lunes, 21 de agosto de 2017

IGLESIAS ROMÁNICAS DE VALDEOLEA: tesoros escondidos al sur del norte (II)

Valdeolea, 25 de julio de 2.017


En la colegiata de Cervatos coincidimos con un matrimonio de Soria que recorrió esta zona hace unos años: visitaron un puñado de pequeñas iglesias románicas y descubrieron en su interior una serie de frescos que les impresionaron tan gratamente que hoy esperan poder volver a verlos. Han contactado con el servicio de guías turísticos del Ayuntamiento de Valdeolea y han concertado una cita con ellos.
Degustamos un menú del día en las proximidades de Reinosa y barajamos la posibilidad de unirnos al ‘tour’ de los sorianos. Llámamos por teléfono al guía encagado de mostrar las iglesias y nos confirma que no hay ningún inconveniente en que nos sumemos a la visita programada, pero nos advierte que esta será larga…

Nos desplazamos hasta Mata de Hoz.
Allí se alza una pequeña iglesia rural dedicada a San Juan Bautista que conserva su estructura románica de ábside semicircular y nave única.


Nos acercamos hasta el extremo occidental del edificio para subir a lo alto de su espadaña y sentir el susurro de las dos campanas cobijadas en sus troneras.



Regresamos al ábside. En el alero observamos algunos capiteles burdamente trabajados: echándole mucha imaginación, podemos vislumbrar dos leones enfrentados, una pareja de águilas o la cabeza de un lobo.


 

Accedemos al interior de la iglesia. La portada, apuntada, muestra arquivoltas y capiteles decorados con entrelazados de cestería y motivos vegetales.


Dentro, el arco triunfal que separa la nave única de la bóveda del fondo descansa sobre capiteles en los que aparecen representados sendas parejas de grifos y leones (lado de la epístola) y un león y un centauro enfrentados (lado del evangelio).



Lo que más llama la atención, sin embargo, son las pinturas murales del presbiterio. Son unos frescos de finales del siglo XV pintados por un maestro anónimo, conocido como el maestro de San Felices, que trabajó en la comarca entre 1.470 y 1.510. Su estilo, derivado del románico y del gótico lineal, incorpora elementos propios del realismo hispano-flamenco que aportan mayor credibilidad a las escenas representadas y permiten transmitir mejor los sentimientos de los personajes retratados.


Durante la baja Edad Media, el uso de la pintura para decorar el interior de los templos con fines didácticos era algo muy habitual. Se utilizaba la técnica del fresco seco al temple... En primer lugar se enfoscaba la superficie que se iba a pintar, aplicando una gruesa capa de revoco (mortero de arena y cal) que posteriormente se enlucía con cal viva. Después, cuando las paredes secaban, se dibujaban con carbón las siluetas de las figuras que se iban a pintar y se rellenaban con pigmentos aglutinados con huevo, aunque la paleta de colores utilizada era bastante reducida, predominando los tonos ocres y rojizos obtenidos a partir de las rocas y la tierra de la zona. Por último, se repasaban los contornos y se matizaban los detalles. 
A lo largo del siglo XVI comenzó a desarrollarse la imaginería escultórica y surgieron talleres autóctonos de fabricación de retablos con los que se cubrieron las paredes, ocultando muchas de estas pinturas.

En la iglesia de San Juan Bautista, el mural se dispone sobre la bóveda de horno del presbiterio, adaptándose a sus paredes mediante tres frisos de dimensiones decrecientes.


El inferior, más alto y amplio que los restantes, está formado por dos escenas separadas por una ventana. En la del lado del evangelio aparece, en un entorno urbano, un personaje que pregona la llegada del Mesías y los amores incestuosos de Herodes antes de ser detenido y encarcelado.


Es San Juan Bautista, cuya cabeza es presentada en la escena del lado de la epístola al propio Herodes y a Salomé, que celebran un fastuoso banquete.

En los frisos superiores aparecen representadas escenas del ciclo de la Natividad de Cristo: la Anunciación del arcángel San Gabriel a María, la Visitación de esta a su prima Isabel, la Adoración de los Reyes Magos, el Nacimiento y la Circuncisión.


Montamos en nuestros coches y nos desplazamos hasta la cercana localidad de La Loma para visitar una pequeña iglesia situada en un altozano desde el que se puede contemplar gran parte de Valdeolea. Aunque importantes modificaciones posteriores enmascaran su origen tardorrománico, la iglesia de Santa Olalla fue consagrada en 1.174 y aún conserva el ábside cuadrado y algunos canecillos toscamente labrados.


Accedemos al interior y contemplamos el conjunto de frescos pintados por el maestro de San Felices que cubre las paredes de la bóveda apuntada del presbiterio.


Las escenas del mural se distribuyen en frisos separados por líneas rectas de color oscuro y hacen alusión a la pasión, muerte y resurreción de Cristo, y a la vida y martirio de varios santos entre los que destaca la patrona del pueblo, Santa Olalla (o Santa Eulalia).

