Santander, 26 de junio de 2.016
No fue el deseo de hacer participe de su éxito al rey Juan II lo que arrastró a Cristóbal Colón hasta la costa portuguesa cuando regresaba de su viaje al otro lado del océano, sino una violenta tormenta en el Atlántico.
Aunque sólo una de sus naves, con un puñado de hombres enflaquecidos y enfermos hubiese arribado a puerto, parece evidente que el monarca portugués erró al no confiar en él y ahora éste pretendía compensar sus ofensas del pasado. El genovés había encontrado tierra antes de lo esperado y sus cartógrafos habían llegado a la conclusión de que había tierras inexploradas frente a las tierras de Guinea. Toda la cristiandad envidiaba el poderío de Portugal en la mar y ningún otro reino poseía su experiencia. Los portugueses podrían poner a disposición del genovés los medios que precisase para convertirse en el primer explorador en dar la vuelta al mundo y juntos podrían controlar las rutas hacia la India por el este y por el oeste.
La llegada a tierras gallegas comandada por uno de los hermanos Pinzón de una de las naves que le acompañaban en su viaje obligó a Colón a trasladarse a Barcelona rápidamente para comunicar a los reyes de Castilla el éxito de su expedición pero prometió regresar a Portugal...
El rey Juan, acogiéndose al tratado de Alcazobas firmado en 1.479 por su padre y bendecido por el papa Sixto IV, en virtud del cual le correspondeía a Portugal el derecho sobre cualquier conquista en el Atlántico por debajo del paralelo de las Canarias, reclamaba para su reino las tierras descubiertas por Colón: "¡el Atlántico pertenece a Portugal!".
Isabel confíaba en que el papa Alejandro VI ratificase el dominio de Castilla sobre las tierras conquistadas promulgando una bula que corrigiese un tratado que había sido malinterpretado, pues no todo el Atlántcio pertenecía a los portugueses. Dejaría que el tiempo pasase, pues lo haría en su favor, pero era consciente de que mientras tanto convenía asentar sus dominios sobre las Indias e instó a Colón a preparar sin demora su siguiente expedición.
El Almirante sabía que su lealtad había sido puesta en duda debido a una estancia en Lisboa a la que sólo el infortunio le condujo y para apaciguar tales sospechas propuso a la reina las condiciones que habría de refrendar el papa para erradicar las aspiraciones de Portugal sobre las nuevas tierras: Roma habría de conceder a Castilla el dominio sobre cualquier territorio que distase cien leguas de las Azores y Cabo Verde hacia occidente y el mediodía.
Se le exigió conquistar un imperio que no existía pues aunque hubiese hecho creer a los reyes que alcanzó las Indias en su primer viaje, lo cierto era que llegó a unas islas que en poco se asemejan a los relatos escritos sobre las tierras que buscaba: unos terrones en medio de la nada que él adornó con su don para el relato.
Diecisiete naves y mil quinientos hombres acompañados por fray Bernardo Boyl (Jorge Calvo), vicario general de la Orden de los Mínimos, a quien la reina encomendara la evangelización de las nuevas tierras, partieron del puerto de Cádiz el 25 de septiembre de 1.493.
Un año después el fraile regresó junto a un grupo de descontentos, reacios a aceptar el pérfido modo de gobernar del virrey y de sus hermanos. La empresa del almirante ni había reportado oro ni había salvado almas, y únicamente causaba quebraderos de cabeza. La misión en las Indias debía continuar pero urgía encontrar a alguien que pusisese orden en semejante desaguisado...
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