sábado, 26 de marzo de 2016

AFRICANUS, EL HIJO DEL CÓNSUL: aún cuando tus enemigos te silencien otros vendrán que te hagan justicia

Santander, 21 de marzo de 2.016

El escritor valenciano Santiago Posteguillo, profesor titular en la Unversidad Jaume I de Castellón, alcanzó el éxito en 2.006 con la publicación de su primera novela, "Africanus: el hijo del consul", con la que dio inicio a una trilogia que completó con los titulos "Las legiones malditas" (2.008) y "La maldición de Roma" (2.009).
Escipión el Africano, uno de los estrategas militares más importantes de la historia de la humanidad, es el protagonista de una trilogía de lectura fácil que nos sumerge en la historia de Roma permitiéndonos sentir el fragor de sus batallas....



"Aun cuando tus contemporáneos te silencien por envidia, otros vendrán que sin favor ni pasiones te harán justicia."

Séneca

La República constituye un extenso periodo de la historia de Roma caracterizado por una forma de gobierno sustentada por el Senado, que cada año elegía dos cónsules que habían de dirigir al estado -principalmente al ejército en campaña-, y a los que podía exigir responsabilidades políticas. Esta modalidad de gobierno se instauró en el año 509 a. C., cuando se puso fin a la Monarquía, y se prolongó hasta el 27 a. C., fecha en que se establece el Imperio.
La República permitió a Roma consolidar su poder en el centro de Italia durante el siglo V a. C. e imponerse como potencia dominante de la Península Itálica sometiendo a los demás pueblos de la región durante los siglos IV y III a. C.
Durante la segunda mitad del siglo III a. C. la República proyectó su poder fuera de Italia, enfrentándose con las otras grandes potencias del Mediterráneo -Macedonia y Cartago- y anexionándose gran parte de sus territorios para, posteriormente, expandir su poder sobre las polis griegas, el reino de Pérgamo y las costas de Oriente Próximo.
A lo largo del siglo I a. C. Roma experimentó grandes cambios políticos y la República, basada en una forma de gobierno ideada para dirigir sólo a los romanos y poco apropiada para controlar un territorio tan extenso, se vio sacudida por tres grandes guerras civiles que desembocaron en la instauración del Imperio.

A finales del siglo III a. C. Roma se encontraba al borde de la destrucción total, a punto de ser aniquilada y arrasada por los ejércitos cartagineses comandados por uno de los mejores estrategas militares de todos los tiempos: Aníbal Barca (247 a. C.-183 a. C.).
Ningún general de Roma era capaz de doblegar a este todopoderoso enemigo, genial en el arte de la guerra y hábil político, que llegó hasta las mismas puertas de Roma después de desembarcar en Hispania, atravesar la península sometiendo amplias zonas del interior, penetrar en la Galia y cruzar los Pirineos y los Alpes. Pactó con el rey Filipo V de Macedonia la aniquilación de la ciudad del Tíber como estado y el reparto de sus dominios entre las otras dos potencias mediterráneas: Cartago y Macedonia, y sólo Publio Cornelio Escipión (236 a. C.-183 a. C.) fue capaz de cambiar para siempre el curso de la historia, tranformando lo que debía de ocurrir en lo que finalmente fue...

Le correspondió vivir tiempos difíciles pero siempre sirvió a su patria con orgullo y lealtad. Fue edil, dos veces cónsul, censor y princeps senatus de Roma. 
Perdió a su padre y a su tío en aras de una larguísima guerra con Cartago a la que él mismo puso fin pero en muchas ocasiones las más grandes victorias se construyen sobre muchas derrotas previas: conquistó Hispania, recuperó para el combate a las legiones V y VI y con ellas surcó el mar en busca de una muerte segura para adentrarse en África. Allí derrotó, uno tras otro, al general Giscón, al rey Sifax de Numidia y al mismísimo Aníbal. Condujo a la muerte a sus mejores oficiales, pero devolvió el honor a unas legiones malditas despreciadas por todos convirtiéndolas en leyenda después de liberar a Roma del yugo púnico: gracias a él sus vecinos dormían plácidamente, sabedores de que los enemigos de la ciudad habían caído abatidos por el poder de unas legiones denostadas en el pasado.

Escipión fue el hombre más poderoso del mundo, pero también el más traicionado. Su caída parecía imposible pero sus enemigos le dejaron sólo y al final llegó la humillación más absoluta. Tras la batalla de Zama (año 202 a. C.) pensó que sería respetado en Roma de forma perenne, constante e inquebrantable pero lo que ningún extranjero consiguió en el campo de batalla, lo alcanzaron sus enemigos políticos en el Senado. El pueblo siempre estuvo a su favor: su desfile triunfal fue el más famoso y grandioso de los celebrados pero sus adversarios tuvieron la habilidad de saber manejar con destreza todos los entresijos del gobierno de Roma y de sus instituciones. Así fue como le derribaron y fueron capaces de abatirle para siempre...

Sus enemigos le acusaron de querer gobernar por encima del Senado: nadie debería estar por encima del Estado, ni siquiera el mejor de sus generales, pues el día que eso ocurriese desaparecería  la República y la Roma que todos conocían se desintegraría para volver atrás en el tiempo y retornar a una Monarquía que supondría el fin de las libertades de los ciudadanos y del poder y los privilegios de las familias senatoriales.
Escipión se vio obligado a abandonar su patria para no volver jamás, evitando así una cruenta guerra civil. El todopoderoso ejército sirio del rey Antioco III había sido derrotado y el temible Aníbal había muerto exiliado en un insignificante reino del sur de Asia pero Roma estaba condenada a devorarse a si misma...

"Ya no quedan enemigos a los que amedrentar pero serán los propios romanos los que provoquen su caída y entonces echarán de menos al gran Africanus y gritarán mi nombre pero yo ya no estaré con ellos, ni en cuerpo ni en espíritu, porque mi alma les habrá abandonado y ni siquiera conservarán mis huesos. ¡¡¡No habrá nadie que les socorra!!!".

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