Santander, 4 de agosto de 2.018
El año pasado Gary Oldman se puso a las
órdenes de Joe Wright para convertirse en Winston Churchill y rodar “El
instante más oscuro”, un drama histórico con el que obtuvo el Oscar al mejor
actor en el que comparte protagonismo con Kristin Scott Thomas, Lily James.
La película recrea un momento crucial de
la Segunda Guerra Mundial, cuando, con los nazis a punto de invadir Gran
Bretaña, Churchill ha de decidir si intenta firmar un tratado de paz con
Alemania o permanece fiel a sus ideales y lucha por la liberación de Europa…
Joe Wright, director de títulos como
“Orgullo y prejuicio” (2.005) o “Expiación” (2.007), afirma: “Churchill ha sido puesto en un pedestal.
Quería bajarle de ahí, examinarle cara a cara y conocer al hombre, con sus
virtudes y con sus defectos, que eran muchos. Hizo varias cosas mal, pero una
muy bien: resisterse con Hitler y los nazis…”.
“El éxito no es definitivo. El fracaso no es
letal.
Es el valor para continuar lo que
cuenta.”
(Winston Churchill)
Nueve de mayo de 1940: las tropas de
Hitler han invadido Checoslovaquia, Polonia, Dinamarca y Noruega, y tres
millones de soldados alemanes están apostados en la frontera belga, listos para
conquistar el resto de Europa. En Gran Bretaña, el parlamento ha perdido la fe
en su líder, Neville Chambarlain, impulsor de una política apaciguadora con la
que pretendía contemporizar el afán expansionista de Hitler y Mussolini,
cediendo a la mayor parte de sus exigencias con el fin de evitar un conflicto
generalizado, y a quien consideran incapaz de dirigir el país en tiempos de
guerra. La búsqueda de un sustituto ya ha comenzado…
Winston Churchill es el único miembro del
partido conservador al que los liberales aceptarán como Primer Ministro. Es un
hombre tosco, sarcástico, autoritario y rudo; un gran orador cuyo historial
constituye una interminable lista de fracasos -los veinticinco mil muertos de
la batalla de Gallipolli, la decisión de devolver la libra esterlina al patrón
oro, su resistencia a la abdicación del rey Eduardo VIII, su oposición a la
concesión de una mayor autonomía a las indias orientales…-, pero que fue capaz
de prever la amenaza nazi y alertar sobre el peligro de Hitler.
Lo primero que hizo cuando el rey Jorge VI
(Ben Mendelshon) le nombró Primer Ministro del Reino Unido, fue constituir un
gabinete de guerra formado por cinco miembros que representaban la unidad de la
nación. Después de que los líderes de los tres partidos de la oposición
accedieran a formar parter de dicho comité y a ocupar altos cargos ejecutivos en
la nueva Administración, Churchill invitó a la cámara a declarar su confianza
en el nuevo gobierno.
…no
debemos olvidar que nos encontramos en un estadio preliminar de una de las más
grandes batallas de la historia, y que habrá que hacer muchos preparativos,
aquí, en casa. Yo asumo mi tarea con optimismo y esperanza, y le digo a esta
cámara lo que le dije a los que se han incorporado a este gobierno: no tengo
nada que ofrecer salvo sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor.
Tenemos
ante nosotros una dura prueba de la peor naturaleza. Tenemos ante nosotros
muchos y largos meses de lucha y sufrimiento.
Ustedes
se preguntan cuál es nuestra política. Yo les digo que es hacer la guerra por
mar, tierra y aire, utilizando todo nuestro poder y, por supuesto, con toda la
fuerza que Dios pueda darnos. Hacer la guerra contra una tiranía monstruosa
jamás superada en el oscuro y lamentable catálogo del crimen humano. ¡Esa es
nuestra política!
Ustedes
se preguntan cuál es nuestro obejtivo. Les voy a responder con una palabra: ¡victoria!
Victoria a toda costa. Victoria a pesar de todo el terror. Victoria sin
importar lo largo y duro que sea el camino. Porque, si no hay victoria, no es
posible la supervivencia.
El nuevo Primer Ministro parece incapaz de
pronunciar la palabra paz y de entablar negociaciones con el enemigo. Neville
Chamberlain (Ronald Pickup) y Edward Halifax (Stephen Dillane), sus principales
adversarios dentro del partido, pretenden apartarle del cargo. Si se niega a
negociar la paz con Alemania, ambos están dispuestos a dimitir, lo cual
provocaría una moción de censura que el partido no podría consentir.
