Santander, 27 de julio de 2.019
El taiwanés Jimmy Liao (1.958) es un
brillante y prolífico autor de libros ilustrados, aptos para todos los públicos,
que combinan a la perfección la narración visual y la verbal.
En 2.015 publicó “Paisaje de amor”, una
emotiva oda al sentimiento de duelo en la que el trágico dolor que provoca la
pérdida de un ser querido deja paso a la esperanza y la felicidad que comienzan
a florecer en un bosque de ensueño regado con las alas de un ángel que empieza
a desaparecer…
¿Acaso eres
tú, ángel mío, el soplo de aire que me impide caer cuando tropiezo?
Ella solo resultó herida en el accidente,
pero él se fue para siempre de este mundo y eso le hizo añicos el corazón…
Las cosas que había soñado hacer junto a
él ya no se harían realidad. Su mundo se convirtió, de pronto, en un cruel
purgatorio. Se sentía sola y desamparada. Lo echaba tanto de menos que se
quedaba dormida entre sollozos…
Soñaba siempre con el mismo paisaje: un
bosque cubierto de maleza bajo cuyos árboles los dos aguardaban felices a que florecieran.
Entonces, de repente, se desataba un vendaval y, cuando ella se volvía hacia él,
él había desaparecido sin dejar ni rastro.
No volvió a creer que la gente pudiera ser
feliz. No volvió a creer en los milagros, pero a veces sentía algo vagamente:
una brisa leve, como el aleteo de una mariposa, un atisbo de una delicada
fragancia…
Poco a poco, se dio cuenta de que no
estaba sola en absoluto. Era como si alguien le murmurase palabras de ánimo al
oído constantemente y velase siempre por ella, pero, cada vez que,
expectante, intentaba escucharlo, el sonido se extinguía.
Aunque no sabía quién era -ni siquiera
estaba segura de si, efectivamente, era alguien-, su vida se fue volviendo,
poco a poco, más luminosa.
Cuando estaba a punto de tropezar, una
delicada fragancia la hizo detenerse; cuando se cayó del puente, una brisa la
sujetó…
Siempre que se sentía sola, oía una voz
melodiosa que le cantaba al oído y una cálida brisa la envolvía: ¡no volvió ya
a sentir miedo!
Estaba convencida de que él, tras haberse
convertido en ángel, le hacía compañía. Lo que no sabía era que el destino de
los ángeles, cuando aman a alguien, es que se les empiecen a caer las plumas, dispersándose
por el cielo como copos de nieve a los cuatro vientos…
Aún seguía soñando a menudo con el mismo
paisaje: con aquel bosque cubierto de maleza, bajo cuyos árboles los dos solos
aguardaban felices a que florecieran…
Se fue recuperando, pero la voz que solía
murmurarle al oído se volvió cada vez más débil. En secreto, en el fondo de su
corazón ansiaba oírla de nuevo, pero, al mismo tiempo, temía que todo aquello
no fuera más que un sueño. Con los ojos abiertos, contempló de nuevo el mundo,
pero no volvió a oír aquella melodiosa voz. El bosque cubierto de maleza, en
cambio, continuaba apareciéndosele en sueños. Estaba convencida de que él la
estaba esperando en el paisaje de sus sueños, así que comenzó a buscarlo, un
día tras otro, por todas partes…
Por fin, dio con un paisaje igual que el de
sus sueños y esperó inmóvil a que los árboles florecieran. No se veían más que
montañas cubiertas de árboles mustios y plumas, blancas como la nieve, que
caían flotando lenta y constantemente, danzando livianas en el viento. Poco a
poco, se fue convirtiendo en un hermoso mar de flores y voces melodiosas que susurraban
al oído…
(Texto e ilustraciones: Jimmy
Liao)
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