Santander, 27 de septiembre de 2.018
En 1.970, Fraçois Truffaut dirigió y
protagonizó “El pequeño salvaje”, película rodada en blanco y negro que narra
una historia auténtica que comenzó en el verano de 1.798 en un bosque francés
de la región de Aveyro, próxima a Toulouse…
Allí, tres cazadores de una aldea próxima,
pensando que se trataba de una bestia, habían dado caza a un niño desnudo, de
unos doce o trece años, que había crecido completamente solo, alimentándose a
base de bellotas y raíces, y refugiándose en madrigueras (Jean-Pierre Cargol).
Era casi mudo y sordo, y en él se invertía
el orden natural de los sentidos: el más desarrollado era el olfato, y le
seguían el gusto, la vista y el tacto.
Fue trasladado a París, internado en el Instituto
de Sordomudos de la capital francesa y examinado por el doctor Philippe Pinel
(Jean Dasté), experto en el estudio y tratamiento de las enfermedades mentales,
quien concluyó que, debido a algún tipo de anormalidad, alguien había intentado
deshacerse de él degollándolo con un cuchillo cuando tenía tres o cuatro años y
después lo había dejado abandonado en el bosque. Milagrosamente, el pequeño había
sobrevivido, pero el aislamiento en el que había crecido desde entonces había provocado
su mudez. Su aspecto exterior no era diferente al de otros niños, pero su
comportamiento no difería en nada al de cualquiera de los idiotas ingresados en
su manicomio de Bicêtre.
El chico se convirtió en una especie de
monstruo de feria expuesto a la visita de multitud de curiosos que acudían al
centro en el que estaba internado solo para verle. El doctor Pinel creía que lo
mejor para el muchacho y para el resto de niños sordomudos ingresados junto a
él, era trasladarlo a un centro de internamiento psiquiátrico.
El joven doctor Jean Icard (Fraçois
Truffaut), por el contrario, pensaba que el chico no era un idiota, sino una
criatura que había tenido la desgracia de pasar seis, siete u ocho años solo en
el bosque, y que este aislamiento era el que había provocado su anormalidad. El
estado le concedió su custodia y se lo llevó a su casa para tratar de
determinar el grado de inteligencia y la clase de ideas que era capaz de
desarrollar un adolescente que había vivido siempre separado de los miembros de
su especie. Su ama de llaves, madame Guérin, se encargó de atenderle, cuidarle
y educarle, mientras él supervisaba su readaptación y elaboraba un informe en
el que exponía con enorme rigor sus observaciones.
Al principio, el niño era insensible a
cualquier tipo de manifestación afectiva, pero las atenciones recibidas
hicieron que, poco a poco, su sociabilidad mejorara.
El doctor Icard pretendía enseñarle a
hablar, y para ello intentó aprovechar algunas de sus singularidades y fortalezas,
como su pasión por el orden, pero pasar del dibujo de un objeto a su
representación alfabética suponía una dificultad inmensa e insuperable para un
chico al que habían llamado Víctor.
Ante los pocos progresos observados, dando
por perdido el tiempo empleado y dispuesto a abandonar la tarea que se había
impuesto, Icard lamentaba a menudo haberle conocido y la esteril curiosidad de
quienes le arrancaron de su vida inocente y dichosa, pero no tardó en asumir
que, si no estaba siendo comprendido por su alumno, la culpa era suya, y no de
aquel. Se propuso encontrar un método afín a las facultades del niño, aún
embotadas, con el cual cada dificultad vencida lo pusiera al nivel de la que
debía vencer a continuación.
Utilizó métodos basados en la repetición,
el condicionamiento y la modificación de conducta. Y le propuso retos, de
manera que, cuando acertaba le gratificaba y cuando fallaba le castigaba. De
este modo consiguió que el chico le obedeciera, aunque lo hacía solo por temor
o por la esperanza del premio, y no por una razón desinteresada. Castigándole
sin motivo consiguió que se rebelara, probando que el chico había desarrollado
el sentido de la justicia, elevándole así a una categoría moral superior.
Nueve meses después de llegar a su casa, Víctor
poseía el libre ejercicio de todos sus sentidos y daba pruebas continuas de
atención y memoria: podía comparar, discernir y juzgar, aplicando su
entendimiento a los objetos relativos a su instrucción…
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