jueves, 9 de julio de 2015

COSTA QUEBRADA (I): un paraíso para los sentidos

Liencres, 06 de julio de 2.015


Costa Quebrada es un tramo de litoral que constituye una verdadera aula de mar y tierra donde ambos docentes, en un libro de hojas de piedra con trazos de sal, no sólo nos muestran el resultado de su áspera y tierna relación de miles de años, sino que, a través de las huellas grabadas en las rocas de distinto origen, estructura y composición que el mar va desnudando, nos lleva a intuir los procesos que a lo largo de millones de años han dado lugar al relieve de Cantabria.
A lo largo de los escasos veinte kilómetros que separan los arenales de Liencres de la península de La Magdalena descubrimos una excepcional variedad de formas litorales de extraordinaria belleza.


Madrugamos.
Dejo a los peques en el campamento de verano y me acerco en coche a Liencres. Aparco junto a la playa de Canallave y echo a andar por un camino asfaltado cortado al tráfico rodado situado entre nuestro mar Cantábrico, custodiado por blancas gaviotas de pico colorado, y el valioso pinar del Parque Natural de las Dunas de Liencres.
En apenas un cuarto de hora llego al extremo oriental de la protegida plantación de pino marítimo. El camino, abierto ya al tráfico, gira a la derecha, envolviendo el parque y buscando la carretera general, pero a mano izquierda surge otra pista, más deteriorada pero perfectamente reconocible, que conduce a las urbanizaciones próximas a Somocuevas.
Por ahí es por dónde continúo mi paseo y al volver la vista atrás contemplo las playas de Canallave y Valdearenas, la Punta del Águila y, a lo lejos, la Punta del Dichoso y el puñado de islotes que se asoman al mar para saludarla.


Frente a mí, a lo lejos, vislumbro un vértice geodésico que se convierte en mi destino. Abandono el camino para deslizarme por el laberinto de senderos que serpentean junto al mar y no tardo en llegar a una hermosa plataforma de abrasión marítima.


Frente a mi se despliega una hermosa rasa marina intermareal capaz de disipar la energía de las olas y de acumular agua en las grietas y fisuras de su superficie, que se convierten en refugio para muchas especies animales.


Abierta al noroeste y protegida por una alineación de islotes rocosos resistentes a la erosión, la plataforma se transforma en una pequeña playa salvaje conocida como El Madero. Accedo a ella por su extremo oriental, junto a un gran embudo natural que amplifica el poderoso rugido del mar Cantábrico y me cruzo con una joven madre que ha renunciado al ajetreo estival de El Sardinero para compartir con sus retoños la preciada calma de Costa Quebrada



Dejo atrás El Madero. Continúo mi paseo y no tardo en vislumbrar el arenal de Somocuevas.


Paso junto al vértice geodésico que había divisado en lontananza al principio del paseo y llego hasta el pequeño istmo con playas a ambos lados desarrolladas de modo muy diferente debido al mayor aporte de arena arrastrada por las fuertes y frecuentes marejadas de noroeste.
Me detengo junto a las escaleras que bajan a Somocuevas y dejo que mi mirada vague hasta el infinito antes de emprender el regreso.


Vuelvo sobre mis pasos y al llegar a la playa de Canallave me sumerjo en el mar para después secarme al sol.


Puede que esta tarde vuelva por aquí: me sentaré a la sombra del chiringuito, beberé una cerveza bien fría y contemplaré como los tendidos rayos del sol tililan sobre las olas del mar antes de deslizarse sobre el arenal y encender los acantilados. Después daré un bonito paseo y aunque no necesite respuestas puede que busque en el horizonte el místico rayo verde con el que el astro rey nos da las buenas noches.


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