parar al arenal.
Ganamos cota rápidamente. Caminamos a
través de un bosque de eucaliptos que crecen junto al poderoso Cantábrico y
llegamos a Trasierra, pequeña localidad perteneciente al municipio de Ruiloba.
Al fondo se recorta el sky-line de nuestros Picos de Europa que,
sorprendentemente, en esta época del año aún parecen salpicados de nieve.
Cruzamos la carretera y nos dirigimos a La
Iglesia, localidad perteneciente al municipio de Ruiloba, en el que destaca
precisamente la Iglesia de la Asunción, edificio del siglo XVII transformado a
finales del XIX conforme a un ecléctico proyecto del arquitecto local Casimiro
Pérez de la Riva que contempló la construcción de una torre y una cúpula con
cierto aire centroeuropeo o neobizantino.
Salimos del pueblo, nos dirigimos a La
Concha y buscamos la Calle Mayor, un interesante rincón flanqueado por un
puñado de remodeladas casonas.
Abandonamos el asfalto y recorremos un
sendero que nos conduce hasta la entrada de Comillas.
Atravesamos el pueblo y nos dirigirnos a
la modernista Fuente de los Tres Caños, diseñada por Lluis Domenech i Montaner.
Buscamos un banco salpicado de sombra y nos sentamos para recuperar unas
fuerzas que a estas alturas comienzan a escasear. Comemos algo, bebemos agua y cogemos
aire. Reanudamos la marcha y salimos del pueblo por la calle del Marqués.
Pasamos frente al fastuoso Palacio de
Sobrellano, proyectado por el arquitecto Joan Martorell a finales del siglo XIX
para convertirse en residencia de Antonio López y López, primer Marqués de
Comillas. Recorremos la campa que se extiende a sus pies y poco después,
dejando a nuestra derecha las instalaciones de la Universidad Pontificia,
salimos del núcleo urbano del pueblo.
De momento, la parada nos ha hecho más mal
que bien. Nos hemos quedado fríos y nos cuesta coger ritmo, pero, poco a poco,
vamos entrando en calor. Afrontamos el último tramo de nuestro
largo paseo. Cruzamos la ría de la Rabia, desembocadura de pequeños arroyos
entre los que destaca el río Turbio, y nos adentramos en el Parque Natural de
Oyambre, una de las mejores representaciones de los ecosistemas costeros
cantábricos.
Nos acercamos al mar y la ría se transforma
en un recogido estuario formado por dos cuerpos, el correspondiente a las
marismas de La Rabia, y otro más pequeño que se extiende hacia el oeste, donde
el río Capitán da lugar a las marismas de Zapedo.
Recorremos el dique de un antiguo molino
marinero que limita el sector occidental del conjunto y nos aproximamos a la
lengua de arena situada en el interior del último meandro de la ría, conocido
como playa de La Rabia. Caminamos junto al extremo sur de las
instalaciones del campo de golf de Oyambre. Bordeamos la margen izquierda de la
ría Capitán y llegamos a la carretera. Giramos a la derecha, pasamos junto al
camping, y por un arcén pintado de verde subimos hasta el barrio de Gerra para
disfrutar de unas extraordinarias vistas de nuestra costa.
A nuestra derecha queda el cabo de Oyambre
y frente a nosotros, al fondo, con los Picos de Europa a sus espaldas, vislumbramos
ya las casas de San Vicente de la Barquera.
Descendemos hacia la larguísima playa de
Merón, confinada entre la Punta del Oeste y el espigón oriental de la ría de
San Vicente, y el camino se convierte en un duro rompepiernas que nos lleva
hasta la playa de El Tostadero, situada justo en frente del núcleo urbano de
San Vicente, en la margen derecha de la ría.
Buscamos los veintiocho ojos del Puente de
la Maza, importante obra de ingeniería del siglo XV que permite salvar las
marismas de Pombo, alimentadas por el río Gandarillas.
Cogemos aire, aguantamos la respiración y
cruzamos la ría. Salvamos el último obstáculo del camino y cumplimos nuestro
objetivo: estamos en San Vicente de la Barquera. ¡Prueba superada!
Treinta
y siete kilómetros hasta Santillana del Mar y treinta y tres más hasta San
Vicente de la Barquera, pasando por Cóbreces y Comillas…
Setenta
kilómetros con vuestros nombres en mis labios
Hago
lo que me gusta, pero me acuerdo de vosotros.
¡¡Os
quiero!!
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