martes, 26 de marzo de 2019

HOTEL PALACIO TORRE DE RUESGA: naturalez, luz, silencio y calma

Ruesga, 11-12 de septiembre de 2.018


Septiembre nos regala un sol espléndido. Preparamos el petate y ponemos rumbo al valle de Ruesga, en la comarca del Asón.



Nuestro destino es el Hotel Palacio Torre de Ruesga, uno de los establecimientos hoteleros con mayor encanto de Cantabria…



El Palacio de los Valle -residencia del licenciado Juan Fernández del Valle y de su primera esposa, doña María de Arredondo-, fue encargado en 1.610 al arquitecto Diego de Sisniega, quien sobre un antiguo solar familiar proyectó una casa fuerte, de piedra de sillería y mampostería decorada con motivos geométricos coloreados.



El parte noble del palacio consta de un cuerpo central flanqueado por sendas torres de planta cuadrada y su entrada principal está presidida por un escudo de piedra con las armas siguientes: en la parte de arriba, tres flores de lis y cinco estrellas, y en la de abajo, a la izquierda, un hombre con un alfanje sujetando una cabeza asida por los cabellos, y a la derecha, un cuerpo sin cabeza y un lebrel, con un árbol en medio.

Durante la última década del siglo pasado, el palacio fue restaurado y transformado en un precioso hotel, en cuyo interior, elegantemente decorado, se conservan muchos de los frescos con los que el joven pintor catalán León Criach decoró en 1.886 las paredes y techos del gran salón, la biblioteca y la sala de juegos.


 


Llegamos al hotel antes de mediodía. Es pronto. Nos registramos, pero nuestra habitación aún no está preparada. No pasa nada, tomamos una cervecita y aprovechamos para saborear la luz, el silencio y la calma que nos envuelven...



Naturaleza, luz, silencio y calma.
Muros centenarios y césped como alfombra.
Serenidad y paz alimentando el alma.
De vez en cuenda suena una campana,
como queriendo subrayar el sosiego
que embellece este enclave solariego:
bucólico lugar de ensueño y filigrana.
El tiempo se detiene, señorial…:
Es clamoroso el silencio
de esta torre monacal.

Comemos algo y después subimos a nuestra habitación. Nos damos un baño en la piscina del hotel y recorremos sus dependencias deteniéndonos en muchos de sus elegantes rincones…




Las agujas del reloj se detienen y durante dos días, antes de regresar a la cruda realidad, nos dejamos contagiar por la tranquilidad que nos envuelve...

Recorremos el valle y contemplamos algunos de sus edificios más representativos. Paseamos junto a palacios de los siglos XVI y XVII pertenecientes a la nobleza local, como el Palacio de los Valle en el que nos alojamos o el Palacio de Zorrilla San Martín, un edificio de grandes dimensiones cuyo origen se remonta a comienzos del silgo XVII y que ha sido objeto de sucesivas reformas que lamentablemente no parecen haber conducido a ninguna parte…




En la zona proliferan vistosas casonas de indianos de finales del siglo XVIII y del XIX, cuyos dueños tuvieron que emigrar al continente americano en penosas condiciones y en muchas ocasiones, al volver a sus pueblos de origen, dieron buena prueba de su generosidad y amor a un terruño que hoy es el nuestro…



El indianu trae dinero
pa los sus padres amantes.
Válgame el Señor del cielo:
¡que alegría tan brillante!
Válgame la Soberana,
válgame el señor San Pedro:
güelve ricu de la Bana
el hiju del tío Rogelio…
Güelve ricu de la Bana,
válgame nuestra Señora:
quién verá a la tía Sidora
asomase a la ventana.
Cuando güelven los indianos
con los sus galeros blancos,
el ‘parabién’ los cantamos,
como mozas a los santos…
Vivan los mozos indianos
que güelven a la su tierra;
viva los mozos indianos,
y también la su güela…
En la pobreza nació
el indianu de esti pueblu,
y a la pobreza golvió
con cadena y con sombreru.
Con cadena y con sombreru,
y sortijas relumbrantes,
una pipa pa su güelu
y anillo pa la su amante.
Y anillo pa la su amante,
que lu esperó a la ventana
aguardando los regalos
con la su vasca galana.
Las muchachas del tu pueblu
te damos la bienvenida;
las muchachas de esti pueblu
te desean güena vida…
Te desean güena vida
en el pueblu en que nacistes…

(Manuel Llano)

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