viernes, 5 de diciembre de 2014

BURGOS: visita fugaz en la mejor compañía posible (II)

Burgos, 30 de junio de 2.014

Va siendo hora de comer...
Dejamos el coche en un aparcamiento. Cruzamos el río Arlanzón y pasamos bajo el Arco de Santa María para entrar en el casco antiguo de Burgos.


Se trata de una de las antiguas doce puertas que daban acceso a la ciudad durante la Edad Media aunque fue remodelada en el siglo XVI por Juan de Vallejo y Francisco de Colonia.
Construida en la característica caliza blanca de Burgos la puerta fue concebida como un gran arco triunfal organizado en forma de retablo labrado en piedra con un remate superior almenado con cuatro escaraguaitas cuyo conjunto se encuentra flanqueado por sendas torres cilíndricas.
Las seis hornacinas del retablo, dispuestas en dos cuerpos y tres calles albergan las imágenes de importantes personajes de la ciudad entre quienes destacan el conde Diego Rodríguez Porcelos, -fundador de la ciudad-, el Cid o el emperador Carlos I, a quien la ciudad dedicó el arco tras las revueltas comuneras de Castilla.
Sobre ellas se dispone una balaustrada coronada por la imagen del Ángel Custodio de Burgos, que con su mano izquierda sostiene una reproducción de la ciudad.
La imagen de la Virgen Santa María, patrona de Burgos y defensora de la ciudad, preside el conjunto.

La ciudad está en fiestas...
Pretendíamos degustar un sabroso lechazo en un local de referencia pero los restaurantes están llenos así que, ignorando de momento su majestuosa catedral, nos dirigimos a la Plaza Mayor y nos perdemos entre las casetas para beber unas cervezas y mojar unas pinchos.


Satisfechos nuestros estómagos, continuamos callejeando hasta toparnos con la Casa del Cordón, Palacio de los Condestables de Castilla, edificio cuyo diseño encargó don Pedro Fernández de Velasco, esposo de doña Mencía de Mendoza y Figueroa, a Juan de Colonia en 1.476, siendo su hijo, Simón de Colonia, quién concluyese su construcción.


Se trata de un palacio de planta cuadrada y notables dimensiones propio del gótico tardío que ha sufrido notables transformaciones a lo largo de la historia.
Su fachada principal, orientada hacia el sur, se encuentra flanqueada por sendos torreones cuadrados y en ella destaca la puerta principal, desplazada hacia la izquierda y envuelta por un espectacular cordón franciscano, de carácter simbólico, labrado en piedra y cuya finalidad era recordar al visitante que en el interior de esa casa había dormido un rey, que rodea los escudos heráldicos de los primeros dueños del palacio y un monograma del nombre de Jesucristo circundado por el sol eucarístico .


Caminamos hacia el río y en la Plaza del Mío Cid nos topamos con el monumento a Rodrigo Díaz de Vivar, una imponente estatua de bronce esculpida por Juan Cristóbal González Quesada e inaugurada en 1.955 que presenta al Cid Campeador a lomos de su caballo, con una poblada barba, su capa al viento y blandiendo su espada con brío, a punto de cruzar el río Arlanzón y salir de Burgos camino del destierro.


Completan el conjunto escultórico las ochos estatuas de piedra dispuestas a lo largo del Puente de San Pablo y que representan al cortejo que le acompañó en su exilio: doña Jimena (su esposa), San Sisebuto (abad del Monastero de San Pedro de Cardeña), Ben Galbón (alcalde de Molina de Aragón), Jerónimo de Perigord (monje  que representa a los clérigos que se unieron a él en su lucha con el infiel), Diego Rodríguez (su único hijo varón), Marín Antolínez (burgalés cumplido  y amigo del Cid), Martín Múñoz (conde de Coimbra) y Alvar Fáñez Minaya (sobrino del Cid y hombre de su confianza).

Paseamos junto al río buscando una terraza en la que saborear un reconfortante café y disfrutamos de los numerosos espectáculos de calle que engalanan la ciudad antes de dirigirnos a la catedral...

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