En el lado del evangelio, en el friso inferior, aparecen representados Santiago luchando con los moros, San Miguel alanceando y pisando al demonio mientras pesa las almas de los difuntos, y Santa Olalla mientras es prendida por sus enemigos.

En el friso intermedio del lado del evangelio se representa el instante de la Última Cena en el que Jesús anuncia que será traicionado por uno de sus discípulos, pudiendo verse a Judas tomando un cesto con monedas.


En el friso superior se representa el momento en que Judas besa a Jesús, justo antes de ser prendido, la flagelación y a Jesús portando la cruz con la ayuda de Cireneo mientras un soldado le da una patada.


En el friso inferior del muro frontal, se representa el juicio y posterior decapitación de Santa Olalla, escena esta última mutilada merced a la intervención de algún párroco al que se le ocurrió abrir una ventana en el muro para paliar la falta de luz.


La escena central del friso superior muestra, flanqueada por sendas panorámicas de Jerusalén, la Crucifixión de Cristo, con San Juan y la Virgen al pie de la cruz.

En el friso inferior de la epístola observamos una estremecedora escena de grandes dimensiones que representa el descenso de Cristo a los infiernos, poblado por infinidad de demonios y donde los condenados sufren todo tipo de tormentos.


En el friso intermedio contemplamos la aparición de Cristo a María Magdalena y en el superior tres escenas de la Muerte y Resurrección de Jesús: el descendimiento, el entierro y la resurrección.


Continuamos nuestro 'tour' y nos desplazamos hasta Las Henestrosas de las Quintanillas para visitar la iglesia de Santa María la Real, pero antes hacemos un alto en el centro del pueblo y nos detenemos frente al Palacio de la Corralada.


Es un edificio del siglo XVIII en el que destaca su fachada principal, que se comporta como un elemento autónomo que integra dos portadas enmarcadas por dobles pilastras cajeadas y una pequeña capilla rematada con espadaña. El conjunto está presidido por un gran escudo de armas con dos leones enfrentados.


Continuamos nuestro paseo hasta la iglesia de Santa María, situada en un alto, a las afueras del pueblo. Su origen se remonta al siglo IX, como atestiguan las estelas y restos encontrados en los enterramientos situados a su alrededor, pero el edificio actual se construyó a finales del siglo XII.


El edificio original, de estilo románico, constaba de ábside semicircular, una sola nave y espadaña. En 1.503 se añaden dos naves laterales, se introduce una bóveda de crucería en la nave central, y se construye a los pies de la iglesia una torre cuadrada en la que queda embutida la espadaña, trasladando la portada original a uno de los laterales.


Nos acercamos a los pies del ábside y contemplamos los canecillos sobre los que descansa el alero del tejado y los capiteles de la ventana abierta en el muro. Pertenecen al edificio original, están ricamente trabajados y poseen una gran variedad iconográfica: ciervo, cigüeña matando a una culebra, contorsionistas, sirenas, músicos, escribanos...


Accedemos al interior de la iglesia y nos acercamos al presbiterio para observar los capiteles del arco triunfal, ligeramente apuntado. Son de temática moralizante y muestran el triunfo del Bien sobre el Mal: dos parejas de grifos afrontados y contrapuestos en el lado del evangelio y un grifo dominando a una serpiente y Sansón desquijando al león en el lado del evangelio.


Durante la reforma llevada a cabo a principios del siglo XVI, se decoraron los muros del transepto y del ábside con varias pinturas murales que posiblemente fueron ejecutadas por algún discípulo del maestro de San Felices. Son más realistas que las de Mata de Hoz y Santa Olalla de la Loma, y los pigmentos utilizados tienen unos tonos diferentes, menos ocres y más rosáceos. Parte de estas pinturas queda oculta tras un retablo plateresco del siglo XVI presidido por una talla gótica del siglo XIV que muestra a la Virgen María sentada con el Niño en brazos.


En el transepto, a los lados del arco triunfal, aparecen representados San Pablo, San Pedro y San Gregorio. Ya en el presbiterio, en el lado del evangelio contemplamos dos escenas: en la inferior, Santiago, montado a caballo, lucha contra las infieles, y en la superior asistimos al banquete de las Bodas de Caná. En el muro de la epístola tenemos otros dos escenas: la huída a Egipto, en la que aparecen María, José y el Niño perseguidos por unos soldados a los que despista un segador, y la Matanza de los Inocentes, con un soldado atravesando a un niño con su espada.



La visita completa nos ha llevado tres horas y media largas, pero estábamos avisados... El hecho de que las pinturas murales de las iglesias románicas de Valdeolea carezcan de una gran calidad artística no impide que resulten atractivas y, además, nos permiten conocer como se desarrolló el arte popular durante la baja Edad Media al margen de los grandes centros de creación. Sin duda ha merecido mucho la pena verlas, máxime cuando la persona que las muestra posee los conocimientos y la simpatía de Mónica.
¡Muchas gracias!

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