Bélgica y Holanda están a punto de caer.
El noveno ejército francés -unos doscientos mil hombres-, ha capitulado. Los
trescientos mil soldados ingleses desplegados en el continente se baten en
retirada mientras los tanques alemanes avanzan hacia el oeste por el centro. La
‘luftwaffe’ controla los cielos: la velocidad de los aviones nazis es
demoledora. Tan pronto como las naves de la armada inglesa se ponen en
movimiento reciben un ataque aéreo debastador. Europa occidental se enfrentará
en breve a su hundimiento, pero el Reino Unido alentará a sus viejos amigos para
que plateen una resistencia heroica: ¡Francia debe ser salvada!
El terror está a la puerta de los hogares
ingleses. Ya habrá tiempo para la verdad…
Me
dirijo a ustedes, por primera vez, como Primer Ministro, en un momento solemne
para la vida de nuestro país, de nuestro imperio, de nuestros aliados y, sobre
todo, para la causa de la libertad. Una batalla tremenda se está librando en
Francia y en Flandes. Los alemanes, mediante una notable combinación de
bombardeos aéreos y tanques con un pesado blindaje han atravesado las defensas
francesas al norte de la línea ‘maginot’ y férreas columnas de sus vehículos
blindados están asolando el país entero, que durante uno o dos días no tuvo
defensores. Sin embargo, tengo una confianza inquebrantable en el ejército
francés y en sus lideres. Solo una parte muy pequeña de ese espléndido ejército
se ha visto seriamente comprometida, y solo una parte muy pequeña de Francia ha
sido invadida.
Hombro
con hombro los pueblos británicos y francés han avanzado para rescatar, no solo
a Europa, sino a la humanidad, de la tiranía más miserable y más embrutecedora
que jamás haya oscurecido y manchado las páginas de la historia. Pero ahora un
vínculo nos une a todos: librar la guerra hasta conseguir la victoria, y no
rendirnos jamás a la servidumbre y a la vergüenza. Sea cual sea el coste y el
sufrimiento debemos vencer, y vencer es lo que haremos…
Las tropas inglesas se retiran hacia Dunkerque.
Las fuerzas alemanas, superiores en todos los aspectos, están a solo ochenta
kilómetros de la costa y les empujan hacia el mar. El ejercito profesional
inglés al completo está atrapado y no hay forma de evacuarlo: ¡están a su
merced!
Italia está dispuesta a mediar entre
Alemania y el Reino Unido garantizando en todo momento la independencia y
libertad del imperio británico, pero Churchill prefiere sacrificar una pequeña
guarnición de cuatro mil hombres situada en Calais, cuarenta kilómetros al
oeste de Dunkerque, para desviar la atención de los alemanes, ganar algo de
tiempo y llevar a cabo una evacuación marítima de sus tropas.
Al
brigadier Nicolson, de la 20ª Brigada de Infan-tería, en Calais:
cada
hora que ustedes continúan existiendo, es una ayuda inestimable para nuestras
fuerzas confinadas en Dunkerque. Reciba usted la mayor de mis admiraciones por
su espléndida resistencia. Su evacuación, sin embargo, no se llevará a cabo.
Repito: no se llevará a cabo…
Winston Churchill
Con solo un crucero y seis destructores, y
con la ‘luftwaffe’ controlando los cielos, tendrán suerte si rescantan al diez
por ciento de sus hombres. Es preciso reunir tantos barcos cíviles como sea
posible -cualquier embarcación de más de nueve metros que pueda llegar a
Francia puede servir-, y confiar en que una gruesa capa de nubes frustre el
ataque de la aviación alemana.
Mientras tanto, los nazis preparan el gran
desembarco. La invasión parece inminente, pero Churchill se resiste a intentar
alcanzar un acuerdo de paz con Hitler. Sus dudas e imperfecciones son las que le
hacen fuerte. Todo el peso del mundo recae sobre sus hombros. Tiene miedo y se
siente solo, pero cuenta con el apoyo del rey, pues este es consciente de que
su nombramiento atemorizó al dictador fascista. El pueblo no claudica. No
quiere ni oir hablar de rendirse.
