Santander, 13 de octubre de 2.019
Ramón Enríquez y Paloma Leal, miembros de
la compañía zamorana Baychimo Teatro, presentan su sangrienta y cinematográfica
versión de algunos de los maravillosos, increíbles, sorprendentes y graciosos “Cuentos
en verso para niños perversos” firmados por Robert Dahl en 1.982.
<<¡Si ya
nos las sabemos de memoria!>>, diréis,
y, sin embargo,
de estas historias tenéis una versión falsificada, rosada, tonta, cursi, azucarada…,
que alguien
con la mollera un poco rancia
consideró mejor
para la infancia.
¿Qué pasaría si Caperucita Roja paseara
por el bosque con un arma escondida bajo su ropa, si los tres cerditos y la
pequeña fueran viejos conocidos, o si Cenicienta huyera de los compromisos
reales? Los ingredientes de estas hipótesis fantásticas están servidos; solo hay
que cocinarlos…
Los titiriteros de Baychimo abandonan las
sombras y a rostro descubierto rompen cualquier regla de manipulación no
escrita dejándose arrastrar por el frenético ritmo de una exagerada selección
musical. Estamos listos: ¡qué corra la sangre!
Estando una mañana haciendo el bobo, le
entró un hambre espantosa al Señor Lobo, quien, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
Se la comió de un bocado, pero era flaca y tan huesuda que
no le fue de gran ayuda: <<Sigo teniendo un hambre aterradora… ¡Tendré
que merendarme a otra señora!>>. Buscó, más, al no en-contrar
ninguna en la nevera, se disfrazó de abuela y se sentó en espera de la nieta.
Llegó Cape y dijo:
-¿Cómo estás abuela mía? Por cierto, me
impresionan tus orejas…
-Son para oírte mejor, que las viejas somo
un poco sordas
-¡Abuelita, que ojos tan grandes tienes!
-Claro, hijita, son las lentillas que me
ha puesto el oculista para que pueda verte mejor -dijo el animal mirándola con gesto angelical.
-¡Oye! Qué imponente abrigo de piel llevas
este invierno, ¿no?
-O no te sabe el cuento, o tu me mientes -dijo el lobo estupefacto-. ¡Ahora te
toca hablarme de mis dientes!
Cape, fría como un témpano, sacó un revólver
del corsé, apuntó a su cabeza y -¡pam!-, allí cayó la buena pieza. Desde entonces
la dulce niña pasea por el bosque con un sobrepelliz de piel que perteneció a un
lobo que una mañana estuvo haciendo el bobo.
-¡Aló! ¿Quién llama?
-Cape, escucha: soy Guarrete, el mayor de
los tres cerdetes. El Lobo se ha desayunado a mis dos hermanos, pero no ha
quedado del todo satisfecho y ahora quiere comer otro cochino. “Conmigo no
podrás”, le he dicho, pero amenaza con volar mi casa por los aires y almorzar
marrano. He pensado que, como tú de lobos sabes mucho, quizás puedas dejarle
sin cartuchos.
-Querido marranín, porquete guapo, no te
inquietes: iré dentro de un rato.
Llegó Cape a casa de Guarrete y se
encontró al lobo en medio del camino, con los dientes brillando cual puñales relucientes
y los ojos como brasas encendidas, todo él lleno de impulsos homicidas. Echó
mano la dulce niña a su corsé y, sacando el arma, apuntó y disparó alcanzando
al Lobo en punto tan vital que la lesión le resultó fatal.
“¡Caperucita es la mejor!”, gritó el ingenuo cochino. Gran pecado fue
fiarse de la niña del corsé, pues ahora esta luce dos imponentes pellizas de
lobo y un maletín de mano hecho con la mejor piel de marrano.
Entretanto, las hermanastras de otro cuento
se marcharon a palacio dejando a la pequeña Cenicienta partiendo leña en la
bodega. Allí, entre ratones, llora, grita, golpea la pared y se desgañita:
-¡Quiero salir de aquí!
-¿Qué puedo hacer por ti, Ceny querida? -le pregunta su hada madrina-. ¿Por qué
gritas así? ¿Tan mala vida te dan esas lechuzas?
-¡Ellas van al baile y yo no! ¡Quiero un traje
de noche, un paje, un coche, zapatos de charol, sortija, broche, pendientes de
coral, pantys de seda y aromas de París para que pueda enamorar al Príncipe en
seguida con mi belleza fina y distinguida!
Dicho y hecho. En menos tiempo del que
aquí se cuenta, Cenicienta se personó en palacio y bailó con el Príncipe abrazándolo
con tal vigor que perdió este su valor, pero al dar las doce pensó: <<Nena,
como no corras, buena la haces>>.
“¡No me abandones!”, gritó el Príncipe agarrándose a sus
riñones. La pobre escapó, pero perdió un zapato y el muchacho, embobado,
anunció: “¡La dueña del pie que entre en el zapato será mi dulce esposa, o
yo me mato!”.
En cuanto salió el sol, salió su alteza en
busca de la dueña de la prenda. De casa en casa fue, violentando a muchas damas
y cercenando sus cabezas. Al verlo, Cenicienta pensó: <<¡Caray! ¡Qué
bárbara es su alteza! ¡Con este yo no me caso!>>
En la cocina, brilló entonces la vara del
Hada Madrina:
-¡Pídeme lo que quieras, Cenicienta, que
tus deseos corren de mi cuenta!
-No quiero ya ni príncipes ni nada que
pueda parecérseles. Quiero algo más difícil e infrecuente: ¡un compañero honrado
y buena gente!
En menos tiempo del que aquí se cuenta, se
descubrió Cenicienta a salvo de su Príncipe y casada con un señor que hacía
mermelada. Fueron muy felices y nos dieron con un tarro en las narices.
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