lunes, 23 de junio de 2014

ISABEL (XI): ¡siempre juntos!

Mogro, 8 de junio de 2.014

Alfonso V, rey de Portugal, cruza la frontera y se atrinchera con su joven esposa tras las murallas de Toro. El rey Fernando parte desde Segovia, al mando de sus tropas, para hacer frente a los rebeldes. Sabe que la lealtad de Asturias y Vizcaya es incuestionable pero Castilla, Andalucía y Galicia estarán divididas y no se puede contar con el apoyo del reino de Aragón mientras persista su conflicto con los catalanes. Por contra, el ejército francés atravesará los Pirineos para ponerse al servicio de los portugueses y arrinconar a las tropas castellanas.
Haciendo gala de prudencia y un alto sentido de la responsabilidad, el rey opta por retirarse sin entrar en combate.

Isabel, dolida e indignada, ordena alancear a los primeros caballos que lleguen a las murallas de Segovia. Si sus hombres hubiesen luchado, puede que hubiesen regresado derrotados, pero lo habrían hecho con honra y ella misma les habría recibido. ¡Que todos sepan como recibe Castilla a los cobardes!

Los celos se ocultan detrás de su enojo. El heredero que ella llevaba en su vientre era un varón: nació muerto mientras su esposo volvía humillado y con una hija en Aragón.
Tal vez no pueda perdonar al hombre que le ama pero sí al rey; sólo juntos podrán salvar su reino. Fernando moriría con tal de poner Castilla a sus pies: ese fue el único objetivo que guió sus decisiones.


Amparándose en la Divina Providencia, Roma les ha vuelto la espalda y sólo el dinero de los judíos y de la castellana orden de San Jerónimo permitirá financiar su causa.
Los adeptos a ella continuarán atacando las villas enemigas situadas en la frontera portuguesa mientras las plazas que sufren el desgobierno de los rebeldes (Trujillo, Madrid, Toledo...) se convertirán en realengos si alzan los pendones legítimos de Castilla, y en Cádiz, Sevilla y Palos se concederán patentes de corso para atacar a los barcos portugueses en ultramar.

Pese a todo Burgos ha tomado partido por Juana. Si los franceses se reúnen allí con las tropas de Alfonso, Isabel y Fernando estarán atrapados entre éstos y los nobles andaluces, liderados por Pacheco.
Burgos es la cabeza de Castilla y recuperarla es la única opción: las tropas castellanas sitian la ciudad y, con la ayuda del Señor, consiguen hacerla suya antes de que llegue el ejército portugués.


La reina entra en la ciudad para que todos le juren lealtad y obediencia mientras, aprovechando que las tropas del prudente Alfonso se han retirado a Arévalo, Fernando marcha hacia Zamora. Los franceses siguen sin llegar: los portugueses están solos y sus tropas regresan a Portugal.

Tras tres años de disputas las batallas van quedando atrás pero es preciso afianzar la victoria, reclamar las fortalezas que aún no han sido entregadas a la corona y recuperar el control de cada villa.
La victoria está próxima pero, del mismo modo que la corona de Aragón no dudó en pactar con los nobles catalanes para ponerles de su lado, Isabel deba mostrarse clemente con aquellos que intentaron acabar con ella. Un rey debe ser querido, no temido por sus súbditos. 

Hace meses que el rey de Portugal viajó a Francia para tratar de asegurarse su apoyo y reanudar con fuerza la conquista de Castilla pero Fernando piensa que quizás una oferta generosa pueda garantizar que el rey Luis no intervenga a su favor...
Se traslada a Aragón para convencer a su padre de que a cambio de la neutralidad francesa ofrezca el cese de sus incursiones en el Rosellón y la Cerdaña, renunciando a los intereses de su reino con tal de pacificar el de su esposa.
Después viaja a Sevilla, donde, tras haber apaciguado Extremadura, se ha instalado Isabel. En el sur, los nobles dicen serle fieles pero no están dispuestos a perder lo que creen suyo y se baten en luchas fratricidas sin atender a su pueblo. Sevilla es Castilla y Castilla es justicia: Isabel atenderá a sus ciudadanos.
Juntos de nuevo, encuentran tiempo para cumplir con sus obligaciones como reyes y engendrar un heredero.

Como rey, Fernando firmó con Francia una paz que habría de reforzar la posición de Castilla en su lucha con Portugal. Como hijo, le prometió a su padre, en su lecho de muerte, recuperar para Aragón los territorios del Rosellón y la Cerdaña.


En 1.479, en Zaragoza, Fernando, rey de Aragón, de Valencia, de Mallorca, de Sicilia, de Cerdeña y conde de Barcelona, juró defender los fueros y privilegios de sus reinos y, con la ayuda de Dios, velar por la seguridad de todos los que en ellos habitaban.

La prolongada ausencia de Alfonso V amenazaba con dejar el reino de Portugal a merced de sus enemigos, por lo que su hijo Juan pretendía proclamarse rey de Portugal.
El monarca hubo de regresar a la península sin conseguir el compromiso de Francia y se encontró con la revocación de la bula que legitimaba su boda y por tanto su guerra con Castilla. Todos le habían vuelto la espalda pero él estaba dispuesto a demostrarle a los castellanos que podía invadir su reino cuando gustase.
El 24 de febrero de 1.479 las tropas de Portugal fueron derrotadas; mientras el rey libraba su guerra, su hijo y sus partidarios preparaban la paz...


Beatriz de Braganza, tía de Isabel, se reúne con ella para negociar las condiciones: se recuperarán las fronteras previas a la disputa pero no habrá indemnizaciones, Castilla respetará el monopolio de las rutas de Guinea y Portugal no discutirá sus derechos sobre las Islas Canarias, y los matrimonios del hijo del príncipe Juan con la pequeña Isabel y de Juana con el heredero de las coronas de Castilla y Aragón ratificarán el acuerdo. 
A Isabel le tocó llorar como madre lo que tuvo que decidir como reina: su hija deberá vivir en Portugal hasta que se lleve a cabo su boda y a cambio, para celebrar sus esponsales, doña Juana habrá de esperar hasta que el príncipe cumpla los catorce años; hasta entonces habrá de vivir apartada, a cuidado de tercera persona, y llegado el momento el príncipe podrá decidir libremente liberarle de su compromiso. Ella tendrá más de treinta años entonces y ningún príncipe estará dispuesto a desposarla, así que no tendrá hijos que puedan reclamar un día su derecho al trono de Castilla.


Derrotada y abandonada por todos, Juana optó por pronunciar los votos e ingresar en un convento de monjas clarisas.
La guerra había terminado. 

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