domingo, 26 de junio de 2016

ISABEL (XXXI): el sol se pone en Castilla y su futuro está en juego

Santander, 26 de junio de 2.016

La infanta parecía haber recuperado la cordura, pero no era más que un espejismo: ¿cómo aprender a transitar por los tortuosos caminos del amor? Sus hijos no le preocuapaban; tan sólo quería estar con su Felipe y los celos la consumían.


El futuro de Castilla estaba en juego: el futuro que Isabel y Fernando soñaban se había torcido pero la providencia les indicaría cual era el camino correcto...
Los nobles castellanos daban por hecho que doña Juana sería incapaz de reinar y ansiaban tenerla a merced de sus intrigas para convertirla en un títere que pudiesen manejar a su antojo, como ya hicieron en el pasado con Enrique IV y como quisieron hacer con la 'Beltraneja'. 
La reina sabía que pronto tendría que rendir cuentas ante el Altísimo. Había dispuesto que cuando ella faltase, independientemente de cual fuese el estado de su hija, Juana ocupase el trono de Castilla, pero en su lecho de muerte ordenó que si la princesa no estuviera en sus reinos, o no pudiera o quisiera gobernar, fuese el rey Fernando quien rigiese y administrase dichos reinos en su nombre hasta que el infante Carlos alcanzase la edad legítima para gobernar. Bajo ninguna circunstancia se vulneraría la línea sucesoria, pues en su nieto estaban depositadas todas sus esperanzas...


El 26 de noviembre de 1.504 el sol se puso en Castilla...
El fuego crepitaba en las chimeneas del castillo de Medina del Campo. Fernando tomó la mano de su esposa y ella le pidió que velase porque su cuerpo fuese enterrado en Granada, allí dónde él decidiera reposar: "siempre juntos, en la vida y en la muerte". Cerró los ojos por última vez y descansó para siempre.


"Nada de cuanto hemos logrado juntos se perderá pues, velando por vuestros logros, guardaré memoria del inmenso amor que siempre he sentido por vos"

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