Santander, 26 de junio de 2.016
La reconquista ha concluido. Pronto la corte abandonará Granada, y fray Hernando, convertido en Arzobispo de Granada, habrá de separarse de la reina. Isabel precisará un nuevo confesor y el cardenal Mendoza ha encontrado al mejor candidato posible: Francisco Jiménez de Cisneros (Eusebio Poncela). Se trata de un hombre sabio y reputado, graduado en la universidad de Salamanca bajo la protección de Beltrán de la Cueva y tan leal a la corona como a sus propias convicciones. Sólo la vida espiritual le interesa y no es el poder ni la púrpura lo que le tienta pues, aunque podría haber llegado a obispo hace años, se retiró a La Salceda para observar la regla franciscana.
La elección satisfizo a Isabel. Él se negaba a aceptar que la rectitud que la reina se exigía a sí misma no le fuese impuesta a la propia Iglesia y le instó a tomar medidas contra las malas prácticas y desmanes llevados a cabo en los monasterios castellanos, pero Isabel temía que las órdenes religiosas se volviesen contra la corona si intervenía contra ellas, por ello nombró, al que ya era su confesor, provincial de la orden franciscana, encomendándole la evaluación de los cenobios castellanos.
Poco después, tras la muerte del cardenal Mendoza (año 1.495), fue nombrado arzobispo de Toledo y desde la cúspide, auspiciado por Roma y por la reina de Castilla, emprendió la reforma de la Iglesia.
Los moros habían de convertirse o marcharse: ¡Castilla sólo podía ser cristiana! El compromiso de sus majestades con Dios valía cien veces más que el contraído con los infieles. Si habían expulsado a los judíos, ¿por qué no hacer lo mismo con los musulmanes?
Fray Hernando advirtió a la comunidad musulmana de Granada del peligro que corría y ésta buscó refugió en las montañas para desde allí alzarse contra la Corona al mismo tiempo que intentaba crear un puente con África que le permitiese recibir refuerzos. El propio Fernando hubo de ponerse al frente de las tropas castellanas para frenar la rebelión. Se arrasaron pueblos enteros, haciendo pasar por justo aquello que no lo era y confiando en que, allí donde el catecismo había fracasado, el terror hiciese brotar la fe. ¡No hubo piedad para el infiel!
Fray Hernando advirtió a la comunidad musulmana de Granada del peligro que corría y ésta buscó refugió en las montañas para desde allí alzarse contra la Corona al mismo tiempo que intentaba crear un puente con África que le permitiese recibir refuerzos. El propio Fernando hubo de ponerse al frente de las tropas castellanas para frenar la rebelión. Se arrasaron pueblos enteros, haciendo pasar por justo aquello que no lo era y confiando en que, allí donde el catecismo había fracasado, el terror hiciese brotar la fe. ¡No hubo piedad para el infiel!
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