domingo, 14 de octubre de 2018

UN HOMBRE PARA LA ETERNIDAD: él siempre fue un fiel súbdito de su majestad, pero antes lo fue de Dios

Santander, 28 de septiembre de 2.018


Tomás Moro nació en Londres entre 1.477 y 1.478, y se convirtió en una de las figuras más importantes del Renacimiento europeo. Su padre era abogado y juez. Él estudió derecho, pero también filosofía, literatura, teología… Era un humanista convencido de que una sociedad, sin fe no se sostiene y está condenada a hundirse irremediablemente. Sabiendo que eso le obligaría a hacer concesiones, se metió en política para mejorar el mundo, y lo hizo durante casi diez años…


“Un hombre para la eternidad” es la adaptación cinematográfica de la obra de teatro homónima escrita por Robert Bolt que narra los últimos años de vida de Tomás Moro. Fue estrenada en 1.966 y obtuvó los premios Oscar a Mejor Película, Mejor Director (Fred Zinnermann), Mejor Actor Protagonista (Paul Scofield), Mejor Guión Adaptado (Roberto Bolt), Mejor Fotografía y Mejor Diseño de Vestuario.



Para evitar que la dinastía Tudor desaparezca y puñados de nobles sedientos de poder promuevan guerras dinásticas que arrasen el país de nuevo, el rey Enrique VIII necesita un hijo. Tomás Moro reza todos los días para que Dios se lo conceda, pero su esposa, Catalina de Aragón, no parece en condiciones de dárselo. Puede que rezar no sea suficiente…

La joven Ana Bolena podría hacerlo, pero ella no es su esposa. El cardenal Wolsey (Orson Welles) pretendía presionar al papa Clemente VII amenazando las propiedades de la Iglesia para que le concediera el divorcio, pero sir Thomas Moro (Paul Scofield) no está dispuesto a hacerlo, pues considera que, cuando un hombre de Estado se olvida de su propia conciencia y antempone a ella sus deberes públicos, conduce a su patria por el camino más corto hacia el caos.



Tomás Moro es un hombre recto que respeta la ley. En 1.529, tras la muerte del cardenal, el rey (Robert Shaw) lo nombra lord Canciller del Reino. Pretende que le ayude a repudiar a su esposa y conseguir el divorcio, Sabe que no lo hará, pero piensa que, con el tiempo, su amigo cederá. Respeta su honestidad y rectitud, pero no consentirá ninguna oposición. Le permitirá mantenerse al margen, pero espera que, cuando los príncipes de la Iglesia se vuelvan en su contra, él no se deje convencer…



En 1.531, Enrique VIII le declara la guerra al papa. Presiona a los pontífices de Canterbury para que renuncien a su obediencia a la sede de Roma y le reconozcan a él como Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra, y les obliga a concederle el divorcio y casarle con Ana Bolena. Tomás Moro no puede aceptar esta situación sin renegar de su fe, así que, en 1.532, dimite de su cargo como canciller, evitando así, para proteger a su familia, pronunciarse al respecto.


Su silencio resuena por toda Europa. El rey necesita una pequeña muestra de apoyo por su parte y espera que asista a su boda, pero, al no hacerlo, no le queda más remedio que acusarle de traición e ingratitud. Lo encierra en la Torre de Londres, pero la cárcel no hace mella en él. Permanece fiel a su conciencia y se niega a jurar que el nombramiento de su majestad como Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra sea bueno y justo.  Guarda silencio, y su silencio le condena…

Solo entonces confiesa lo que piensa: “El nombramiento del rey está basado en un acta del parlamento que repugna en esencia e integridad a la ley de Dios y a la santa Iglesia, cuyo supremo gobierno ninguna persona temporal, por muchas leyes que dicte, puede asumir. Ese gobierno fue dado por boca de nuestro salvador, Jesucristo, a San Pedro y a los obispos de Roma mientras vivían, y estaba persnalmente presente aquí, en la Tierra. Es, por tanto, insuficiente una ley que obligue a los cristianos a desobedecerle. Y, más aún, la inmunidad de la Iglesia está prometida tanto en la carta magna como en el juramento de coronación del rey”.


El 6 de julio de 1.535, Tomas Moro muere decapitado. Siempre fue un fiel súbdito de su majestad, pero antes lo fue de Dios. La iglesia católica lo beatificó en 1.886 y lo canonizó en 1.935. La iglesia anglicana, por su parte, lo considera un martir de la reforma protestante y en 1.980 lo incluyó en su lista de héroes y santos cristianos.



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