Santander, 26 de junio de 2.016
Tras la caída de Granada, Cardenas viajó a Francia en nombre del rey de Aragón para exigirle al rey Carlos VIII la devolución de los condados catalanes. El francés aceptó, pero impusó una condición: Aragón debería abstenerse de intervenir en Italia. Su objetivo último era hacerse con la corona de Nápoles y dominar el Mediterráneo para la cristiandad, disputándoselo a los turcos, pero sabía que no debía menospreciar al aragonés... A Fernando sólo parecían importarle los condados del Rosellón y la Cerdeña, pues había dejado en manos francesas Saboya y el Milanesado, pero el norte de Italia quedaba lejos de Sicilia, cuya corona ostentaba. No sucedía lo mismo con Nápoles...
Los reyes de Castilla sabían que era su deber hacer que la paz que tanto les había costado conseguir perdurase. En 1.493 Isabel y Fernando partieron hacia Barcelona para firmar un tratado con Francia de enorme importancia para la corona de Aragón en virtud del cual se comprometían a no intervenir en los asuntos del rey Carlos con otros reinos siempre que éste respetase sus fronteras, reservándose, eso sí, el derecho a repeler cualquier invasión de los Estados Pontificios.
Aragón recuperaría los condados del Rosellón y la Cerdeña pero a cambio Francia debería aprobar las clausulas matrimoniales que ellos estableciesen con otros reinos, lo que convertiría a sus hijos en vasallos del rey Carlos y les impediría establecer alianzas que favoreciesen el aislamiento del francés.
El pacto se firmó porque Fernando estaba convencido de que se habría roto antes de que sus hijos tuviesen edad para casarse, pues la intención de los franceses era apoderarse de Nápoles con su beneplácito, pero no podrían hacerlo sin pasar antes por los Estados Pontificios.
En 1.495 el papa Alejandro VI escribía a don Fernando. Las fuerzas francesas habían entrado en Roma y el papa suplicaba auxilio a la corona de Aragón:
Mientras ésta escribo, Carlos de Francia avanza imparable y con formas de tirano por tierras italianas. Acaba de ser coronado en Florencia. Allí, fruto de su despotismo y desvarío, ha quemado libros, joyas y muchos cuadros. Proclama ser el único garante de la fe en Italia. Sin duda está en su ánimo deponerme al llegar a Roma. Os solicito la ayuda que prometisteis para defender los Estados Pontificios, pilar de la cristiandad.
La armada, comandada por Gonzalo de Córdoba, partió desde Alicante y Cartagena hacia la capital pontificia, y la guarnición siciliana se interpuso en el avance del rey francés. Como compensación por el auxilio prestado, el papa hubo de conceder a Castilla los derechos sobre las tierras de ultramar, aunque exigió que a cambio las tribus conquistadas fuesen abatidas y reducidas a la fe católica procurando la salvación eterna de los salvajes.
Portugal negó la validez de la bula papal y el rey Juan II prometió apresar o hundir cualquier navío castellano o aragonés que atravesase sus aguas, asegurando que la expedición de Colón que había partido de Cádiz no regresaría jamás a la península.
Con la armada en aguas del Mediterráneo un enfrentamiento armado con Portugal era inviable. Claudicar no era una opción, pero si Castilla y Aragón no podían permitirse otra guerra tendrían que negociar y llegar a un acuerdo al margen de la bula papal...
El 7 de junio de 1.494 los reyes de Castilla y Portugal se reunieron en Tordesillas para firmar un tratado en virtud del cual se repartirían el Atlántico: dejando de lado el tratado de Alcazobas, Castilla podría navegar por debajo del paralelo de Las Canarias y la nueva franja que habría de dividir los derechos de ambos países se situaría trescientas setenta leguas al oeste de Cabo Verde y las Azores, aunque Melilla y Kazaja, pequeños enclaves estratégicos para controlar el Mediterráneo, seguirían siendo castellanos.
La expedición de Cristobal Colón podría regresar a Castilla y en el futuro Portugal no pondría obstáculos a otras aventuras semejantes.
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