Santander, 26 de junio de 2.016
Tras la muerte de Miguel de la Paz, el título de Príncipe de Asturias correspondía a la infanta Juana, y con ello al pérfido Felipe. Negarle la sucesión en favor de su hermana María hubiese sido caprichoso. Ella era la legítima heredera y no merecía tal desprecio pero sus padres eran conscientes de que, aunque el derecho dictase lo contrario, sería el maldito borgoñón quien reinase mientras ella ejercía de consorte.
Felipe pretendía casar a su hijo con Claudia, la hija del rey de Francia, pero sus Católicas Majestades no habrían de consentirlo. Se adelantaron a sus pretensiones y propusieron a Luis XII un tratado favorable para sus intereses que fue rubricado en Granada el 11 de noviembre de 1.500 y en virtud del cual unos y otros se repartían el reino de Nápoles: don Fernando se quedaría con las provincias del sur, Apulia y Calabria, mientras que don Luis controlaría las provincias de Abrupsio y Tierra de Labor, y con ellas la ciudad de Nápoles. Los impuestos se repartirían equitatívamente y el título de Rey de Nápoles sería propiedad del francés, pero a cambio éste debería renunciar al compromiso de su hija con el pequeño Carlos.
Mientras tanto, el rey Fadrique, dispusto a abrir las puertas de Nápoles al infiel, había acudido al turco en busca de ayuda. No le sirvió de nada: fue depuesto por el papa Alejandro VI y el francés, una vez coronado, trató de hacerse con el resto de Nápoles. Aquél habría de ser el campo de batalla en el que Aragón se midiese con los franceses...
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