Santander, 26 de junio de 2.016
Isabel y Fernando alentaron las voces de aquellos que veían peligrar sus privilegios si la unión de Portugal con Castilla y Aragón se asentaba definitivamente para que su yerno viese que no pisaba terreno firme y sintiese que necesitaba su apoyo.
Ante los suyos, el rey Manuel presentó la decisión de dejar a su heredero en Castilla como propia y regresó a Portugal con el compromiso de los Reyes Católicos de proporcionarle una nueva esposa que le permitiese asegurar su dinastía: la infanta María sería la elegida.
La infanta Juana mantuvo a su esposo lejos del dolor que atormentaba su corazón por la muerte de su hermana y el 24 de febrero de 1.500 dio a luz a su segundo hijo, un varón al que se bautizó con el nombre de Carlos, heredero del imperio romano-germánico y algún día dueño y señor de Castilla y Aragón.
Sólo unos días más tarde, el 19 de julio de ese mismo año, unas fiebres mortíferas arrebataron la vida al pequeño Miguel. Sus abuelos hubieron de recluir el pesar en sus corazones y comportarse como reyes pues la muerte del príncipe les dejaba sin heredero.
El rey Manuel acudió a los funerales oficiados por su hijo formalizando entonces su compromiso con la infanta María. Su primer encuentro y la causa de su unión fueron terriblemente sombríos pero su enlace sería la mejor solución frente a las amenazas que se cernían sobre la corona de Portugal y ambos podrían llegar a amarse.
Para que su matrimonio pudiese oficializarse era necesaria una dispensa papal que Alejandro VI no parecía estar dispuesto a conceder. La espera se hacía imposible y Portugal necesitaba un heredero. El rey Manuel barajó la posibilidad de romper su compromiso con los Reyes Católicos para desposarse con la Beltraneja pero éstos jamás permitirían que doña Juana engendrase un vástago que pudiera reclamar un día el trono de Castilla. Prefirió no ofender a la reina Isabel. Esperó, la bula llegó y su matrimonió tuvo lugar el 30 de octubre de 1.500.
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