El 26 de mayo, ochocientas sesenta embarcaciones
civiles cruzan el canal de la Mancha para poner en marcha la ‘Operación Dinamo’
y evacuar a las tropas inglesas confinadas en Dunkerque, mientras Churchill se
dirige al gabinete ministerial y al parlamento de la nación:
En
estos últimos días he llegado a preguntarme si de verdad era parte de mi deber
considerar el entablar negociaciones con Hitler, pero luego he hablado con un
puñado de ciudadanos buenos, sinceros y valientes que sostenían firmemente que
sin duda era ocioso pensar que si intentásemos alcanzar la paz ahora conseguiríamos
mejores condiciones que si luchásemos. Los alemanes nos exigirían, en nombre
del desarme, nuestras bases navales y mucho más. Nos convertiríamos en un
estado esclavo, con un gobierno británico manejado por Hitler como una
marioneta, un gobierno creado al capricho de un fascista. Yo me uno a ellos y
me hago una pregunta que ahora que les traslado a ustedes: ¿dónde acabaríamos
al finalizar todo esto?
Algunos
se beneficiarían. Tal vez los poderosos podrían negociar buenas condiciones,
protegidos y a salvo en sus baluartes de la campiña, sin tener que ver la
esvástica ondeando en la torre del palacio de Buckingham, o en la de Windsor. Así
que acudo a ustedes para conocer su opinión en estos momentos y confirmar que,
como me han sugerido mis nuevos amigos, se sublevarán y me enviarán al infierno
si por un instante contemplara la negociación o la rendición…
Es
mi voluntad que, si la larga historia de nuestra isla tiene que tener un punto
final, dejemos que lo tenga solo cuando todos y cada uno de nosotros, en el
suelo, nos estemos ahogando en nuestra propia sangre hasta morir.
Si
mostramos debilidad a la hora de dirigir esta nación, deberían expulsarnos de
nuestros cargos inmediatamente. El pueblo está dispuesto a dar la vida y a que
sus familias y posesiones queden destruidas antes que claudicar. Me corresponde
a mí, en estos próximos días y meses, darle voz y expresar sus sentimientos.
Quiero que quede claro: ¡no habrá paz negociada!
Volviendo
una vez más a la cuestión de la invasión, he podido observar que nunca ha
existido un periodo, en todos estos largos siglos de los que presumimos, en el
que, de alguna manera, se haya garantizado a nuestro pueblo la imposibilidad
absoluta de una invasión, pero, sin embargo, confío plenamente en que, si todos
cumplen con su deber, si no se descuida nada, y si se llevan a cabo los
preparativos tan bien como se está haciendo, nos demostraremos a nosotros
mismos, una vez más, que podemos defender nuestra isla y hogar, que podemos
capear la tormenta de la guerra, que podemos sobrevivir a la amenaza de la
tiranía. Si fuera necesario, durante años. Si fuera necesario, solos....
En
cualquier caso, eso es lo que vamos a intentar hacer. Esa es la determinación
del gobierno de su majestad; de todos sus miembros. Esa es la voluntad del
Parlamento y de la nación.
El
Imperio Británico y la República Francesa, unidos estrechamente en su causa y
en su necesidad, defenderán hasta la muerte su patria, ayudándose mutuamente,
como buenos camaradas, hasta el agotamiento de las fuerzas y, a pesar de que
grandes extensiones de Europa y muchos viejos e ilustres estados han caído -o
pueden caer-, en las afiladas garras de la Gestapo y de todo el odioso aparato
del régimen nazi, no vamos a flaquear ni a fallar. Juntos continuaremso hasta
el final.
Lucharemos
en Francia. Lucharemos en los mares y en los oceános. Lucharemos con creciente
confianza y con mayor fuerza en el aire. Defenderemos nuestra isla, no importa
cuan alto sea el precio. Lucharemos en las playas. Lucharemos en todos los
aeródromos. Lucharemos en los campos y en las calles. Lucharemos en las
colinas. ¡No nos rendiremos jamás!
Y
si -cosa que no creo ni por un momento-, esta isla, o una buena parte de ella,
se viera subyugada y hambrienta, entonces nuestro imperio de ultramar, armado y
custodiado por la flota británica, proseguiría con la lucha, hasta que, cuando
Dios decida, el Nuevo Mundo, con todo su poderío y su fuerza, de un paso al
frente, al rescate y liberación del Viejo.
Casi la totalidad de los trescientos mil
soldados de Dunkerque fueron devueltos a casa por la flota civil de Churchill.
Chamberlain -víctima del cáncer- murío poco después y Hallifax fue apartado del
gabinete de guerra y enviado a Washington.
El 8 de mayo de 1.945, el Reino Unido y
sus aliados declararon la victoria. Poco después, Winston Churchill perdió su
cargo…
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