sábado, 14 de marzo de 2015

LIÉBANA: paisajes infinitos y rincones únicos (I)

Potes, 11 de marzo de 2.015


La primavera ha comenzado a golpear nuestras puertas pero sólo hace sólo unas semanas la nieve obligó a cerrar al tráfico varios carreteras impidiendo el acceso a Cantabria desde la meseta para que después las lluvias y el deshielo provocasen el desbordamiento de varios ríos.
Parece que el tiempo mejora y hay que aprovecharlo: cogemos el coche y nos vamos a Liébana.


Situada en el extremo suroeste de Cantabria, a los pies de los Picos de Europa, linda con las provincias de Asturias, Palencia y León. Se trata de un espacio montañoso formado por cuatro valles (Valdebaró, Cereceda, Piedrasluengas y Cillorigo) que confluyen en Potes, capital de la comarca.

El acceso a Liébana es difícil. Nosotros llegamos desde la costa, atravesando el espectacular Desfiladero de la Hermida.


No estoy acostumbrado a ocupar el asiento del copiloto así que aprovecho para deleitarme contemplando las impresionantes paredes casi verticales de piedra caliza que en algunos recodos alcanzan los seiscientos metros de altura y custodian el curso del río Deva durante algo más de veinte kilómetros.

Cuando nos colamos en el desfiladero las nubes cubrían el cielo de Cantabria pero dicen que la comarca posee un microclima propio, diferente al del resto de la región, y debe de ser cierto porque al llegar a Lebeña, y pasar junto a su hermosa iglesia mozárabe, un primaveral cielo azul y un sol resplandeciente nos dan los buenos días.


Poco antes de llegar a Potes, en Ocejo, tomamos un desvío que gira a la izquierda para adentrarnos en el valle de Piedrasluengas y dirigirnos a Piasca, una pequeña localidad situada a algo más de quinientos metros sobre el nivel del mar y que constituyó el primer destino como maestro de mi abuelo Enrique.
Nuestro objetivo es admirar la Iglesia de Santa María de Piasca: notable exponente del arte románico cántabro, declarada Monumento Nacional en 1.930.


Debe remontarse al siglo VIII o IX el origen de un monasterio situado en esta localidad cuya existencia está ya documentada en el año 930: Monasterio de Santa María la Real. Los siglos X y XI constituyeron una época de esplendor engrandecimiento para un monasterio que desde el año 941 albergaba una comunidad monástica mixta regida por la regla de San Fructuoso. No es de extrañar que en el siglo XII se optase por sustituir la antigua iglesia monacal por una vistosa iglesia de estilo románico dedicada a Santa María que tras muchas reformas y restauraciones ha llegado hasta nuestros días.
Se trataba de una iglesia formada por tres naves paralelas rematadas en sus cabeceras por sendos ábsides de planta circular, pero el de la nave situada al norte ha desaparecido ocupando hoy su lugar un cubo de piedra que alberga la sacristía.


Una inscripción situada junto a la puerta principal afirma que en 1.439 se realizaron reformas que afectaron a las naves, ábsides y espadaña de la iglesia, de manera que de la primitiva fábrica románica únicamente se conservan la parte inferior de los ábsides, las portadas y la rica ornamentación escultórica.


La iglesia posee dos puertas que hoy nos encontramos cerradas (habremos de volver si queremos admirar el interior de esta pequeña joya). La principal se abre a los pies de la nave central; otra de dimensiones más reducidas permite el acceso desde el lado sur y comunicaba el templo con un claustro que hoy, como el resto de dependencias del monasterio, ha desaparecido.
Son precisamente estas portadas los elementos más importantes y singulares de todo el conjunto, dada su riqueza iconográfica.


La portada principal está formada por cinco arquivoltas ligeramente apuntadas decoradas principalmente con motivos vegetales.
Las dovelas de la segunda arquivolta están talladas, sin embargo, con una variada muestra de motivos escultóricos: leones, cabezas humanas y de animales, músicos...


Dos de las arquivoltas se apoyan sobre columnas de fuste circular -una de ellas decorada con una imagen de San Miguel luchando con el demonio-, mientras que las otras tres lo hacen sobre ángulos del muro abocelados. A uno y otro lado de la portada se reparten cinco capiteles rematados por una imposta ricamente labrada que se prolonga hasta las jambas de la puerta.
Los mencionados capiteles muestran una interesantísima colección de tallas de gran relieve y variada iconografía: dragones alados, centauros, grifos y toda suerte de animales mitológicos y quimeras así como una escena que bien pudiera ser una Anunciación.


Sobre esta portada se ha conservado de la fachada original una pequeña galería de tres arcos ciegos -de medio punto el central y lobulados los laterales-, que resguardan dos tallas románicas representativas de San Pedro y San Pablo y otra del siglo XVI que muestra a la Virgen con el niño en brazos.


La portada meridional, también llamada 'Puerta del Cuerno' es de menor tamaña y mérito, aunque no carente de interés. Está formada por dos arquivoltas de medio punto que descansan sobre una única columna a cada lado rematada con capitel y una gran imposta.
Todo el conjunto está decorado con motivos vegetales salvo las dovelas de la arquivolta interior, donde se pueden admirar diversas representaciones de figuras humanas.


Acariciamos la piedra labrada...
Sentimos el paso del tiempo...
Escuchamos el sonido del silencio y después deshacemos el camino recorrido: ¡nos dirigimos a Potes!

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